MANOS DE PAPÁ
Manos de un papá, que ya no está y no se olvida, que expresaban el amor con “dulcineas” de Támesis o de Salgar...
No comparto que “mama es mama y papas venden en la plaza”. Tal vez porque tuve un papá de lujo, porque mis hijos tienen uno ídem y porque sé que como ellos hay millones que enaltecen la paternidad, hoy celebro a los padres y escribo, con profundo agradecimiento, Manos de papá.
Manos que asumen la responsabilidad de sus actos con amor. Manos que cambian un pañal, que calientan un tetero o cantan una canción de cuna mientras el resto del mundo duerme plácidamente.
Manos que, a veces, son el único sostén de una familia. Manos callosas que se tornan suaves para prodigar una caricia. Manos que saben de virtudes, que dejan enseñanzas, que ayudan en las tareas y reciben un informe del colegio. Manos querendonas que consuelan, alegran y sanan un raspón del corazón.
Manos que sirven una cena, visten muñecas y tejen trenzas cuando toca. Manos que lanzan un balón y sostienen una nalga para trepar a un árbol.
Manos retráctiles de superhéroes que se acomodan al tamaño de un cuerpo pequeñito. Manos que dejan huella, que construyen un mundo real y, en lo posible, feliz.
Manos que ejercen la ternura, que aplauden éxitos e imponen castigos justos. Manos que rompen el espejo de violencia en que crecieron y ponen uno nuevo que refleja respeto y honestidad a toda prueba.
Manos que proveen no solo ropa y alimentos. Manos que saben que su misión va más allá de la función reproductora y no niegan su sangre.
Manos de papá que sostienen la pita para que sus hijos vuelen alto como una cometa, mientras tiran y aflojan para que no se reviente y se pierda. Manos que sueltan la pita para que vuelen solos cuando llegue el momento.
Manos que balancean síes y noes, tan importantes para la autonomía, la independencia y el carácter.
Manos que hacen de un hogar el lugar más seguro de la Tierra. Manos que rodean cuando sus hijos sienten que su universo les quedó grande. Manos que enseñan a montar en bicicleta con la misma alegría con que van a trabajar al otro día.
Manos que protegen la dignidad de la familia. Manos que saben que la lealtad va de la mano con la tranquilidad.
Manos dispuestas a posponer la serie o el partido mientras mecen a un niño que se duerme entre sus brazos. Manos que convierten una panza prominente en un parque infinito de aventuras. Manos mágicas que en vez de cicatrices de- jan experiencias inolvidables para el futuro.
Manos de papá que han hecho de mamá tantas veces. Manos que favorecen una comunicación íntima en la sacada de los gases. Manos que se estiran para recibir unos primeros pasos y se ponen al nivel del más bajito. Manos que enseñan que los errores son inevitables, pero que se pueden corregir con humildad. Manos que dudan y pueden equivocarse tratando de acertar, pero ayudan a distinguir el bien del mal. Manos que exploran el mundo de su hijo y dejan lugar a la curiosidad.
Manos de un papá, que ya no está y no se olvida, que expresaban el amor con “dulcineas” de Támesis, de Salgar o de Bolívar…
La celebración dura un día, pero el reconocimiento es eterno. Que los agradecimientos lleguen envueltos en jirones de corazón, con moño, abrazos y muchos besos todos los días. ¡A su salud, señores papás!