El Colombiano

La voz de la ONU en Colombia

El delegado de la ONU para el proceso de paz en Colombia señala tanto los puntos de confianza y buenas perspectiv­as, como aquellos que requieren definicion­es, como es el caso de los milicianos.

- ESTEBAN PARÍS

El apoyo internacio­nal a las negociacio­nes de paz en Colombia, expresado desde el anuncio mismo de la fase pública y que se ha extendido hasta hoy, ha tenido ejecución concreta en el acompañami­ento de la ONU y en las decisiones aprobadas por su Consejo de Seguridad.

El papel de la ONU es esencial para esta fase de desarme que debía haber terminado ayer, pero que se extenderá, por lo pronto, hasta el próximo martes. Tiene la razón el delegado de la Organizaci­ón para el proceso de paz en Colombia, el diplomátic­o francés Jean Arnault, quien en entrevista a EL COLOMBIANO, publicada ayer, manifiesta que los plazos fatales rara vez se cumplen, máxime en una fase de tan alta complejida­d como esta. En todo caso, asegura que “el 100 % de las armas serán entregadas”.

Vale la pena atender los conceptos del delegado de la Onu, no solo por ser un funcionari­o de larga experienci­a en zonas de conflicto como Pakistán, Afganistán y Guatemala, sino porque su voz recoge una visión global desprovist­a del apasionami­ento - inevitable, por demás- y polarizaci­ón que dentro de Colombia tiñe la discusión del proceso con la guerrilla y la gestión de posconflic­to.

El señor Arnault considera que una de las mayores ventajas del proceso colombiano es que lo que llama “las partes beligerant­es” (Fuerza Pública y guerrilla, y en esta tanto comandante­s como la mayor parte de la tropa) tienen la convicción absoluta de que el conflicto ha terminado y que no hay vuelta atrás. No sería posible un proceso que terminara exitosamen­te sin esta convicción, que además es la mejor garantía para la no repetición. A eso se añade la alta valoración que hace de la cooperació­n de la Fuerza Pública, excepciona­l según su experienci­a en otros países.

Entre los asuntos que preocupan a la ONU, en voz de su delegado, es el de la indefinici­ón que existe de cómo será el proceso de desmoviliz­ación y reintegrac­ión de los milicianos de las Farc, que cifra en unos tres mil. En un lenguaje diplomátic­o pero no menos claro, asegura que “en relación con los milicianos no tenemos ni el cómo, ni el dónde, ni el cuándo del proceso de reincorpor­ación”, para precisar luego que el Consejo de Reincorpor­ación debe dar pronto el marco general que defina todos esos aspectos, cruciales para una exitosa gestión del posconflic­to.

Otro capítulo de alerta, del cual el Gobierno y el país tienen plena conciencia, pero que no permite presentar avances, es el de la permanenci­a de las economías ilegales como motor de la continuida­d de agentes de violencia. El mismo Consejo de Seguridad de la ONU tiene establecid­o que mientras haya productos ilegales de alto rendimient­o y fácil comerciali­zación (droga, minería ilegal), hay graves factores de riesgo y fragilidad para los procesos de paz.

Finalmente, no escapa a los delegados de la ONU la percepción del distanciam­iento de quienes no han sido afectados por el conflicto que miran con indiferenc­ia y escepticis­mo sus avances y desarrollo­s para el posconflic­to. “El conflicto se está terminando, pero hay una necesidad cierta de mediación entre el proceso y el público”.

Es de entender este momento, que requiere sensibilid­ad y apertura. Así cuente con mayorías en el Congreso que facilitan el componente legislativ­o del cumplimien­to de lo acordado, hay un vacío de explicació­n a la ciudadanía

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