NO HAY PEOR CIEGO
Pica y debe picar la multitudinaria presencia de ciegos en Colombia, de esos que no les gusta ni quieren ver. Dicen que son los peores. No entiendo por qué un invidente debe recibir insultos de un taxista, un ciego de estos que hablo, por quererse transportar con su perro lazarillo.
La inquietud común: la ciudadanía no conoce la norma. Esto no sorprende. El colombiano promedio no sospecha si quiera que los artículos 13 y 47 obligan al Estado a ver con ojos de igualdad a las personas con dificultades para su movilidad.
Para sorpresa de muchos el Estado sí sospechó. En 2003 el Ministerio de Transporte en su decreto 1660 obliga dar acceso “en cualquier espacio o am- biente exterior o interior (..) [a] los individuos con discapacidad y movilidad y/o comunicación reducida, ya sea permanente o transitoria”.
El decreto no solo pretende velar por el desplazamiento seguro de esta población, también garantiza condiciones técnicas dentro de los sistemas de transporte público y privado. Pero mientras se aplaude el servicio del Metro de Medellín, los restaurantes, taxis y algunas rutas de buses siguen mirando con fastidio la presencia de los perros guía.
Haga el ejercicio, móntese a un bus de un privado en hora pico con los ojos cerrados. Súmese un insulto del conductor y un quejido menopáusico que demerite al pe- rro. Aquí ni plastilina funciona para explicar que la democracia es para las minorías.
El desconocimiento es una venda en los ojos. Cuando existen acertadas políticas, hay pocos hacedores. No difundir, limitar y despreciar nos convierte en cómplices de una suerte de nación que funciona entre la extrema pobreza y riqueza, odiando lo diferente. Qué hermosura.
En otras palabras, no solo se ve con los ojos. En favor de un país mejor habitable, permitámonos conocer la norma. Es inaudito que un invidente vea un conductor, mesero o guarda, y este no vea al invidente. Somos electores nocivos si no cumplimos la ley. Hoy somos, sin duda, resultado de lo que no conocemos