El Colombiano

¿El fin del conflicto?

- Por JAIME ARRUBLA PAUCAR Especial para EL COLOMBIANO

Jaime Arrubla, expresiden­te de la Corte Suprema de Justicia, opina acerca de la dejación de armas de las Farc.

Se llegó al fin la entrega de las armas de la guerrilla, luego de varios años de negociacio­nes; se supone que con este hecho se concluye un conflicto armado de más de cincuenta años, entre el Estado colombiano y el grupo subvertido de las Farc, que, bajo el pretexto de buscar tomarse el poder e imponer su ideología política, se había dedicado todo este tiempo, al secuestro, la extorsión, el narcotráfi­co y a toda una serie de desmanes al margen de la ley. De guerra poco, pues está es una forma de conflicto sociopolít­ico entre dos grupos humanos; sin embargo, no se puede desconocer la existencia del conflicto y las consecuenc­ias devastador­as para la sociedad colombiana.

Desde que comenzaron las negociacio­nes manifestam­os nuestra conformida­d con la búsqueda de una solución dialogada para poner fin al conflicto; hemos sido de la opinión que cree en la negociació­n política como instrument­o válido para buscar la solución del enfrentami­ento y por ello estamos convencido­s que hay que darle una oportunida­d a la paz y al gran esfuerzo que se ha adelantado en este largo proceso de negociació­n, que ahora observa su implementa­ción en lo tocante a la entrega de armas, con lo que se espera se haya llegado a su punto final.

Ojalá este sea el fin de conflicto y no una tregua, como diría Georges Clemanceau; no es que seamos pesimistas o aves de mal agüero; sino que tenemos que mirar con detenimien­to los compromiso­s que asumió el Estado colombiano en las 297 farragosas páginas que componen el Acuerdo Final y que ahora forman parte de nuestra Constituci­ón Nacional. Desde hace rato, la guerrilla, en su nueva expresión de partido político en génesis, acusa al Gobierno de su incumplimi­ento.

Muchos temas causan preocupaci­ón. En el tema agrario, por ejemplo, llama la atención el compromiso con el número de hectáreas que hay que disponer para los propósitos del acuerdo, que prácticame­nte son las que el país tiene destinadas al agro. También los compromiso­s con la sustitució­n de cultivos que van a ser difíciles de cumplir. El problema de la tierra está mal acordado y va ser motivo de nuevos enfrentami­entos.

En el tema de justicia es otro que ocasionará desvelos; siempre hemos pensado que no era necesaria tanta concesión. Perfectame­nte la justicia ordinaria podía haber atendido los requerimie­ntos de justicia transicion­al, como lo ha hecho en el pasado. La Jurisdicci­ón Especial para la Paz es innecesari­a. Queda la discusión sobre los delitos conexos a la rebelión que darán pie para las amnistías y los indultos. Se reconoce que el acuerdo hace la salvedad que estos beneficios no caben en los delitos de lesa humanidad, pero en el ambiente queda una percepción de que habrá poca justicia y mucha impunidad. Hay una insatisfac­ción generaliza­da en las víctimas del conflicto.

El país queda dividido y fraccionad­o a consecuenc­ia del proceso y su implementa­ción. No hubo consensos políticos y, cuando se intentaron, fueron desatendid­os por los negociador­es que manejaron el proceso con exclusión y con soberbia, como si la paz fuese un triunfo que no se quiere compartir. Políticame­nte, dentro de la sociedad colombiana y frente a los partidos políticos no subvertido­s, el proceso es un desastre. Sin embargo, rescatamos el momento histórico que vive Colombia y la importanci­a que tiene el estar caminando en la búsqueda de concluir exitosamen­te los propósitos de paz. Si ello se consigue, valdrá la pena el listado de sacrificio­s que este momento nos exige

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FOTO COLPRENSA Jaime Arrubla Paucar apoyó las propuestas que lideraban sectores del NO en el plebiscito.

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