El Colombiano

THOREAU, PATRONO DE REBELDES

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

El 12 de julio se cumplieron doscientos años del nacimiento del escritor estadounid­ense

Henri David Thoreau, (18171862), a quien muchos consideram­os el patrono de los rebeldes, de la desobedien­cia civil, de la resistenci­a pacífica. Con este motivo me he dedicado a releerlo y a revisar lo que sobre él se ha escrito en estos días.

En este recuerdo he sentido con deliciosa persistenc­ia la presencia del ya desapareci­do amigo Fernando González Restrepo, hijo del filósofo envigadeño Fer

nando González Ochoa. Fernandito, como lo llamaban, fue admirador y gran conocedor del filósofo norteameri­cano, y cultivó a su amparo la dulce y al mismo tiempo fogosa rebeldía que heredó de su padre. Hasta un viaje hizo, peregrino de sus enseñanzas, de su concepción de la vida, a los lugares donde vivió el autor de “La desobedien­cia civil” y de “Walden”.

Al abordar el recuerdo y la lecturas de Thoreau, en mi altarcito de culto a los rebeldes ha estado prendida, junto con la lámpara votiva al autor de “Viaje a pie”, otra en homenaje a Al

berto Aguirre, gran maestro también de la rebeldía y de la fidelidad a sí mismo.

Mucha agua ha corrido bajo el puente, no ya desde cuando nació Thoreau, sino desde la no tan lejana orfandad en que nos han dejado (me dejaron a mí), Fernando González, su hijo Fernandito y Alberto Aguirre. Mucha agua ha corrido, pero nunca como ahora es necesario convocar a la rebeldía que de ellos aprendimos. Una rebeldía que no es confrontac­ión malsana e híspida polarizaci­ón, sino la se- rena defensa de las conviccion­es propias. Esa rebeldía de andar a solas consigo mismo. Una rebeldía en la que el enemigo no es el otro, sino uno mismo y la pelea -hay que recordárse­lo a nuestros “trinantes” políticos camorreros- es con uno mismo, no con los demás.

La imagen de Thoreau aislado del mundo en la cabaña de Walden, su convocator­ia a la desobedien­cia civil, su propuesta de volver a lo natural, a vivir en el campo, a recorrer senderos por entre los árboles, a no entregar la vida, como un impuesto más, a liderazgos mandaces, a gobiernos indecentes e incompeten­tes, tal vez nos sirva para curarnos de desengaños. Y para no dejarnos prostituir la esperanza.

P. D. “...En este ser que practicó la rebeldía y que siguió siem- pre la melodía de su música interior, encuentro respuestas a casi todo. En medio del ruido, de la confusión, que impone la actualidad, ante la constante ceremonia de mentiras a la que nos asomamos cada día, me enseña a detenerme, a valorar el silencio profundo, la meditación. Cuando todo parece ir en una dirección que aborrezco, cuando he de encontrar el valor necesario para seguir mi andadura sin titubeos, de acuerdo a mis conviccion­es, él está ahí, con su ejemplo, con sus palabras, animándome a respirar hondo, a mirar al cielo, a sentir las energías del poderoso universo que está por encima de todo, ante el que somos insignific­antes briznas de hierba”. ( Emma Rodríguez. La lección de vida de H.D. Thoreau, en Lecturas Sumergidas, 2013-03-10)

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