Río Arriba, Río Abajo, conversaciones con el agua
La obra se cuenta desde la mirada de tres mujeres sobrevivientes del conflicto en Colombia. En el Pequeño Teatro.
El primer estreno de Río Arriba, Río Abajo fue en 2014, en el patio del Pequeño Teatro. Era una obra 360 porque en el patio el público está en cualquier parte a la redonda. Un experimento. Fue esa vez, ninguna otra.
No la hicieron más porque una actriz se fue a México y montarla de nuevo se les hacía difícil. La esperaron esa vez, y después otra vez, cuando quedó en embarazo. Hasta que Jesús Eduardo Domínguez, el director, pensó que había que seguir, buscó otra actriz y la volvió a montar. Atrás quedó el patio, y se pasaron para la sala grande del Pequeño, la Rodrigo Saldarriaga.
Al tener un espacio nuevo, nuevos músicos y un nuevo autor, y aunque estén las mismas otras dos actrices y la misma bailarina y el mismo director, es como volver a empezar: el segundo estreno de Río Arriba, Río Abajo fue el 7 de junio, a las 7:30 de la noche.
El proceso
Han pasado cuatro años desde que Jesús Eduardo Domínguez escribió la obra. Empezó luego del anuncio del inicio del Proceso de Paz. Hubo una primera pregunta: las víctimas del conflicto y el proceso de duelo de los sobrevivientes. Antes de rayar las hojas hubo un proceso de investigación. Quería saber sobre las formas de llevar los duelos en Colombia. Revisar los rituales, hablar con familiares y amigos de las víctimas. Ir a leer documentos en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Buscar canciones.
Entonces descubrió, dice él, que los ríos están en el centro de la memoria del conflicto, que han sido, en sus palabras, las grandes necrópolis de Colombia. También que la mayoría de sobrevivientes han sido mujeres, y encontró testimonios y un vínculo con sus vivencias: es la violencia que le tocó vivir desde su niñez y su juventud, él que es de Urrao.
Recorriendo esos relatos, precisa, vio la posibilidad de hacer la obra, de que fuera una mezcla de elementos del teatro, la antropología, la no ficción, las fotos de los desaparecidos, el tono performático, la música en vivo. La vida misma.
La puesta en escena es además un homenaje a las Madres de la Candelaria.
La obra
A Río Arriba, Río Abajo la van haciendo varios monólogos pequeños. Es, la define el director, una obra fragmentada, un experimento dramatúrgico: son varias mujeres sobrevivientes del conflicto, que perdieron a sus familiares por asesinatos o desapariciones, que hablan no de cómo sucedieron los hechos, sino de la relación que han tenido con el mundo después de ello.
En el caso de los desaparecidos, como no tienen un lugar para visitar a sus seres que ya no están, pues van a los ríos. A Jesús Eduardo le parecía importante esa relación con el agua.
Luego están los rituales alrededor de la muerte, que se van uniendo: el Gualí, los alabaos chocoanos, el segundo entierro wayuú, las plañideras.
Hay un elemento más, y es la relación con Antígona, la obra de Sófocles. El dramatur-
go quería traer la tragedia griega para universalizar su puesta en escena, darle otro contexto. Por eso los coros, para representar a la Antígona griega, y además a las antígonas que hay en Colombia.
A la pieza la acompaña la música en vivo, con músicos del Pacífico, de casa afrodescendiente Tumac, que interpretan canciones folclóricas del país. Ellos se suman a Omaira Rodríguez, Paula Bedoya y Diana Montaño, ya Sandra Mosquera, la bailarina.
En total es una hora y 15 minutos con esas tres mujeres que cuentan la vida que sigue. Porque no se trata de quejarse, sino de ir más allá del dolor, como un ritual, como una pregunta por la pérdida, por qué pasa con los que quedan. Cómo conversan con sus desaparecidos. Cómo siguen.
Canta el coro: “Porque en ninguna parte los encuentro, en ninguna tumba, en ningún sepulcro de cementerio. Sola, cantando en este puente, busco a mis muertos”