El Colombiano

HISTORIAS DE LOCOS BAJITOS (26)

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com

Nada de preámbulos, los menudos tienen la palabra:

Cuenta una tía: usando su infantil lógica, cuando mi sobrina tenía cuatro años, rebautizó así a los cocuyos: lintérnaga­s.

Aclaración de mi nieta Sofía, quien a sus cinco años le ayuda a su abuelo a levantar para los garbanzos con sus historias: no, mami, no me estoy sacando los mocos: estoy consintien­do la nariz por dentro.

Cuenta la madre de Sofía: aterrizamo­s en Bogotá y estamos esperando las maletas. De pronto la niña respira profundo y dice: ayyyy, mami, huele a Martín. Y le preguntó: ¿Y a qué huele Martín, Sofi? Pues a rico.

¡No, no, no me den hormigas!, le pedía un pequeño a su mamá, refiriéndo­se a la carne molida. Carne en punticos, le decía otro.

Un niño sorprendió a su padre con esta pregunta: ¿Por qué los árbitros no celebran los goles? A los dos años, a Jorge Eduardo se le volvió un lío oír que su mami, Teresita, le decía mamá a su abuelita Aura. Entonces empezó a decirle a su abuela: “otamamá o mamaota”. Y doña Aurita se convirtió en “mamaotra” para toda la familia.

Llegamos de un viaje y ya para dormir me dice Alejandro:

- Mamá, la religión está equivocada. - ¿Por qué? -Porque es imposible que una mujer salga de la costilla de un hombre.

-¿Y de dónde sacas esa conclusión?

-Darwin decía que nuestra evolución es del mono; venimos del mono. Asocié lo que dice la religión con lo que dice la ciencia y concluí eso, que la religión está equivocada.

-¿Si te digo que creer que Dios sacó a la mujer de la costilla de un hombre es cuestión de fe, tú cómo lo entendería­s?

-¡De ningún manera lo entendería! Y cruzó sus brazos como seguro de lo que decía. La historia la cuenta Juan

Carlos Zapata en su libro “Gabo nació en Caracas, no en Aracataca”: El periodista venezolano Án

gel Rivero y su hijo Diego, de diez años, visitaban al Nobel García Márquez en su casa de Cartagena. Gabo, amigo de Rive- ro desde cuando vivió en Caracas, preguntó por el niño:

Es Diego, mi hijo, le aclaró Rivero. Diego, este es el Nobel. Todo tuyo.

Diego soltó esta perla: Papá, ¿un Nobel para mí solito? El escritor celebró el apunte y luego invitó al niño a que lo acompañara a comprar un ejemplar de bolsillo de Cien años de soledad. Le estampó esta dedicatori­a: “Para Diego, mi Nobel de bolsillo”.

Mi hijo me decía hace poco: papi, somos un punto. Y yo le respondí: Así es, somos un punto en el tiempo y en el espacio. ( Alejandro Gaviria, ministro de salud).

David, de tres años, le dice a su abuela al atardecer: abuela, qué lindos se ven los árboles vestidos de noche. (Del libro Palabra de niños, recopilado­ra, Yamile Humar)

Un niño sorprendió a su padre con esta pregunta ¿por qué los árbitros no celebran los goles?

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