SUEÑOS DE FRATERNIDAD
El dios romano Jano, guardián del universo, tenía dos caras, la de la paz y la de la guerra. La transición entre un final y un comienzo. El cambio del odio a la esperanza. Ojalá fuese un personaje no mitológico para que nos mostrara la cara de la paz y permitiera encontrar el camino para dejar atrás la barbarie y encontrar un futuro más promisorio.
Aún estamos enfrascados en la discusión entre quienes piensan que acoger la paz en forma diferente a la victoria armada es indignante, como forma contraria a nuestras tradiciones y forma de resolver nuestros conflictos, y quienes piensan que la paz es un bien supremo y que hay que lograrla a cualquier precio. Yo no comparto ninguna posición extrema. Estoy de acuerdo con Gandhi cuando afirmaba que entre la cobardía y la guerra hay que elegir la guerra, pero siempre con el fin último de la paz. Esta normalmente se construye mediante la negociación, cuando una fuerza no logra liquidar a la otra y las dos convienen acordar medidas de beneficio mutuo y de la comunidad afectada por la confrontación bélica.
Mi verdad es que Colombia transita por el camino correcto, pero aún estamos lejos de la paz deseada, de la paz justa, de La Paz Querida. Por ello debemos insistir y persistir sobre la conveniencia de trabajar por ella. Como dijera el poeta Antonio Machado, siempre hay un hilo de esperanza para el porvenir, y ante la polarización actual, debemos recordar que una sociedad sin esperanza es una sociedad moribunda. No podemos permitir que el barro del pasado enlode nuestra mirada de futuro. Tampoco los egos individuales deben marcar el rumbo del país.
Se acerca el proceso electoral del próximo año, el que debemos ver como medio para avizorar salidas a las crisis cultural, de espiritualidad y de sensibilidad que nos cobija, y así encontrar el sentido real de la vida. Debemos superar el discurso de confrontación visceral y monotemático con las Farc, como subversión armada, y discutir racionalmente su propuesta política, para superar el envilecimiento de la política con armas y el riesgo de caer en el modelo perverso del país vecino.
Las propuestas de campaña deben salirse del provincialismo de corto plazo, manipulador y degradante, para darles contenidos acordes con las tendencias globales, con visión de largo plazo, dentro de imaginarios de construcción de nación.
Tales propuestas deben contener soluciones serias y factibles a problemas relacionados con la dignidad humana, educación, empleo, corrupción, salarios, distribución del ingreso, crecimiento económico, productividad, competitividad, medio ambiente, seguridad, ciencia y tecnología, entre otros.
A la política es bueno incorporarle una dosis de humanismo y espiritualidad. Hago propicias las respuestas del Dalai Lama a Leonardo
Boff, cuanto este le preguntó sobre la mejor religión: aquella que nos hace mejores. Y ¿qué lo hace a uno mejor? Lo que nos hace más compasivos, más sensibles, más despegados, más amorosos, más humanitarios, más responsables, más éticos.
Nuestro mérito como seres humanos está definido por nuestra conducta delante de nuestros semejantes, nuestras familias, nuestro trabajo y nuestra comunidad local, nacional y mundial.
En la medida en que podamos aplicar este mensaje del Dalai Lama, estaremos más cercanos a la paz justa. Ojalá las campañas políticas tuvieran algún trasfondo de ello