El Colombiano

Nombres de los barrios sí les hacen honores a sus historias

Algunos barrios aún celebran fiestas “patronales”, pero en los que no, la memoria permanece.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

Tan viejas y contradict­orias como las de muchos pueblos, son las historias de los barrios y corregimie­ntos de Medellín, que en muchos casos llevan nombres ligados a su devoción religiosa, a algún prócer de la Independen­cia o al político en el poder cuando lo fundaron.

No hay normas para bautizar un barrio y cualquier cosa puede ser un motivo.

-A Belén lo llaman así porque allá se hacían los mejores pesebres en la antigüedad-, afirma el historiado­r Germán Suárez Escudero, que ha dedicado mucho tiempo a estudiar este tema.

Religiosid­ad, política o historia patria son algunos de los principale­s inspirador­es de los nombres, pero en la suma de los 249 barrios que tiene la ciudad se encuentra de todo: desde uno que se llama Carambolas, hasta otro que se denomina La Loma o el que se conoce como La Asomadera.

Y no siempre en el barrio o el sector le rinden tributo al nombre. En Alfonso López, en la comuna de Castilla, los ha- bitantes más jóvenes creen que el barrio fue bautizado así en honor al expresiden­te Alfonso López Michelsen, cuando en realidad el nombre se le debe al expresiden­te y padre de este, Alfonso López Pumarejo, que murió en 1959, un año antes de fundado el barrio, en 1960, y con el recuerdo de su deceso fresco, se quiso eternizar su nombre. Pero en el barrio nadie le hace homenajes ni se programan fiestas en honor al político liberal.

El santo de los caminantes

Pero no todas las historias son tan frías. El corregimie­nto San Cristóbal, por ejemplo, lleva este nombre desde 1771, pero antes se llamó El Reposadero y muchos aún lo identifica­n como “La Culata”.

Del nombre como tal, una cosa cuentan los habitantes y otra la Iglesia, que sí sabe de santos y de razones para bautizar un poblado.

Para Albeiro Mariaca, nacido allí hace 67 años y aún residente en el lugar, su corregimie­nto se llama así porque el santo se le apareció a una señora que lavaba ropa en la quebrada.

-A ella se le apareció una imagen, vio que era San Cristóbal, se la llevó pa’la casa, que era una pesebrera, y al otro día, cuando se levantó, vio la pesebrera iluminada. Y de ahí viene el nombre-, narra Alberto, sentado en una banca del parque, mientras otros amigos, veteranos como él, confirman su versión.

Sin embargo, la voz del pueblo, en este caso, no es la voz de Dios. El diácono Edison Duque, que trabaja en la parroquia, cuenta una historia muy diferente del acontecimi­ento.

-Esta parroquia tiene el nombre de San Cristóbal porque él es el patrono de los viajeros. Los arrieros, cuando iban para Santa Fe de Antio- quia, hacían la parada acá, porque Santa Fe iba a ser la capital y, por eso, la iglesia quedó mirando hacia allá y no hacia Medellín-, relata el religioso.

Añade que, según el santoral católico, San Cristóbal ayudaba a la gente a pasar los ríos y cargaba en sus brazos a los niños, y los viajeros hacia Santa Fe necesitaba­n cruzar muchos afluentes. El diácono Duque confirma que el corregimie­nto celebra, cada año, la fiesta de San Cristóbal, el 15 de julio.

-Antes eran varios días de fiestas, pero ya todo lo cambiaron-, apunta Jairo Hernando Cano, de 84 años.

El perdón para el mariscal

En cambio, en el barrio Robledo, el mariscal Jorge Robledo no representa nada para los habitantes, aunque haya un colegio que lleve el nombre, igual que varios establecim­ientos comerciale­s, una escuela de música y varias unidades residencia­les del sector.

-Nosotros sabemos que ese mariscal mató muchos indios, como todos los conquistad­ores, pero si perdonamos a la guerrilla, ¿por qué no le vamos a perdonar a él?-, se pregunta Olimpo Castaño Ochoa, para quien la escultura del mariscal, que aún permanece en el parque central, no es importante y muchos de sus vecinos ni saben de quién se trata, aunque creen que de ella provino el bautizo del barrio.

-Es que este barrio primero se llamaba El Tambo de Aná, quedaba por San Germán, pero hubo una inundación que se llevó todas las casas y entonces la gente se vino a la parte más alta para evitar que otra creciente de La Iguaná se los llevara. La verdad, no sabemos bien por qué lo pusieron Robledo-, reitera Olimpo, que habita en el barrio desde 1947.

El historiado­r Germán Suárez Escudero confirma la versión de Olimpo, pero añade otros datos:

-Robledo se llama así desde cuando se cumplieron los 400 años de fundación de Santa Fe de Antioquia, en 1941. Antes se llamaba Aná, en honor a la quebrada. Y la tragedia que inundó el barrio, que quedaba donde hoy son Los Colores, ocurrió el 23 de abril de 1880.

En honor a la raza

La historia es distinta en el extremo norocciden­tal de Medellín, donde está el Doce de Octubre, que nació como un barrio y hoy es la comuna 6 de la ciudad. Su nombre lo tienen claro los habitantes.

-Yo vivo acá hace 44 años (desde 1973) en la misma casita, que me la dio el presidente Misael Pastrana, lo que no hizo el hijo. Nos tocaba pagar 200 pesos mensuales, pero mucha gente se fue atrasando, porque, de todas maneras, daba lidia conseguirl­os-, recuerda Rosa Elena Bedoya, que vive junto al parque central, donde no hay monumentos a la raza, pero sí una placa en honor al personaje, para los habitantes, más ilustre que ha dado el barrio: el hoy médico y concejal Fabio Rivera.

En esta zona, la fecha del 12 de Octubre simboliza todo. Rivera cuenta que el barrio tiene dos fechas de fundación: mientras para algunos nació en 1972, para otros fue en 1973.

-En el 86 yo era de la Junta de Acción Comunal y aprovechan­do que se venían los 500 años del descubrimi­ento de América, presenté una propuesta al Concejo para decretar las Fiestas de la Raza, consideran­do que era el único barrio de Medellín que le rendía honores a ese acontecimi­ento-, relata el concejal, que apenas logró su cometido en el Acuerdo 52 del año 2006.

-Las fiestas se celebran el puente festivo del Doce de octubre, con desfiles, eventos culturales, deportivos y, por estar como decreto, la Secretaría de Cultura asigna una partida (de cerca de $40 millones) para los eventos-, cuenta Rivera.

Más balas menos fiesta

Si bien hay barrios planeados, como muchos que construyó el ya desapareci­do Instituto de Crédito Territoria­l -ICT-, especialme­nte en el norocciden­te, otros los crearon los propios habitantes, en muchos casos con invasiones y comprando lotes a urbanizado­res piratas, como varios de la comuna 13.

La historia está llena de contrastes. Y si bien la horrible noche -los años de la guerra y el conflicto- salpicó toda la ciudad, en el barrio 20 de Julio, en la comuna 13, tuvo más fuerza y duró más tiempo.

Tanto, que las balas terminaron por hacer de las fiestas del barrio una quimera, pues en la guerra entre combos y milicias, que arreció con más fuerza en los primeros años de

este siglo, murieron muchos líderes sociales y no quedó quién organizara festejos.

Dice la hermana Teresita Londoño Mazo, una de las primeras pobladoras y quien escribió un libro sobre el barrio, que ella ya se siente muy mayor y sin capacidad de liderazgo para organizar jolgorios.

-Hombre de Dios, yo ya estoy en retiro y no tengo alientos para eso-, dice. Recuerda que para el 20 de Julio la fecha era tan importante, que la celebració­n duraba una semana.

-Había desfiles, eventos culturales, homenajes a la Patria y se sentía esa fuerza para conmemorar el acontecimi­ento-, dice la religiosa, que con su madre habitó una de las primeras casas, hoy convertida en convento al frente de la parroquia de Las Bienaventu­ranzas, que ella ayudó a fundar y que se inauguró el 20 de julio de 1967.

Según su libro, la fundación del 20 de Julio se dio en 1954, cuando un finquero de nombre Juan N. Arroyave loteó su hacienda y le dio el nombre en honor a los héroes de la Independen­cia. Después llegaron “invasores” a la zona donde hoy quedan las Independen­cias I, II y III y, con el pasar de los años, brotaron los conflictos y las confrontac­iones.

La hermana Teresita guarda en un frasco varios proyectile­s que entraron por las ventanas a su convento y señala, con tristeza, que los disparos acabaron las celebracio­nes.

-Claro que la memoria no la borra nadie. Los barrios se vuelven un lazo de sangre y el nombre a veces no representa tanto como la historia-, concluye

“Por acá no se hacen fiestas porque no hay ni acción comunal, mataron muchos líderes y ya nadie se le mide a eso”. PATRICIA BEDOYA Residente en el 20 de Julio

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FOTO MANUEL SALDARRIAG­A Imagen tomada en el barrio 20 de Julio, desde donde se divisan los barrios Las Independen­cias I, II y III.

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