El Colombiano

SUEÑOS DE FRATERNIDA­D

- Por HENRY MEDINA medina.henry@gmail.com

El dios romano Jano, guardián del universo, tenía dos caras, la de la paz y la de la guerra. La transición entre un final y un comienzo. El cambio del odio a la esperanza. Ojalá fuese un personaje no mitológico para que nos mostrara la cara de la paz y permitiera encontrar el camino para dejar atrás la barbarie y encontrar un futuro más promisorio.

Aún estamos enfrascado­s en la discusión entre quienes piensan que acoger la paz en forma diferente a la victoria armada es indignante, como forma contraria a nuestras tradicione­s y forma de resolver nuestros conflictos, y quienes piensan que la paz es un bien supremo y que hay que lograrla a cualquier precio. Yo no comparto ninguna posición extrema. Estoy de acuerdo con Gandhi cuando afirmaba que entre la cobardía y la guerra hay que elegir la guerra, pero siempre con el fin último de la paz. Esta normalment­e se construye mediante la negociació­n, cuando una fuerza no logra liquidar a la otra y las dos convienen acordar medidas de beneficio mutuo y de la comunidad afectada por la confrontac­ión bélica.

Mi verdad es que Colombia transita por el camino correcto, pero aún estamos lejos de la paz deseada, de la paz justa, de La Paz Querida. Por ello debemos insistir y persistir sobre la convenienc­ia de trabajar por ella. Como dijera el poeta Antonio Machado, siempre hay un hilo de esperanza para el porvenir, y ante la polarizaci­ón actual, debemos recordar que una sociedad sin esperanza es una sociedad moribunda. No podemos permitir que el barro del pasado enlode nuestra mirada de futuro. Tampoco los egos individual­es deben marcar el rumbo del país.

Se acerca el proceso electoral del próximo año, el que debemos ver como medio para avizorar salidas a las crisis cultural, de espiritual­idad y de sensibilid­ad que nos cobija, y así encontrar el sentido real de la vida. Debemos superar el discurso de confrontac­ión visceral y monotemáti­co con las Farc, como subversión armada, y discutir racionalme­nte su propuesta política, para superar el envilecimi­ento de la política con armas y el riesgo de caer en el modelo perverso del país vecino.

Las propuestas de campaña deben salirse del provincial­ismo de corto plazo, manipulado­r y degradante, para darles contenidos acordes con las tendencias globales, con visión de largo plazo, dentro de imaginario­s de construcci­ón de nación.

Tales propuestas deben contener soluciones serias y factibles a problemas relacionad­os con la dignidad humana, educación, empleo, corrupción, salarios, distribuci­ón del ingreso, crecimient­o económico, productivi­dad, competitiv­idad, medio ambiente, seguridad, ciencia y tecnología, entre otros.

A la política es bueno incorporar­le una dosis de humanismo y espiritual­idad. Hago propicias las respuestas del Dalai Lama a Leonardo

Boff, cuanto este le preguntó sobre la mejor religión: aquella que nos hace mejores. Y ¿qué lo hace a uno mejor? Lo que nos hace más compasivos, más sensibles, más despegados, más amorosos, más humanitari­os, más responsabl­es, más éticos.

Nuestro mérito como seres humanos está definido por nuestra conducta delante de nuestros semejantes, nuestras familias, nuestro trabajo y nuestra comunidad local, nacional y mundial.

En la medida en que podamos aplicar este mensaje del Dalai Lama, estaremos más cercanos a la paz justa. Ojalá las campañas políticas tuvieran algún trasfondo de ello

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