El Colombiano

¿UNA SOCIEDAD PERFECTA?

- Por MICHAEL REED @mreedhurta­do

En guerra somos la sociedad perfecta. Pueden existir muchos problemas, pero hay uno –la guerra– que hace que los otro sean menores. En medio de ese problemón no hay necesidad de atender los problemita­s. La guerra ofrece una explicació­n total para todos los males. La guerra genera una tremenda unión opositora que encara a los enemigos que destruyen nuestra fastuosa sociedad.

La política y las noticias fácilmente se centran en la guerra. La guerra es una explicació­n simple de casi todo. Que la economía va mal: la guerra. Que los índices de homicidios se dispararon: la guerra. Que hay insegurida­d en las ciudades: la guerra. Que el campo está rezagado: la guerra. Que hay violencia contra las mujeres: la guerra. Que hay pobreza extrema: la guerra. Aunque parezca una burla, la exageració­n no se aleja mucho de la realidad. La guerra brinda salida de casi todo y sirve como subterfugi­o para afirmar que somos una sociedad esplendoro­sa, aunque estemos en guerra. Esa guerra proporcion­a un contravene­no a los problemas que carcomen a nuestra sociedad. Extrañamen­te, a golpe de guerra, hemos encontrado nuestro refinamien­to.

La guerra, indudablem­ente, ha dañado y seguirá dañando a la sociedad, pero no es el mal de todos lo males. La guerra produce muerte y zozobra, destrucció­n y turbación, mordaza y miedo. La guerra debe ser extinguida; pero con su fin, al contrario de lo que se cree, no habrá un nuevo amanecer.

A manera de ejemplo: la confrontac­ión armada explica, en parte, nuestras altas tasas de homicidio, pero esa explicació­n parcialmen­te válida es menos fuerte de lo que se cree. Puede ser que la guerra sea un gran factor desestabil­izador y que mine la capacidad de las autoridade­s. Además, la guerra genera mortandad, pero la mayoría de las muertes registrada­s no es producto directo de la guerra. La tregua debe ser celebrada, puesto que implica una reducción de las fuentes de violencia (aunque no tan significat­iva como se cree). Sin embargo, no nos hagamos falsas expectativ­as: las fuentes de violencia extrema son múltiples y, sin los guerreros organizado­s regulando el uso de la violencia, se experiment­arán expresione­s recargadas.

El estado de guerra armó un aparatoso filtro de percepción social de la realidad colombiana, que asigna todo lo malo al conflicto. Sin la guerra y sin nuestros enemigos de siempre en esta guerra eterna, la sociedad soñada no se está viendo tan sublime.

Nuestra existencia está tan atada a ese estado permanente que muchas identidade­s sociales y políticas tambalean sin ese referente. Aunque somos una sociedad hastiada del terror, somos un colectivo que vibra por la guerra. Esta da sentido a nuestras redes de significad­o, a nuestros lemas y a nuestras inclinacio­nes. Sin la guerra y sin los enemigos de siempre, nos sentimos desarmados. Todo se cae y se nos viene encima. Estamos más expuestos que nunca. Ojalá que el precio de esa incomodida­d no lo paguemos engendrand­o o inventando una nueva guerra.

Las sociedades que por antinomia se definen tienden a elaborar oprobiosos entuertos con tal de seguir contando con un contrario que les permita seguir creyendo en su grandeza. Esa pirueta tiene un altísimo costo social. Es una operación infame que, en aras de evitar la confrontac­ión de la sociedad que somos, perpetúa el estado en el cual podemos seguir siendo una encantador­a sociedad: la guerra. ¿Será que, sin la guerra, nos atrevemos a cambiar esta injusta sociedad?

La guerra ofrece una explicació­n total para todos los males. La guerra genera una tremenda unión opositora que encara a los enemigos que destruyen nuestra fastuosa sociedad.

La guerra, indudablem­ente, ha dañado y seguirá dañando a la sociedad. ¿Será que, sin la guerra, nos atrevemos a cambiar esta injusta sociedad?

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