DEMOCRACIA: CÓMO EVITAR LA GUERRA
Las mentiras descaradas, el Brexit, el circo con animales de Trump, las redes sociales envenenadas por hackers mercenarios, íntegra la caída de los cielos ha servido para poner a pensar en la democracia.
En nuestro país es igual. Dos decenas de precandidatos presidenciales, ninguno de los cuales levanta ni polvo; más de un tercio de los electores que votarán “por el que ponga” el mesías; doce mil guerrilleros y milicianos titubeando por el marxismo con que teorizarán su partido político.
Y Colombia en desconcierto. ¿Habrá paz algún día o es rentable seguir en guerra? ¿2018 será año de borrón y cuenta nueva? ¿Luego de cincuenta años de “Cien años”, tendremos segunda oportunidad sobre la tierra?
En medio de este alacranero público la pensadera sobre la democracia da insomnio a quienes proyectan la inminente adultez de hijos y nietos. Nos habían asegurado que este sistema de elegir y administrar es el mejor inventado por el hombre.
Algunos escépticos brillantes supieron escrutar el tránsito de monarquía a repúblicas. Por ejemplo George Bernard Shaw lo separó con pinzas: “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección debida a una mayoría incompetente”.
Otros críticos ironizaron aduciendo que cuando un votante inteligente se enfrenta con razón cierta al resto de la población borrega, ese individuo conforma por sí solo una aplastante mayoría de uno.
Más recientemente el Nobel sudafricano J. M. Coetzee, en su novela híbrida “Diario de un mal año” de 2007, da un giro en el análisis.
Pone como premisa que “el principal problema en la vida del Estado es el problema de la sucesión: cómo asegurar que el poder pasará de unas manos a las siguientes sin un enfrentamiento armado”.
Su argumento orbita sobre el eje de evitar la guerra: “el gobierno de sucesión no es una fórmula para identificar al mejor gobernante, es una fórmula para conferir legitimidad a uno u otro y prevenir el conflicto civil”.
Parece que el escritor sudafricano hubiera consultado la Constitución colombiana donde habla de la paz como derecho sin par. O quisiera certificar que se gobierna a los vivos, no a los muertos. Y que la guerra es una fábrica de muertos.
Por eso concluye: “desde un punto de vista práctico, no importa cómo se realice la sucesión mientras no precipite al país a una guerra civil”
En medio de este alacranero público la pensadera sobre la democracia da insomnio a quienes proyectan la inminente adultez de hijos y nietos.