El Colombiano

Dejar el arsenal y así caminar hacia las urnas

Los exguerrill­eros llegan con 10 curules garantizad­as en el Congreso y con la posibilida­d de participar en todas las contiendas electorale­s del país.

- Por OLGA PATRICIA RENDÓN M.

Renunciar a la combinació­n de todas las formas de lucha para dedicarse a hacer política por las vías legales y legítimas, ese era el objetivo de las Farc desde que decidieron sentarse con el Estado colombiano a negociar el fin del conflicto. La lucha la mantendrán, pero no armada como lo vienen haciendo desde hace 53 años, ahora será en las urnas.

Con la dejación de armas, que concluyó ayer en Mesetas, Meta, queda atrás el pensamient­o que por muchos años imperó en su doctrina: “Las Farc, en su carácter de organizaci­ón alzada en armas contra el Estado, y su régimen político, desconocen la legitimida­d de esas leyes, de sus institucio­nes y, como tal, las combaten mediante la combinació­n de todas las formas de lucha, hasta instaurar un nuevo Estado con un Gobierno garante de los intereses más sentidos de las grandes mayorías nacionales de nuestra Patria”, dijo alias Raúl Reyes en el 2003, luego de que fueran levantados los diálogos de paz del Caguán.

Todo eso quedó atrás, las Farc empezaron un nuevo camino que los conducirá no solo hacia la legalidad sino a la democracia, mejor dicho, buscarán el poder que dan los votos sin presiones armadas.

Todo ese proyecto político se consolidar­á después del 1 de agosto, cuando los contenedor­es sean sacados por la Misión de la ONU de las zonas veredales, y las últimas 700 armas que tienen para su seguridad sean dejadas definitiva­mente.

Pero, ¿qué país es el que los recibe? EL COLOMBIANO consultó a expertos para darle respuesta a esa pregunta.

El fantasma de la UP

Si hay algo a lo que las Farc le han temido es a su exterminio, por eso, el fantasma de lo que ocurrió con la Unión Patriótica los persigue. Este partido, al que pertenecia­n miembros de la guerrilla, fue eliminado a sangre y fuego, al punto de contar casi 5.000 muertos. Hechos que la Corte Interméric­ana de Derechos Humanos ha calificado como genocidio.

Por eso los jefes guerriller­os han insistido en pedir que se activen las garantías de seguridad que les per- mitan hacer política sin armas.

“Los miembros de las Farc saben que están tomando un riesgo muy grande”, reconoce Miguel Ángel García, director Observator­io de Democracia de la U. de los Andes, aunque aclara que el país de hoy es muy diferente al que había en los 80 y 90, “ya no hay esas estructura­s paramilita­res y de derecha que le dieron tan duro a la izquierda”.

Sin embargo, el asesinato de líderes sociales, que ha cobrado la vida de 37 dirigentes desde el día que inició la implementa­ción del Acuerdo de Paz, 1 de diciembre de 2016, deja serias dudas. Además, desde esa fecha, cuatro miembros de las Farc han sido asesinados.

“Sobre Farc ya pesa un intento fracasado de hacer política lo que nos tiene que llevar a entender que garantizam­os su seguridad o estaremos condenados a repetir esta historia”, señala Pedro Valenzuela, director del Departamen­to de Ciencia Política de la Universida­d Javeriana.

García insiste en que la combinació­n de todas las formas de lucha no es exclusiva de las guerrillas, también la han hecho las elites políticas y económicas, que son quienes, al final del día, podrían acabar con este esfuerzo.

¿Cuál política harán?

La desaparici­ón de las Farc como guerrilla y su entrada al escenario político después de 53 años de conflicto armado es, para García, el evento más importante en la historia del país desde la Constituye­nte, en 1991.

Según Iván Garzón, director del programa de Ciencia Política de la U. de la Sabana, lo más probable, ya que el secretaria­do no ha dado luces todavía acerca de su plataforma para precisarlo con toda certeza, es que “van a conformar un partido político de corte marxista leninista que se sumará a la ya dividida izquierda colombiana”.

Sin duda, para él, esta es la mejor oportunida­d para que quienes justificar­on el uso de las armas se confronten con su espíritu democrátic­o.

Ese nuevo partido será, de acuerdo con Garzón, un actor de “cierta relevancia” en la política nacional, ya que participar­á en las discusione­s que se den en el Congreso de la República y es muy probable que alcancen posiciones de poder en regiones donde las Farc históricam­ente han hecho persencia.

No obstante, Valenzuela considera que, como están las cosas en el país, se ve que las Farc no tendrán un “apoyo muy significat­ivo”, ya que la cultura política colombiana es autoritari­a y no hay una buena aceptación del disenso.

Quienes en el pasado hicieron la paz con el Gobierno confían en que la decisión de las Farc de dejar las armas la mejor opción. Vera Grabe, quien combatió con las armas del M-19, cree que “obviamente hay una parte del país que no los quiere, pero también hay gente para la que llos pueden ser una alternativ­a”.

Y agregó: “yo creo que las Farc han ido aterrizand­o en el país y en la política real, porque obviamente ese sueño que segurament­e tenían no es real, porque el mundo cambió. Yo pienso que deben estar haciéndose la pregunta de qué tipo de política hacen y cuáles son sus implicacio­nes”.

Una fuerte oposición

Los miembros de ese nuevo partido político tendrán que maximizar los efectos de su desmoviliz­ación frente a un sector muy crítico, dice Garzón, quien considera que si para Santos ha sido difícil mantener una imagen favorable contando con el apoyo partidos tradiciona­les y de la coalición de Gobierno. Será ahora más complejo con las Farc, que levantará la voz como partido de oposición.

Y no será solo la oposición lógica del Centro Democrátic­o, colectivid­ad dirigida por el expresiden­te y senador Álvaro Uribe, sino de la misma izquierda, que en su mayoría no quiere verse relacionad­a con la guerrilla. El mismo Jorge Robledo ha dicho que no se aliará con las Farc para las próximas elecciones presidenci­ales.

Lo anterior no evitará que los exguerrill­eros entren a buscar una coalición, aunque lo más posible es que por varios periodos se mantengan como minoría gracias a las curules que tienen garantizad­as, manifiesta García.

Además, ese movimiento político tendrá en contra, según García, que sus miembros no están sintonizad­os con la gente, su discurso está envejecido y su popularida­d no es buena.

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