POR QUÉ TENEMOS QUE BURLARNOS DE TRUMP
Miremos el lado positivo: el espectáculo de partidarios iracundos de Donald Trump que interrumpen Shakespeare en el parque durante su producción de “Julio César” y la tormenta posterior en Twitter de abuso dirigido a cualquier empresa con Shakespeare en su nombre demuestran que las obras de teatro conservan el poder de conmocionar y enfurecer. ¿Quién dijo que el teatro son puros musicales alegres y anodinos?
Yo no vi la producción que convirtió a Julio César en un parecido a Donald Trump, así que no puedo comentar sobre la exactitud de la imitación o la violencia contra el presidente que algunas personas creen que pretendía incitar. Pero hay algunas cosas en la naturaleza del drama shakesperiano en general -sus sutiles cambios en simpatía, los choques que administra a nuestros prejuicios, su suspensión de los impulsos a la acción política definitiva- que obviamente no eran evidentes para los manifestantes.
La primera de ellas es que una obra de teatro, por más incendiaria que sea su trama, es algo muy diferente a un discurso político. Un discurso nos pide que salgamos y hagamos, o al menos que nos vayamos y creamos en algo; una obra de Shakespeare se mueve a través del tiempo, mide la acción contra el motivo y nos muestra la consecuencia. Tal vez en- tramos al teatro de manera impulsiva, pero salimos consumidos por el pensamiento.
Trump nunca, en esas palabras, promovió el asesinato de
Hillary Clinton cuando habló durante un rally electoral sobre el probable efecto de su manipulación de las leyes de porte de armas, pero evitó la incitación solo convirtiendo sus palabras en un estilo de drama cómico. Esto no era Shakespeare, pero era algo diferente a su usual “¡a la cárcel con ella!’’. En lo profundo del subconsciente de Trump, al- guna comprensión del discurso dramaturgo, y no la oratoria, se movió brevemente. No, él no había hecho un llamado para pegarle un tiro a Clinton.
Las obras de teatro no le dicen qué pensar, ni mucho menos cómo actuar. Una buena obra ni siquiera le dirá lo que piensa el dramaturgo. ¿Qué creía Shakespeare? No lo sabemos. En un drama el significado emerge, con suspenso, de la interacción de fuerzas, del choque entre voces. No existe, en el arte, la verdad incontingente.
El hecho de que los trumpistas no reconocen este proceso no es sorprendente. El atractivo de Trump es para quienes creen que la verdad viene en una cápsula . Pero su ira ante la personificación del presidente como el pronto a ser asesinado Julio César es motivación para el satírico. La sátira es menos sutil que el drama shakesperiano. Baja la cabeza y ataca. Las preguntas que siempre se hacen sobre ella -¿hará bien, cambiará opiniones, será reconocida por las personas satirizadas?- por lo tanto encuentran respuesta.
La vejación es su propia recompensa. Es consolador ver cuán susceptibles son los partidarios de Trump. Pero en verdad, siempre hemos sabido esto acerca de personas de tendencia absolutista. Justo antes de la guerra, Adolf Hitler intentó medios diplomáticos para que se le prohibiera al caricaturista británico David
Low dibujar caricaturas del Führer. Incluso se ha sugerido que el nombre de Low estaba en una lista de personas que serían asesinadas cuando los nazis ocuparan Gran Bretaña.
El fracaso de humor del comunismo es el tema de la primera novela de Milan Kundera, “El Chiste”. Por escribir las palabras “Optimismo es el opio de la humanidad! Un espíritu sano huele a estupidez! Que viva Trotsky!” en una postal a una novia, Ludvik Jahn fue expulsado del partido comunista de Checoslovaquia y enviado a trabajar en las minas.
Mientras más monocromático el régimen, menos crítica tolera. Y de todas la crítica la sátira, con su ambición única de ridiculizar la vanidad y la delusión, es la más potente
Mientras más monocromático el régimen, menos crítica tolera. Y de todas la crítica la sátira, con su ambición única de ridiculizar la vanidad y la delusión, es la más potente.