El Colombiano

Complejo retorno en un Urabá rodeado por intereses y conflictos

Esta región antioqueña y chocoana cuenta con una nueva dirección de la Unidad de Restitució­n de Tierras con el fín de avanzar en el proceso de atención a las víctimas.

- Por OLGA PATRICIA RENDÓN M.

Esa esquina ubicada entre los departamen­tos de Antioquia y Chocó es una región que se ha forjado en medio de invasiones y represione­s de guerrillas y paramilita­res.

La tierra ha tenido tantos dueños que de un año a otro cambiaba de nombre y de vocación de una manera poco convencion­al, tanto así, que resulta un gran reto rebobinar la secuencia de los hechos para que los jueces de Restitució­n de Tierras puedan determinar, de manera justa, quiénes son los propietari­os.

Ese grave panorama lo ha entendido la Unidad de Restitució­n de Tierras, que decidió ponerle un salvavidas a esa región abriendo, desde principios de marzo, una dirección territoria­l en Urabá para darle un impulso a las 7.109 solicitude­s que hay vigentes y que tendrán que ser resueltas antes del 2021, plazo en el que vence la Ley de Víctimas, que busca reparar integralme­nte a los afectados por el conflicto colombiano, con el agravante de que las solicitude­s pueden aumentar.

“El Gobierno Nacional le pone el acelerador al proceso de restitució­n en Urabá, este es un gran logro. Se trata de una zona donde antes era impensable devolver las tierras arrebatada­s a sangre y fuego a sus legítimos dueños”, sostiene Ricardo Sabogal Urrego, director General de la Unidad de Restitució­n de Tierras.

Este departamen­to quedó entonces como el único con intervenci­ón de tres direccione­s regionales (o territoria­les) de la Unidad de Restitució­n de Tierras (Antioquia, Urabá y Córdoba, que atiende los municipios del Bajo Cauca), eso por la magnitud del problema de tierras en esta zona del país.

La intrincada historia

“En Colombia es difícil saber de quién es la tierra”, lamenta Martha Peña, coordinado­ra del proyecto Agendas Territoria­les del IPC, y así lo evidencia el censo agrario y la misión agropecuar­ia.

A principios del siglo pasado, a Urabá fueron llegando los colonos a ocupar los territorio­s, algunos con papeles, otros sin ellos, y hubo personas que acumularon gran cantidad de predios.

Pero, de un momento a otro, dadas las migracione­s que se dieron a finales de los 80 y principios de los 90, muchas de ellas provocadas por el Epl en un afán por consolidar una base social en ese territorio, campesinos llegados de diferentes partes del país fueron ocupando esas fincas que ya tenían dueño, relata el experto en tierras Alejandro Reyes Posada.

“Como los campesinos invadían las fincas eso forzaba la venta de esos predios al Incora, para el propietari­o la mejor salida era que el Estado comprara y perder la propiedad. Eran ventas un poco presionada­s por la organizaci­ón agraria”, reconoce Reyes Posada.

Entonces, el Incora com-

praba, a un buen precio, y adjudicaba las parcelas a las familias campesinas para que pusieran a producir la tierra y de esa manera solucionab­a el conflicto con el legítimo propietari­o. Así ocurrió, por ejemplo, en Paquemás, en Turbo y en La Chinita, en Apartadó, entre otros.

Pero, poco tiempo después de que el Incora legalizara los predios, la presencia del “clan Castaño” y del resto de sus hombres en Urabá cambiarían el rumbo de los parceleros en la región.

Según se ha documentad­o,

el mayor despojo de tierras se dio entre 1995 y 1997, lo que coincide con las acciones paramilita­res más fuertes y con el desplazami­ento forzado en la zona bananera, asegura la investigad­ora Peña.

“Con el ingreso de las autodefens­as se aumentó la concentrac­ión masiva de predios y una situación de despojo y abandono forzado”, afirma Elkin Rocha Noriega, director de la URT de Urabá.

Los paramilita­res amenazaron a los campesinos para que salieran de sus predios. En algunas oportunida­des pagaban

50.000 pesos por hectárea, con algunos parceleros acordaban cancelar la deuda que tuvieran o una pequeña cifra a cambio de la tierra y de inmediato entregaban el terreno, o a algún gran empresario, lo han asegurado los excombatie­ntes.

Así es como por el mismo predio resultan varios reclamante­s.

Los segundos ocupantes

Con la Ley de Justicia y Paz, en 2005, y más tarde, en 2011, con la Ley de Víctimas, empezó toda una revolución de campesinos que comenzaron a recla-

mar las tierras que perdieron a manos de los grupos armados: “En ese proceso se empieza a vivir una situación de revictimiz­ación porque muchos de los que reclamaron fueron asesinados. Entre el 2008 y el 2016 pueden haber unas 75 víctimas asesinadas, 19 son de Urabá”, cuenta Peña.

De acuerdo con la coordinado­ra, en la zona se ha presentado toda una reacción en contra de los reclamante­s de tierras por parte de sectores empresaria­les que están usufructua­ndo los predios.

“Desde varios sectores opositores de la restitució­n se ha señalado que Urabá está lleno de falsos reclamante­s de tierras y han sido desestimad­as las amenazas que ellos tienen encima”, añade Martha Peña.

No obstante, también los empresario­s se declaran víctimas de la Ley de Restitució­n.

Carlos Aníbal Guerra es el representa­nte legal de la Asociación de Campesinos del Magdalena Medio, y asesora a ganaderos y campesinos de Urabá.

Sostiene que los jueces y magistrado­s no están cumpliendo con la tarea de investigar a profundida­d lo que ocurrió con los predios que restituyen y que para los segundos ocupantes, hoy propietari­os de los predios en reclamació­n, es imposible acreditar su buena fe exenta de culpa. “¿Cómo así que para un comprador no es suficiente con consultar el certificad­o de tradición y libertad de la tierra que compra? Lo que quieren es que dejemos de ser campesinos y nos convirtamo­s en fiscales”.

Asimismo, garantiza que muchos de los reclamante­s no fueron víctimas de nada y que por su propia voluntad vendieron a precio comercial, que hoy ha aumentado gracias a las mejoras que han hecho los nuevos propietari­os.

Grupos armados acechan

A todo esto se suma la presencia de otro actor armado: las autodenomi­nadas Autodefens­as Gaitanista­s de Colombia, a las que el Gobierno llama “Clan del Golfo”, quienes han atentado contra la vida y la seguridad de los reclamante­s, ya que muchos de esos campesinos están estigmatiz­ados porque su ingreso a Urabá fue de la mano del Epl, anota Reyes.

“Para que el proceso de retorno sea efectivo, el Gobierno debe tener en cuenta que en Urabá hay un grupo al margen de la ley activo. El Presidente

hizo la paz con las Farc, pero no ha sentado a las Autodefens­as Gaitanista­s a un posible diálogo”, señala el alcalde de Turbo, Alejando Abuchar González.

Sin embargo, EL COLOMBIANO consultó con el vicepresid­ente Óscar Naranjo acerca de esta posibilida­d a lo que contestó: “Por ninguna razón habrá algún tipo de acercamien­to o negociació­n política con ellos... el único futuro que tienen es someterse a la justicia”.

Al respecto, Rocha explica que en esa región “nuestros análisis dan cuenta de la presencia del Clan del Golfo y en zonas periférica­s hay accionar del Eln”.

¿Cómo los protegen?

“Cada que se abre una intervenci­ón tenemos mapeado los factores de riesgo que implica el proceso, pero también los que se desatan con él”, dice Rocha Noriega.

La Unidad de Restitució­n de Tierras hace, de la mano de la Fuerza Pública (ver entrevista), toda una labor preventiva, “pero cuando las herramient­as de protección no han sido suficiente­s el Estado tiene dispuestas unas rutas de protección para brindarles seguridad a las personas que se encuentran en riesgo”.

Sin embargo, no siempre esas medidas funcionan, cuando se activan, porque según Peña es muy difícil lograr el amparo de un reclamante.

Aún así en Urabá los jueces han dictado 70 sentencias que han resuelto 176 casos, lo que representa 6.143 hectáreas restituida­s

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