DE ATEOS Y CREYENTES
Hablé largo y tendido con el padre Nicanor Ochoa sobre los ateos. Si bien recuerda el lector, hace ya varias semanas se armó un cierto escándalo porque dizque el ministro de Salud se declaró públicamente ateo. Se rasgaron algunas vestiduras del integrismo católico, como se habían ya roto, pero en tono menor debido al poco tomo de los indignados, por quienes criticaron a mi vecina de página, colega y amiga, Ana Cristina Retrepo, por haberse confesado públicamente atea en una columna. Entones se lo dije:
-Yo, padre Nicanor, vivo lleno de dudas de fe, pero no dejo de creer.
-Pues, hijo, yo también; yo tampoco. Y te digo más. Agradece al destino, a la simple condición humana, o mejor a Dios mismo, el que estés lleno de dudas. El derecho de dudar es uno de los pocos derechos humanos que todavía nos quedan.
-¿Y me lo dice usted, padre, que se supone es un hombre de fe?
-Precisamente por eso, hijo mío. Unamuno, que vivió esta angustia, decía: “La vida es duda, y la fe sin duda es muerte”. El creyente está amasado (y amansado) por la duda. También el increyente. Son casi iguales las dudas que torturan al ateo y las que conmueven los cimientos del hombre de fe. Lo sé por mis conversaciones con amigos agnósticos. Porque hablamos el mismo lenguaje de la duda frente a una misma incertidumbre, me entiendo mejor con ellos que con muchos religiosos anclados en el dogmatismo. -Pues le creo, tío. -Nos salva la esperanza, no entendida como ensoñación de un futuro inescrutable, sino como apertura a nuestra misma fragilidad, iluminada (que no explicada) por una fe religiosa; y nos salva el amor, como apertura a los demás en una sincera lucha por la fraternidad, por la comprensión, por la igualdad. Eso, en cristiano, es ser y sentirnos hijos de Dios.
-Pero, padre, las dudas no desaparecen.
-Aristóteles decía: “La duda es el principio de la sabiduría”. Y Pedro Abelardo, a quien tanto quiero por su desolado amor por Eloísa, afirmaba que “la duda lleva al examen, y el examen a la sabiduría”. Bacon llamaba a la duda “escuela de la verdad”. Y, según Pascal, “El hombre se hace civilizado no en proporción a su disposición de creer, sino en proporción a su facilidad para dudar”. Dudemos, hijo, dudemos hasta de lo que los grandes pensadores han dicho sobre la duda.
-¿Y entonces en qué quedamos, tío?
-Te voy a dar un consejo, sobre todo en un clima de polarización como el que estamos viviendo. Asume la duda como una terapia contra la fanatización. Dudar es resistirse a las verdades absolutas, a las doctrinas dogmáticas, a los líderes totalitarios. El derecho a la duda facilita una actitud pluralista no solo en el ámbito personal sino también en el social. El pluralismo, en el fondo, no es solo respetar la verdad del otro, sino sobre todo aceptar las dudas del otro frente a mi verdad