El Colombiano

EL HOMBRE QUE COLECCIONA­BA CAFÉS (1)

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com www.oscardomin­guezgirald­o.com

En este momento alguien puede estar despotrica­ndo de usted en algún café. O usted puede estar desguazand­o a su prójimo. Es otro deporte nacional.

Café es una palabra de doble faz, como los traidores, que nombra tanto el sitio como la bebida.

Por capricho de pensionado, visité los lugares bogotanos donde funcionó el más emblemátic­o de todos, El Automático, que originalme­nte estuvo en la Avenida Jiménez No. 5-28. García Márquez bebió allí sus primeros teterados culturales y ajedrecíst­icos de la mano del cliente más famoso: León de Greiff.

Esa leyenda llamada El Automático, nacido con posteriori­dad al 9 de abril de 1948, era un parche en el que estaba representa­da toda Locombia. Empezando por su dueño, Fer

nando Jaramillo Botero, uno de los quince hijos de Raimundo y Evelia, de La Ceja, Antioquia.

Jaramillo le endosaría el negocio a Enrique Sánchez, jericoano.

El espíritu libertario de Jaramillo lo sacó a los doce años de la comodidad del hotel mamá. Con semejante familión tocaba largarse. No había lata pa tanto buche.

Su periplo completo fue La Ceja-Medellín-ManizalesB­ogotá- Girardot, adonde se retiró, enfermo. En 1972 se volvió eternidad.

Manizales, “construida contra la voluntad de Dios”, vio crecer a Jaramillo. Aprendió el abc del negocio de vender tinto; también fue panadero, tendero, fabricante de jabón, vendedor de ganchos, chicles, silletería para teatros.

Fabricó fulminante­s para escopetas de cacería, palillos de dientes, muebles. Pero su principal oficio fue vivir.

En Manizales se sentía como en casa. Le servía la ropa de su frío terruño. Además, para los paisas da lo mismo Antioquia que Caldas, Risaralda o Quindío. Comen igual, tienen el mismo sonsonete, comparten el mismo Dios; se diferencia­n en los cafés para despelleja­r prójimos y en el equipo de fútbol. Cada región tiene sus propios corruptos.

Jaramillo era un perfecto cacharrero, al que le gustaba más la vida que el “poderoso caballero don Dinero”. La vida como forma de servir, divertirse, sin trasnochar­se por el saldo bancario. Siempre ejerció un activo mecenazgo cultural. Colecciona­ba vales de sus más encopetado­s y desplatado­s clientes.

Con las credencial­es de camellador e insomne filántropo, el paisano de Gregorio Gutiérrez

González desembarcó en la plaza bogotana en 1938. Tenía 25 abriles. Era la época en que todo sucedía en el centro de la ingenua metrópoli. En palabras del poeta Fernando Arbeláez: “En la carrera séptima todos nos encontrába­mos con todos… transitaba­n las gentes humildes y las gentes importante­s”.

Jaramillo fue a untarse de ciudad grande unos días. Como nos sucedió a miles, terminó flechado por “rololandia”. (Con el tiempo lo empendejó una tolimense, Lina Bote

ro, con quien se casó en siete días. A veces, el amor necesita migajas de tiempo para volverse eterno. Y epístola).

Tuvo la extraña manía de colecciona­r cafés. Uno de los primeros que visitó en Bogotá para ejercer su derecho a la bohemia fue el Félixerre. (Continuará).

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