MIRADA CONTENTA Y SALUD MENTAL
¿Qué hay de bueno en cada cosa mala? Esta pregunta parece ofensiva en un mundo signado por la porquería. Su enunciación supone que lo malo no es completamente malo, que el infierno tiene salvación.
Hoy nadie suscribe esta suposición. La mentalidad contemporánea está curada de engaños. Quien se atreva a insinuar el asomo de la bondad en medio del muladar es un iluso, un idiota o un embaucador.
Alguien que quiere vender algo.
No siempre fue así. Hubo un hombre que atravesó el siglo XIX y forjó el pensamiento estadounidense al lado de amigos suyos como Thoreau, Hawthorne y Whitman. Fue elogiado por Nietzsche y comparado con Montaigne.
Gran ensayista, poeta y orador, Ralph Waldo Emer
son nació en Boston, estudió en Harvard, sostuvo asiduo intercambio con sus pares en Europa. Pues bien, este sabio universal legó una tesis que hoy sería tomada como ridícula de ser leída a la velocidad de tuiter.
“La medida de la salud mental es la predisposición a hallar lo bueno en todas partes”, escribió retando por anticipado a los profesionales de la sicología, siquiatría y sicoanálisis. Es decir, a los que se ocupan de la salud mental o más precisamente de la enfermedad mental.
Emerson no solo se pone del lado de lo bueno, vigente para él en todas partes, sino conecta el estado sano de la cabeza con la capacidad de detectar esa bondad omnipresente.
Esa capacidad no es para él fruto del razonamiento o del esfuerzo. Es una predisposición, un dato previo insertado en la naturaleza de los individuos. También se podría hablar de un don.
De una persona o una sociedad negadas a la captación de esa bondad, seguramente se infiere que perdieron aquella habilidad visual o auditiva predeterminada. Por ejemplo, una historia he- cha de guerras civiles, cortes de franela, desplazamientos, masacres, ninguneo, actuaría como borrador cerebral.
¿Es dable recuperar la mirada contenta y por tanto la salud mental de este país enloquecido? Solemne pregunta y encumbrada tarea para estos tiempos de descreimiento y opacidad nerviosa.
Habría que restregarse los ojos con gotas de lágrimas artificiales, pues las naturales se agotaron. Habría que abrirlos a otra luz, como viejos recién nacidos. Ante todo tocaría verse hacia dentro, dar vuelta al celular para tomarse una selfie que acerque la espina íntima y la semilla de la flor