El Colombiano

TODOS, AL FINAL, SOMOS JAVIER

- Por SERGIO ANDRÉS NARANJO M. sanaranjom­olina@gmail.com

Eran las tres de la tarde del primer domingo de junio cuando lo mataron. Dicen las malas y buenas lenguas que fue la guerrilla, la disidencia. Seis tiros en la cabeza. Hijo, esposa y dos turistas extranjero­s estaban con él en ese momento. Esta es la cara más asquerosa del postconfli­cto colombiano, de la Paz, de Chocó.

A Javier Montoya, que hace 37 años salió de El Retiro para hacer vida en Nuquí, lo llevan extrañando más de una semana sus tres hijos, “la Negra” – su esposa–, sus hermanos – sobre todo Alejandro y Héctor–, y una comunidad entera entre Antioquia y Chocó.

Dicen que las muertes inesperada­s son las más difíciles de superar y esta, además, habría sucedido por una mala informació­n de su grupo de asesinos: “por sapo”. Al parecer, en esta zona de Chocó están haciendo presencia sujetos armados “hasta los dientes” que se autoidenti­fican como guerriller­os o paramilita­res.

Pareciera que casi dos décadas después, el principio de siglo estuviera de vuelta por aquellos paraísos selváticos de Colombia regando sangre.

¿Cómo es que sobrevivió a la guerra y lo mató la Paz?, es lo que no nos explicamos los que fuimos a sus honras fúnebres el pasado jueves en El Retiro. Claro, la mayoría citadinos que no tenemos idea siquiera de lo que está pasando en la verdadera ruralidad colombiana.

Peculiar cómo la vida es un recorrido que termina en una caja pequeña llevada por tu hijo, justo tres casas a la izquierda de donde naciste. Lo que nos queda al final es lo caminado.

Cuando se trata de hacer realidad un sueño en un sitio que no ha dejado de ser inhóspito como Morro Mico, que queda justo en la entrada del Parque Nacional Natural Utría, se necesita de todo el alrededor selvático y humano para que la idea funcione. Esa es la semilla para generar una comunidad y Javier fue la piedra angular de esta que se edificó justo en el corazón geográfico del Chocó del mar.

Es que, en últimas de esto se trata, no están matando a cualquiera en esta Colombia que vio por televisión la paz firmada, sino a los que a ojos de nosotros, los comunes, son nuestros santos de devoción social. Ahí está el injerto para que esto, tan académicam­ente llamado posconflic­to, no termine bien.

El año pasado, según la ONU, asesinaron a 127 líderes sociales en el país. La mayoría en territorio­s de presencia histórica de las Farc.

Con Javier, van cuatro homicidios similares por esos lados chocoanos en menos de un mes. Están matando a los buenos

A Javier Montoya lo asesinaron las disidencia­s de la guerrilla. Su familia y la comunidad de Nuquí lo extrañan.

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