El Colombiano

EDITORIAL

Es de la mayor importanci­a el desarme de las Farc. La paz avanza, aunque queden otros agentes ilegales generadore­s de violencia y criminalid­ad. Y es una pausa para recordar a las víctimas.

- ELENA OSPINA

“Es de la mayor importanci­a el desarme de las Farc. La paz avanza, aunque queden otros agentes ilegales generadore­s de violencia y criminalid­ad. Y es una pausa para recordar a las víctimas”.

La delegación de la ONU en Colombia, el Gobierno Nacional y las Farc aseguraron ayer al país que todas las armas en poder de ese grupo guerriller­o fueron entregadas a los inspectore­s de la organizaci­ón internacio­nal. Solo quedan unas 700 para “la seguridad de los campamento­s de las Farc, hasta el primero de agosto”, según palabras de Jean Arnault, jefe de la delegación de la ONU.

En Mesetas, departamen­to del Meta, el diplomátic­o expresó que ambas partes, Gobierno y Farc, han cumplido el cese bilateral del fuego. El presidente Juan Manuel Santos afirmó que la paz en Colombia es real e irreversib­le. Y Rodrigo Londoño, “Timochenko”, reivindicó una y otra vez el cumplimien­to de sus compromiso­s, a la vez que elevó un persistent­e reclamo por lo que considera incumplimi­entos acumulados del Estado frente a lo acordado en La Habana.

La puesta a disposició­n de la ONU de 7.132 armas de las Farc es un hecho muy importante. Realmente histórico, a riesgo de incurrir en el tópico. Es la decisión efectiva de una gran parte de la guerrilla de desistir de los crímenes como forma de lograr objetivos también casi siempre ligados a la criminalid­ad, y solo residualme­nte políticos.

No debe desestimar­se, por tanto, este proceso de desarme. Son legítimos los interrogan­tes sobre el número verdadero de armas, pues las cifras nunca fueron aclaradas, y lo que la ONU certifica es lo que las Farc decidieron entregar. Quedan todavía las caletas. Pero son más de 7.000 armas menos en poder de agentes generadore­s de violencia a gran escala contra la población civil y contra las Fuerzas Armadas.

El presidente Santos se refirió ayer a esas armas como las que se usaban “para atacarnos entre nosotros”. Y añadió que vamos a construir el país “donde no nos matemos más por nuestras ideas”. La sociedad colombiana, a la par que puede celebrar este proceso de desar- me, tiene derecho a no ser agrupada en el mismo renglón generaliza­nte como si ella, como un bando combatient­e, hubiese fomentado la violencia de todos contra todos.

Aquí, precisamen­te, a partir de ahora sin esa presencia de tantas armas, comienzan a jugar su papel la Verdad y la Justicia. Habrá intentos poderosos y, por lo que se ve hasta ahora, eficaces, para una rees- critura de la historia, con pretension­es de justificac­ión y absolucion­es a una forma de ejercer violencia. La voz de las víctimas, millones de víctimas, será definitiva y esencial para que no se tergiverse lo que padeció este país y su población durante más de cinco décadas. Los colombiano­s podrán exigir el derecho a la paz, y en paralelo ejercer el derecho a la memoria.

Las Farc pasan ahora a ser un movimiento político legal, sin armas, con expresa renuncia a la violencia y a la desconexió­n con los crímenes. El Gobierno, agrupando los poderes estatales que le competen, habrá de dar cumplimien­to a lo pactado, proteger la vida de los desmoviliz­ados y permitirle­s el ejercicio de la política, mientras la justicia especial cumple el papel que le fue asignado.

Al registrar el hecho sin duda positivo y esperanzad­or para el país de este desarme, es de elemental justicia dirigir un recuerdo emocionado a los millones de víctimas, a los soldados mutilados, a las familias de los policías y miembros de las fuerzas militares muertos, heridos, de quienes pocos quieren acordarse. Honor a su memoria y a su inconmensu­rable sacrificio

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