LO MISMO QUE ANTES
Cada episodio de la actual política colombiana nos muestra que en la controversia el país poco o nada ha cambiado. Que el mismo lenguaje del vituperio y la difamación, siguen su curso normal en un medio en donde las hostilidades se nutren de la afrenta en el lenguaje, en la pluma y ahora en los trinos.
Hace 70 años el congresista liberal César Ordóñez Quintero, retaba al entonces ministro de Guerra –hoy Defensa– Roberto
Urdaneta Arbeláez, a un duelo a machete. Y luego colocaba sobre su curul una pistola para envalentonarse y llamar “asesinos” a los godos. Hoy, en la revista Semana, Antonio Caballero califica a Uribe Vélez de “sinuoso, tramposo, mentiroso, calumniador”. Eso como reacción rabiosa al trino temerario del expresidente cuando acusó al hiriente humorista Samper Ospina de practicar aberraciones distintas a las de mofarse de los defectos físicos de sus víctimas periodísticas.
Si hace 70 años un conservador, Pablo Toro –según el historiador James D. Henderson– sacaba su revólver y apuntaba a Ordóñez Quintero, hoy Claudia
López le dispara al jefe del Centro Democrático, llamándolo “sanguijuela de alcantarilla”. También, pero de “sanguijuela traidora”, apellidaría Maduro a Santos. El venezolano podría competir por un “cum laude” con los doctorados en las tesis de dicterios en Colombia... Y en El Espectador, Esteban Carlos
Mejía señalaba a Uribe Vélez como el ser “más ruin, nauseabundo y siniestro de la raza antioqueña”. Y no satisfecho con tantos agravios, colmaba el diccionario de epítetos para describirlo como un hombre “avivato, ventajoso, mentiroso, arbitrario, tramposo, hipócrita y cínico”.
Si hace más de 70 años, en tanto Laureano Gómez convocaba a los conservadores a hacer “invivible la república liberal”, y el senador liberal antioqueño Gilberto Moreno ripostaba que “el liberalismo estaba armado”, notificando que “si no ganaba las elecciones, se irá a la guerra civil”, hoy, Fernando
Londoño proclama que “es necesario volver añicos el maldito acuerdo de paz”. María Jime
na Duzán tercia en el zafarrancho y acusa a Uribe de ser “un alma en pena, que se inventa guerras y enemigos para mantener la dosis de ira y odio”. El empate de agravios sirve como distracción de los picapleitos.
Hace 70 años, un periodista conservador, Fernando Gómez
Martínez, en medio de tanta pasión, de tanta crueldad, de tanta locura, escribía en El Colombiano: “El arte de gobernar, lo vivimos en Colombia con demasiada pasión. Hay que enseñar que la política no es odio. Que los partidos no son gladiadores. Que el ejercicio del gobierno no es función de represalias”. Palabras que siguen teniendo vigencia en un medio político como el colombiano, en donde hoy parece ser contraparte de la polémica con cifras y conceptos y de los llamados a la sensatez, a la cordura, a la racionalidad.
Sigan las fuerzas políticas del establecimiento destrozándose mutuamente y verán cómo el poder que ostentan desde épocas inmemoriales se puede derrumbar para que lo tomen aquellos pusilánimes o populistas aventureros que tantos estragos están haciendo sobre naciones americanas. Con la seguridad de que no pocos de los instigadores de las grescas, serán los primeros que ponen los pies en polvorosa…
Sigan las fuerzas políticas destrozándose y verán cómo el poder que ostentan se puede derrumbar para que lo tomen pusilánimes...