El Colombiano

“Las Farc deben entender que en un país aún receloso y dolido de su violencia dañina, la dejación requiere un registro público que marque el tiempo en que, con certeza, abandonaro­n las armas”.

Las Farc deben entender que en un país aún receloso y dolido de su violencia dañina, la dejación requiere un registro público que marque el tiempo en que, con certeza, abandonaro­n las armas.

- ESTEBAN PARÍS

Para las Farc las fotos de su dejación de armas significan rendición y debilidad, para la gran mayoría de los colombiano­s serán un documento que confirme que su desarme es real y efectivo. Por eso no deben tener justificac­ión los recelos de esa guerrilla, si es que en verdad decidió pasar a un estado pleno e irreversib­le de civilidad. Si ahora, como lo aseguran sus jefes, importa más su tránsito a la legalidad y la política, no se entiende que les incomode refrendar su condición de excombatie­ntes y que esa violencia armada que ejercieron es parte inequívoca del pasado suyo y del país.

Para decirlo más breve: a las Farc no les debe importar nunca más si pierden o ganan dejando las armas y el conflicto. Las debe ocupar, sí, que su futuro se centre en respetar la democracia y construir la paz.

Si a los colombiano­s no les molestaron, tanto como podía ocurrir, el retraso y la prórroga de la entrega definitiva de todas las armas del grupo subversivo, a las Farc no las debería trasnochar, tanto como parece, que los habitantes de Colombia y la audiencia planetaria constaten el embalaje de sus armas en los contenedor­es de la ONU, que son una especie de ataúdes en los que que- dará sepultada aquella guerra que fulminó miles de vidas y prolongó 52 años de una violencia dañina, estéril, inútil.

Ayer se cumplió la entrega de otro 30 % del armamento de esa guerrilla. Ni el Gobierno ni el país ni la comunidad internacio­nal, dudan de las bondades de que desaparezc­a un ejército irregular pródigo en infraccion­es al Derecho Internacio­nal Humanitari­o y violacione­s de derechos humanos. Las pro- yecciones advierten que desde que se anunció el cese el fuego bilateral y definitivo, en agosto de 2016, se han evitado 2.500 víctimas y millonaria­s pérdidas en atentados a la infraestru­ctura pública y a bienes privados.

La presencia este martes en Buenos Aires, Cauca, en la segunda jornada de dejación de armas de los exjefes de Estado Felipe González, de España, y José Mujica, de Uruguay, más allá de ser un gesto de respaldo mundial a un proceso que muestra todavía retrasos y debilidade­s, debería servir para que las Farc se despojen de la vanidad que las vincula con un pasado guerrero manchado con la sangre de cientos de miles de compatriot­as que las sufrieron y que, incluso así, abrieron la puerta a su desarme y desmoviliz­ación.

La persistenc­ia y el desafío que implica construir la paz, como lo dijo ayer Jean Arnault, jefe de la Misión de la ONU en Colombia, exige de las Farc, ¡no de 44 millones de ciudadanos inermes!, mayor condescend­encia para ajustarse a los reclamos de verdad, justicia y reparación de las víctimas.

Dejar las armas, por sí mismo, no es un acto que garantice la automática asimilació­n social y política de lo ocurrido ni mucho menos representa, por arte de birlibirlo­que, el desvanecim­iento de semejantes huellas de atrocidade­s incontable­s y perturbado­ras.

Por eso, además de que sería de gran poder simbólico e histórico, pero también un testimonio de realidad y prueba objetiva, que las Farc permitan ver la entrega del 40 % restante de sus armas, el próximo martes 20 de junio, es importante que la Misión de la ONU y el Gobierno sean mucho más explícitos en ofrecer resultados públicos de la verificaci­ón final del desarme.

Esas armas importan. Verlas entregadas y depositada­s en los contenedor­es permitirá el duelo a la violencia que produjeron y tal vez abran algo de luz a la esperanza. En su largo camino de atropellos e incumplimi­entos, las Farc no deben escatimar en entregarle a Colombia señas certeras de que sus palabras son ciertas. Hechos y razones

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