TRANSFIGURACIÓN
Transfigurar es cambiar de figura, la forma externa de cada cosa. La figura manifiesta lo que cada uno es. Como los ojos, la figura es el espejo del alma, distingue a cada uno de los demás.
Mi intimidad es de suyo manifiesta. Mis sentimientos y pensamientos, que constituyen mi intimidad, adquieren de modo natural la figura de mi cuerpo, pues mi intimidad se manifiesta en cada gesto mío. De mi comportamiento depende el respeto y admiración de los demás. Mi cuerpo es la vitrina de mi alma.
De Jesús sabemos que se transfiguró en presencia de sus discípulos, dejándolos atónitos, fascinados, pues su rostro se volvió brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz (Mateo 17,2). Que eso es la fascinación, pasar del miedo inicial a un gozo inenarrable.
Sol y luz aplicados al rostro de Jesús me dejan flotando en lo sublime, obediente, confuso, balbuciente. Vano es esconder mi intimidad a los demás, como esconderme de mí mismo, pues aparece con elocuencia en cada gesto mío, y hay especialistas en leer, al mirarme, en mi rostro mi intimidad.
Cuando hablamos de Jesús recurrimos a comparaciones, como el sol y la luz, comparaciones que palidecen ante el verdadero sol y la verdadera luz que son él mismo, y de los cuales el sol y la luz son símbolo, pálido reflejo, pues “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5).
Jesús vivía en relación de inmediatez de amor con el Padre, “Yo y el Padre somos uno” (Juan 10,30), por lo cual su transfiguración era la expresión perfecta del amor, unidad de dos.
Refiriéndose a sus cuatro años, Santa Teresita cuenta en Historia de un Alma: “¡Qué feliz era yo a esa edad! Empezaba ya a gozar de la vida, se me hacía atractiva la virtud, y me hallaba en las mismas disposi- ciones que hoy [a los veintidós años], con un dominio total sobre mis acciones”. Sublime transfiguración constante la de Teresita, precursora del hombre del siglo XXI.
“Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura, / mira que la dolencia / de amor que no se cura / sino con la presencia y la figura”. Maravillosos versos de San
Juan de la Cruz. El amor iguala tanto los amantes que se transfiguran el uno en el otro.
Me propongo cultivar con extrema solicitud mis sentimientos, pensamientos y palabras, porque sé que me transfiguro en lo que siento, pienso y hablo durante todo el día. Cultivado, mi mundo interior me llena de felicidad
Vano es esconder mi intimidad a los demás, como esconderme de mí mismo, pues aparece con elocuencia en cada gesto mío, y hay especialistas en leer, al mirarme, en mi rostro mi intimidad. Mi cuerpo es la vitrina de mi alma.