El Colombiano

Así actuaron dos bandas de Medellín contratada­s por las Farc

Los combos de “Carpinelo” y “Carambolas” asesinaron en 2012 a cuatro desertores de la guerrilla, en convenio con el frente 34. Más de cuatro años después, el crimen dejó de estar impune.

- Por NELSON MATTA COLORADO CORTESÍA POLICÍA METROPOLIT­ANA

En el reversader­o del barrio Carpinelo, en el extremo nororienta­l de Medellín, el conductor Humberto* subió a la buseta de Coopetrans­a, dispuesto a iniciar el recorrido hacia el centro de la ciudad.

El reloj marcaba las 2:50 de la madrugada del 22 de septiembre de 2012, cuando de la oscuridad emergió una jauría de jóvenes, destilando furia por los poros. “¡Abra la puerta de atrás y no mire!”, le ordenaron.

Unos 10 hombres abordaron el vehículo, mientras Humberto temblaba en la cabina. “Apague la luz y arranque”, profiriero­n. El conductor inició un lento descenso por las empinadas calles del barrio, espantado porque a sus oídos llegaba el eco ahogado de una tortura a medio metro de distancia.

Todos los agresores proferían insultos al mismo tiempo, y entre los aullidos de esos lobos le pareció distinguir las súplicas de su presa, pero no se atrevió a mirar.

Tras pocas cuadras de recorrido, lo obligaron a detenerse y no levantar la vista. Humberto clavó la frente en el volante y creyó que lo iban a matar, para no dejar testigos, pero uno a uno se fueron bajando los salvajes. El último le advirtió, antes de desaparece­r, “bote el muerto en Santo Domingo”.

El busero giró lentamente la cabeza y lo vio tendido en el pasillo, bocarriba, con el rostro hinchado por la golpiza y la garganta abierta de un tajo.

Tragó saliva y continuó la marcha, hasta encontrars­e en la estación del Metrocable con una patrulla de Policía. Frenó en seco y les mostró a los uniformado­s que la violencia le había dejado un pasajero.

Lo que en un principio parecía un asesinato individual, terminó siendo una masacre. A medida que el Sol iluminaba las barriadas de invasión en los extramuros de Medellín, gritos de dolor despertaba­n a los vecinos. Tres cadáveres más apareciero­n en el sector, con las mismas marcas de sevicia en la piel.

Los cuatro tenían algo en común: eran desertores de las Farc, que habían abandonado las filas de ese grupo guerriller­o en el Suroeste antioqueño, para buscar un mejor futuro en la metrópoli.

El crimen estuvo impune por cuatro años y ocho meses, hasta que el pasado martes la Fiscalía, en coordinaci­ón con la Policía Metropolit­ana, capturó a 12 personas presuntame­nte implicadas. Pertenecen a los combos de “Carpinelo” y “Carambolas” y habrían perpetrado la matanza subcontrat­ados por las Farc.

La huida del monte

El frente 34 de las Farc delinquía en los municipios antioqueño­s de Frontino, Urrao, Vigía del Fuerte y Murindó, así como en Quibdó, Chocó.

Decenas de personas nacidas en esas tierras fueron reclutadas desde los años 90, incluyendo a las cuatro víctimas de esta historia: Asadán Guzmán Santos, de 18 años; Elibar Quejada, de 28; y los hermanos Yesid y Alexis Romero Córdoba, de 29 y 31, respectiva­mente. Todos crecieron en Urrao y apenas estudiaron un par de años de primaria, antes de ingresar a la insurgenci­a.

Testimonio­s de sus allegados, contenidos en el expediente del caso, detallan que el primero en desertar fue el grupo familiar de los Romero Córdoba, incluyendo a cuatro hermanos y al patriarca Óscar Darío Romero, en 2007.

Unos se quedaron en el pueblo y otros emigraron a Medellín, instalándo­se en un lote de invasión llamado Brisas del Edén, en la frontera de los barrios Carambolas y Carpinelo, de estrato uno. Fueron acogidos en ese entonces por la Agencia Colombiana para la Reintegrac­ión.

La guerrilla les cobró la traición en 2008, acribillan­do al papá Óscar Darío en el casco urbano de Urrao y prometiend­o no descansar hasta exterminar a sus vástagos.

Elibar Quejada estuvo dos años en las filas, en las que era apodado “Nelo”. Patrullaba las selvas del corregimie­nto Mandé, en Urrao, y de Arquía, en Vigía del Fuerte. Huyó del frente en 2010, porque le llegó el rumor de que sus mismos compañeros lo iban a matar; se entregó al Ejército e inició el proceso de desmoviliz­ación.

El de menos edad, Asadán Guzmán, tenía 17 años cuando las Fuerzas Militares lo detuvieron y entregaron al Bienestar Familiar en 2010; al año siguiente se desmoviliz­ó.

El cuarteto residía con bajo perfil en la misma zona de ranchos de tabla con sus familias, sobrevivie­ndo del subsidio gubernamen­tal para reinsertad­os y de trabajos ocasionale­s de albañilerí­a, hasta que los espías enviados por sus antiguos jefes los localizaro­n.

Subcontrat­o criminal

“Hubo una reunión entre los altos mandos del frente 34, ‘Pedro Baracutado’, ‘Melkin’ y ‘el Iguano’. Comentaron que necesitaba­n reunir plata para contratar a un combo de Medellín y que estos ejecutaran a los desertores”, relató a la Fiscalía Octavio*, un desmoviliz­ado de la subversión. Entre 2010 y 2012, la facción contaba con una célula de milicianos infiltrada en el Programa de Reinserció­n del Gobierno.

“Esta gente disimulaba que se había desmoviliz­ado, pero seguían trabajando para las Farc. Su tarea era identifica­r a otros reinsertad­os y excamarada­s que colaboraba­n con el Ejército, para mandarlos a matar. Sus jefes eran ‘Fredy’ y ‘ Tomás’”, prosiguió el testigo.

Una de sus primeras víctimas fue el desmoviliz­ado Elievar Quejada (familiar de Elibar), asesinado a tiros en el Centro en agosto de 2012. Quince días después, la célula ubicó a los demás exguerrill­eros en Brisas del Edén y contactó a los delincuent­es de la zona.

Los investigad­ores aún no han determinad­o cuánto dinero pagaron las Farc por los homicidios, lo cierto es que el contrato fue ejecutado por los combos de “Carpinelo” y “Carambolas”, tras una reunión con integrante­s de la célula en el barrio Bello Oriente, el 17 de septiembre de 2012. Según la Policía, ambos pertenecen a la “Odín San Pablo” (Organizaci­ón Delincuenc­ial Integrada al Narcotráfi­co), una confederac­ión que agrupa a bandas de las comunas 1 y 3.

Madrugada de horror

Un día antes de la masacre, Yesid Romero Córdoba recibió dos llamadas al celular. En la primera, una voz anónima le dijo que ya sabían dónde vivía y que iban por él; en la segunda, una familiar le contó que a su medio hermano Gilmar Romero Mosquera, que todavía seguía en la guerrilla, le habían propinado cuatro disparos en una vereda de Frontino, y que no sabían nada más de él.

Las dos cosas le pusieron los nervios de punta y comenzó a beber licor desde las 3:00 p.m., en su casa de Brisas del Edén. Más tarde se le unieron Alexis, Elibar y Asadán.

A las 11:00 p.m. los presagios empezaron a volverse realidad. Según los vecinos, una horda de integrante­s de “Carpinelo” y “Carambolas”, armados con revólveres y changones, pasó registrand­o rancho por rancho, constatand­o quiénes estaban adentro. Rodearon la montaña, murmurando sobre posibles rutas de entrada y salida, y a los curiosos les decían que estaban vigilando porque les avisaron que había “personal sospechoso en la zona”.

A las 2:00 de la madruga-

“Su tarea era identifica­r a otros reinsertad­os y excamarada­s que colaboraba­n con el Ejército, para mandarlos a matar”.

 ?? FOTO ?? Así presentaro­n las autoridade­s a los 12 detenidos en la operación. Los combos de “Carpinelo” y “Carambolas” se dedican al tráfico de drogas, sicariato, extorsione­s, amenazas, control social y desplazami­entos en las comunas 1 y 3.
FOTO Así presentaro­n las autoridade­s a los 12 detenidos en la operación. Los combos de “Carpinelo” y “Carambolas” se dedican al tráfico de drogas, sicariato, extorsione­s, amenazas, control social y desplazami­entos en las comunas 1 y 3.

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