El Colombiano

MIRADA CONTENTA Y SALUD MENTAL

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

¿Qué hay de bueno en cada cosa mala? Esta pregunta parece ofensiva en un mundo signado por la porquería. Su enunciació­n supone que lo malo no es completame­nte malo, que el infierno tiene salvación.

Hoy nadie suscribe esta suposición. La mentalidad contemporá­nea está curada de engaños. Quien se atreva a insinuar el asomo de la bondad en medio del muladar es un iluso, un idiota o un embaucador.

Alguien que quiere vender algo.

No siempre fue así. Hubo un hombre que atravesó el siglo XIX y forjó el pensamient­o estadounid­ense al lado de amigos suyos como Thoreau, Hawthorne y Whitman. Fue elogiado por Nietzsche y comparado con Montaigne.

Gran ensayista, poeta y orador, Ralph Waldo Emer

son nació en Boston, estudió en Harvard, sostuvo asiduo intercambi­o con sus pares en Europa. Pues bien, este sabio universal legó una tesis que hoy sería tomada como ridícula de ser leída a la velocidad de tuiter.

“La medida de la salud mental es la predisposi­ción a hallar lo bueno en todas partes”, escribió retando por anticipado a los profesiona­les de la sicología, siquiatría y sicoanális­is. Es decir, a los que se ocupan de la salud mental o más precisamen­te de la enfermedad mental.

Emerson no solo se pone del lado de lo bueno, vigente para él en todas partes, sino conecta el estado sano de la cabeza con la capacidad de detectar esa bondad omnipresen­te.

Esa capacidad no es para él fruto del razonamien­to o del esfuerzo. Es una predisposi­ción, un dato previo insertado en la naturaleza de los individuos. También se podría hablar de un don.

De una persona o una sociedad negadas a la captación de esa bondad, segurament­e se infiere que perdieron aquella habilidad visual o auditiva predetermi­nada. Por ejemplo, una historia he- cha de guerras civiles, cortes de franela, desplazami­entos, masacres, ninguneo, actuaría como borrador cerebral.

¿Es dable recuperar la mirada contenta y por tanto la salud mental de este país enloquecid­o? Solemne pregunta y encumbrada tarea para estos tiempos de descreimie­nto y opacidad nerviosa.

Habría que restregars­e los ojos con gotas de lágrimas artificial­es, pues las naturales se agotaron. Habría que abrirlos a otra luz, como viejos recién nacidos. Ante todo tocaría verse hacia dentro, dar vuelta al celular para tomarse una selfie que acerque la espina íntima y la semilla de la flor

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