Ver para no creer
Enrique Santos, hermano del presidente Santos, compartió con EL COLOMBIANO su apreciación sobre este día histórico.
Lo primero que habría que entender es que el acuerdo de paz ha sido eficaz para detener la guerra, más específicamente, el atroz conflicto armado con las Farc, que era la principal causa de muertes de soldados y policías, de secuestros, atentados contra la infraestructura económica y de vejámenes de toda índole contra la a población civil.
Otros agentes de la violencia que aún vive el país, como el Eln y bandas criminales de diversa denominación, no se comparan ni lejanamente en tamaño, organización, poderío militar y capacidad para causar daño, con lo que han representado en las últimas décadas las Farc, responsables de la inmensa mayoría de acciones violentas padecidas por la sociedad y el Estado colombianos.
Por eso, la dejación de las armas por parte de esta orga- nización es el hecho concreto más importante del proceso de paz. Lo que todos los colombianos estábamos anhelando y no creíamos fuera posible, pero que cuando se produce, no genera la alegría ni el entusiasmo que merece, porque aún nos negamos a creer lo que está sucediendo.
Tal es el grado de negativismo en el que se ha caído, y tal el efecto de la obsesiva campaña de los enemigos del proceso contra todo lo que se ha logrado, dicen que se entregaron cuatro mil armas y no cinco mil; que se ha incumplido en varios días el cronograma de la dejación, que quién sabe cuántos fierros tendrán por ahí enterrados… críticas tan mezquinas como irrelevantes frente a la dimensión y trascendencia de lo que ocurre.
Y es que la dejación de las armas es un contundente hecho de paz que debe destruir la desconfianza. Los 260 mil muertos que ha producido el conflicto –óigase bien: 260 mil—nos obligan a valorar la dejación de armas en todo lo que representa. Es uno de los momentos culminantes de un proceso de paz que coincide con la tasa de homicidios más baja de los últimos 40 años.
Por otra parte, el número de secuestros es también el más bajo de la historia, desde que se tiene estadística de este delito. El más cruel de todos y el que más ha conmovido y traumatizado a decenas de miles de las familias colombianas. Otra característica que vale la pena tener en cuenta de este proceso de dejación, es que se entregaran más armas que hombres de las Farc, a diferencia del proceso de Justicia y Paz, en el cual cada dos desmovilizados se entre- gó solo un arma. Tema al que poco aluden los que tanto cuestionan el actual proceso pero tan fervorosamente respaldaron aquel.
Como decía esta semana Álvaro Sierra Restrepo, en su columna de despedida de El Tiempo, todo indica que si alguien le pone conejo a la paz no van a ser las Farc, y que por eso toca empezar a pensar que cara tendrá Colombia una vez deje de existir una de las guerrillas mas viejas del mundo. Una que, además, ha incidido en las elecciones presidenciales de los últimos 30 años.
Porque la cosa va en serio y, también por eso, los que juraban que esto nunca sucedería se están viendo a gatas para encontrar argumentos convincentes para oponerse al proceso. La dejación de armas de las Farc es un enorme paso que no tiene vuelta atrás y que ha sido exaltado en el mundo entero.
Es incomprensible que aquí, donde más reconocimiento debería tener, haya gente que no quiera creer en lo que está viendo, o que aún se niegue a entender el significado de este hecho, en un país que sufrió durante 53 años la violencia armada de los que hoy se desarman. Pero estoy seguro de que poco a poco, más temprano que tarde, vendrán más y más hechos positivos, que uno tras otro le harán ver a todos los colombianos los grandes beneficios de lo que se está sembrando