ÁNGELES CON CACHOS, TRIDENTE Y COLA
¿Han visto el meme que invita a cambiar el país mediante acciones muy elementales? Son once recomendaciones, pero la última es el moño de la caja y la me- nos elemental de todas: “Elije bien. No votes por corruptos”.
El mensaje lo encontré en Twitter. Y el amigo virtual que lo trinó invitaba muy especialmente a este último punto. “Más fácil… Uno vota por ángeles que luego se convierten en demonios”, le respondí, y más rápido que ya recibí un consejo suyo: “Optimismo”. “Optimismo y saludos”, dijo. Pero creo que se quedó a medio camino, porque el optimismo es personal y subjetivo. No basta.
¿Cómo podemos seguir confiando en los que quieren regir los destinos del país? ¿Qué hacer ante el engaño sistemático de los políticos? ¿Cómo creer en su idoneidad después de tantas mentiras, tanto descalabro y tantas mañas de algunos que ya conocemos y otros por descubrir? No encontré la última palabra, de modo que opté por la llamada a un amigo… Juan Carlos Velásquez Estrada, periodista y analista político, cuando le pregunté qué es lo que nos lleva a votar por alguien más allá del optimismo, me dijo: “La razón principal es que el voto es un acto emocional, no racional. Lo que hacen los candidatos es jugar con nuestros temores y creencias, sustento básico de lo que llaman hoy ‘posverdad’, pero que ha existido siempre. En Colombia, en términos generales, votamos siempre los mismos. En promedio solo vota el 50 % del censo electoral, uno de los países con mayor abstención de América Latina. Esto significa que no están llegando masas nuevas muy representativas a las urnas. En elecciones presidenciales, uno en primera vuelta vota por el que le gusta y en segunda contra el que no quiere que quede (vuelven a jugar con nuestros temores y creencias). Sin embargo, hay que abrir un compás de espera para evaluar si el protagonismo creciente de las redes sociales y su manipulación moti- varán a nuevos sectores a participar en las elecciones, aunque creo que más que nuevos votantes, las redes van a permitir incluir nuevos temas en las agendas de campaña”.
He participado en ocho elecciones para presidente de la República. Y he votado no solo para ejercer mi deber y mi derecho ciudadano, sino porque me mueve ese “esta vez sí” de cada cuatro años, con la convicción de que aquel en el que deposité toda mi confianza se hará pelar por el Estado prometido: Más justo, equitativo y lleno de oportunidades, de desarrollo económico, de educación, de salud para todos, de prosperidad, de cero corrupción. Mejor dicho: Poco más y tenemos que cambiarle el nombre a Colombia por El Paraíso de Suramérica. ¡Pero qué va! Poco después de la posesión, al que parecía un ángel le salen cachos, tridente y cola.
Aunque tengan la hoja de vida más brillante, un pasado impecable y unas finas maneras, seguiremos votando en consonancia con nuestros temores y creencias, sin tanto optimismo y ojalá con algo de razón. Alguien debería sorprendernos para bien alguna vez.
Nuevos temas, mismos votantes. Abro el compás de espera pero con dudas. A la fecha van 23 aspirantes a la presidencia de la República. Y como siempre, este será un tarjetón de egos, de complejos de Adán, de impolutos y de promesas electoreras “talladas” con marcador borrable en un tablero de acrílico que se irán destiñendo hasta desparecer. ¿O será que no?
... seguiremos votando en consonancia con nuestros temores y creencias.
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