El Colombiano

CAFÉ, ASENTARSE EN LA REALIDAD

- Por JUAN JOSÉ PERFETTI DEL CORRAL jjperfetti­2@gmail.com

Los casos del banano y de los floriculto­res constituye­n formas exitosas de apropiarse de un mayor valor, que sirven de ejemplo a los cafeteros.

Aunque las conclusion­es y las iniciativa­s aprobadas durante el reciente Foro Mundial de Productore­s de Café señalan que hacia el futuro existe la posibili- dad de que las relaciones entre los agentes que interviene­n en la cadena mundial del café sean menos asimétrica­s e inequitati­vas, el país cafetero debería definir su rumbo futuro independie­ntemente de que dicho escenario se concrete o no.

Si lo que al final se quiere es que los productore­s de café participen en mayor proporción de los beneficios que se derivan de la agregación de valor a través de la cadena, debería trabajarse en esta dirección partiendo de la realidad y las posibilida­des que hoy (y de cara al futuro) ofrecen los mercados.

En Colombia y en el mundo hay diversos ejemplos de cómo los agricultor­es pueden participar de un mayor valor en las cadenas agroalimen­tarias.

Los casos del banano, con la creación (por iniciativa de los propios bananeros de Urabá) de las comerciali­zadoras de la fruta en la década de los seten- ta y los ochenta, y las de los floriculto­res con sus comerciali­zadoras, eje vital del desarrollo de esta actividad en el país, constituye­n formas exitosas de apropiarse de un mayor valor generado en otros eslabones de las cadenas sectoriale­s.

Lo hecho con la producción y la comerciali­zación de kiwi a nivel global por parte de Nueva Zelanda constituye un ejemplo todavía más diciente de cómo los agricultor­es pueden ser no solo exitosos en el desarrollo de un producto y un mercado, sino de cómo las organizaci­ones de productore­s son instrument­os adecuados para generar valor en la comerciali­zación global de alimentos.

De otra parte, debería tenerse en cuenta que, si un destacado y reputado economista como Jeffrey Sachs no pasa de hacer un planteamie­nto genérico (y voluntaris­ta) de que sean los consumidor­es de los países desarrolla­dos los que, de manera voluntaria, paguen unos centavos más por cada taza de café, es que, más allá de las proclamas de reivindica­ciones, la realidad económica es la que termina imponiendo las condicione­s para el mayor aprovecham­iento de las oportunida­des comerciale­s.

Los caficultor­es colombiano­s deberían ser consciente­s de que la apropiació­n de un mayor valor se consigue con iniciativa­s como la que tiene el gremio con las tiendas Juan Valdez o con la fábrica de café liofilizad­o.

Igualmente, se pueden realizar alianzas con otros agentes de las cadenas. Pero ello implica, como se sabe, disponer de capacidade­s técnicas y comerciale­s y, particular­mente, de músculo financiero, asunto este que con frecuencia se ignora en el ardor de las proclamas.

Otra salida, y de la que cada vez hay (en diversos campos de los negocios) mayores ejemplos en el mundo, es la basada en la generación y la aplicación del conocimien­to y la innovación.

En fin, la caficultur­a colombiana debe seguir la ruta de las oportunida­des y los retos del siglo XXI y no el de las ilusiones que prevalecie­ron en décadas pasadas con iniciativa­s como la creación de los carteles de productos básicos, que, al final, se estrellaro­n con la realidad de los mercados y la lógica de los negocios

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