¿UNA SOCIEDAD PERFECTA?
En guerra somos la sociedad perfecta. Pueden existir muchos problemas, pero hay uno –la guerra– que hace que los otro sean menores. En medio de ese problemón no hay necesidad de atender los problemitas. La guerra ofrece una explicación total para todos los males. La guerra genera una tremenda unión opositora que encara a los enemigos que destruyen nuestra fastuosa sociedad.
La política y las noticias fácilmente se centran en la guerra. La guerra es una explicación simple de casi todo. Que la economía va mal: la guerra. Que los índices de homicidios se dispararon: la guerra. Que hay inseguridad en las ciudades: la guerra. Que el campo está rezagado: la guerra. Que hay violencia contra las mujeres: la guerra. Que hay pobreza extrema: la guerra. Aunque parezca una burla, la exageración no se aleja mucho de la realidad. La guerra brinda salida de casi todo y sirve como subterfugio para afirmar que somos una sociedad esplendorosa, aunque estemos en guerra. Esa guerra proporciona un contraveneno a los problemas que carcomen a nuestra sociedad. Extrañamente, a golpe de guerra, hemos encontrado nuestro refinamiento.
La guerra, indudablemente, ha dañado y seguirá dañando a la sociedad, pero no es el mal de todos lo males. La guerra produce muerte y zozobra, destrucción y turbación, mordaza y miedo. La guerra debe ser extinguida; pero con su fin, al contrario de lo que se cree, no habrá un nuevo amanecer.
A manera de ejemplo: la confrontación armada explica, en parte, nuestras altas tasas de homicidio, pero esa explicación parcialmente válida es menos fuerte de lo que se cree. Puede ser que la guerra sea un gran factor desestabilizador y que mine la capacidad de las autoridades. Además, la guerra genera mortandad, pero la mayoría de las muertes registradas no es producto directo de la guerra. La tregua debe ser celebrada, puesto que implica una reducción de las fuentes de violencia (aunque no tan significativa como se cree). Sin embargo, no nos hagamos falsas expectativas: las fuentes de violencia extrema son múltiples y, sin los guerreros organizados regulando el uso de la violencia, se experimentarán expresiones recargadas.
El estado de guerra armó un aparatoso filtro de percepción social de la realidad colombiana, que asigna todo lo malo al conflicto. Sin la guerra y sin nuestros enemigos de siempre en esta guerra eterna, la sociedad soñada no se está viendo tan sublime.
Nuestra existencia está tan atada a ese estado permanente que muchas identidades sociales y políticas tambalean sin ese referente. Aunque somos una sociedad hastiada del terror, somos un colectivo que vibra por la guerra. Esta da sentido a nuestras redes de significado, a nuestros lemas y a nuestras inclinaciones. Sin la guerra y sin los enemigos de siempre, nos sentimos desarmados. Todo se cae y se nos viene encima. Estamos más expuestos que nunca. Ojalá que el precio de esa incomodidad no lo paguemos engendrando o inventando una nueva guerra.
Las sociedades que por antinomia se definen tienden a elaborar oprobiosos entuertos con tal de seguir contando con un contrario que les permita seguir creyendo en su grandeza. Esa pirueta tiene un altísimo costo social. Es una operación infame que, en aras de evitar la confrontación de la sociedad que somos, perpetúa el estado en el cual podemos seguir siendo una encantadora sociedad: la guerra. ¿Será que, sin la guerra, nos atrevemos a cambiar esta injusta sociedad?
La guerra ofrece una explicación total para todos los males. La guerra genera una tremenda unión opositora que encara a los enemigos que destruyen nuestra fastuosa sociedad.
La guerra, indudablemente, ha dañado y seguirá dañando a la sociedad. ¿Será que, sin la guerra, nos atrevemos a cambiar esta injusta sociedad?