CAFÉ, ASENTARSE EN LA REALIDAD
Los casos del banano y de los floricultores constituyen formas exitosas de apropiarse de un mayor valor, que sirven de ejemplo a los cafeteros.
Aunque las conclusiones y las iniciativas aprobadas durante el reciente Foro Mundial de Productores de Café señalan que hacia el futuro existe la posibili- dad de que las relaciones entre los agentes que intervienen en la cadena mundial del café sean menos asimétricas e inequitativas, el país cafetero debería definir su rumbo futuro independientemente de que dicho escenario se concrete o no.
Si lo que al final se quiere es que los productores de café participen en mayor proporción de los beneficios que se derivan de la agregación de valor a través de la cadena, debería trabajarse en esta dirección partiendo de la realidad y las posibilidades que hoy (y de cara al futuro) ofrecen los mercados.
En Colombia y en el mundo hay diversos ejemplos de cómo los agricultores pueden participar de un mayor valor en las cadenas agroalimentarias.
Los casos del banano, con la creación (por iniciativa de los propios bananeros de Urabá) de las comercializadoras de la fruta en la década de los seten- ta y los ochenta, y las de los floricultores con sus comercializadoras, eje vital del desarrollo de esta actividad en el país, constituyen formas exitosas de apropiarse de un mayor valor generado en otros eslabones de las cadenas sectoriales.
Lo hecho con la producción y la comercialización de kiwi a nivel global por parte de Nueva Zelanda constituye un ejemplo todavía más diciente de cómo los agricultores pueden ser no solo exitosos en el desarrollo de un producto y un mercado, sino de cómo las organizaciones de productores son instrumentos adecuados para generar valor en la comercialización global de alimentos.
De otra parte, debería tenerse en cuenta que, si un destacado y reputado economista como Jeffrey Sachs no pasa de hacer un planteamiento genérico (y voluntarista) de que sean los consumidores de los países desarrollados los que, de manera voluntaria, paguen unos centavos más por cada taza de café, es que, más allá de las proclamas de reivindicaciones, la realidad económica es la que termina imponiendo las condiciones para el mayor aprovechamiento de las oportunidades comerciales.
Los caficultores colombianos deberían ser conscientes de que la apropiación de un mayor valor se consigue con iniciativas como la que tiene el gremio con las tiendas Juan Valdez o con la fábrica de café liofilizado.
Igualmente, se pueden realizar alianzas con otros agentes de las cadenas. Pero ello implica, como se sabe, disponer de capacidades técnicas y comerciales y, particularmente, de músculo financiero, asunto este que con frecuencia se ignora en el ardor de las proclamas.
Otra salida, y de la que cada vez hay (en diversos campos de los negocios) mayores ejemplos en el mundo, es la basada en la generación y la aplicación del conocimiento y la innovación.
En fin, la caficultura colombiana debe seguir la ruta de las oportunidades y los retos del siglo XXI y no el de las ilusiones que prevalecieron en décadas pasadas con iniciativas como la creación de los carteles de productos básicos, que, al final, se estrellaron con la realidad de los mercados y la lógica de los negocios