POSCONFLICTO Y TAUMATURGIA
Alcanzar la paz ha sido un anhelo de Colombia, pero no de todos los colombianos.
Para lograrla, algunos han intentado la vía de las armas, otros la oración, otros apelan a la taumaturgia del cuenterismo que en clave de colombianada se llama carreta. Pero seamos sinceros: la falta de interés real por alcanzarla o mejor, el interés por las ventajas de la guerra es lo que ha dado al traste con ese propósito en más de un siglo. Desde la guerra de los Mil Días, el negocio de la guerra no ha dejado aclimatar la paz. Hacer la política a punta de bala ha dado ventaja a muchos.
Cada vez que un grupo de ilegales quiere acceder a la institucionalidad, canta Colombia que llegó la paz. Así ha sido hace más de un siglo. Lo mismo se dijo cuando se pactó la paz con las guerrillas liberales, cuando el M-19 se desmovilizó, igual se dijo del EPL, el Quintín Lame, el PRT… y hasta con los paramilitares. Con las Farc también se está anunciando la llegada de la paz. Pero Colombia sabe poco de sus guerras y más poco aún de la paz. Tal vez por eso no sale de la guerra y por eso nunca alcanza a plenitud su paz. Son tantos los intentos por poner fin a sus conflictos armados que casi son incontables las ocasiones en que a cada esperanza la sigue una decepción.
La institucionalidad nunca ha estado a la altura de las exigencias de un conflicto y menos a la altura de una situación de posconflicto, debido al desdén para atender las causas estructurales de cada confrontación. En Colombia todas las guerras terminan con acuerdos de paz que sirven como chispa para encender la guerrita siguiente. En esas llevamos algo más de cien años. Los pactos de Sitges y Benidorm, y todos los demás que le sucedieron, dejan enseñanzas que la historia no ha querido recoger y, solo hasta hoy, logra asimilar.
Los acuerdos de paz con grupos armados, inveteradamente aseguraban impunidad a los actores y auxiliadores, y desconocimiento a los derechos de las víctimas. Perdón y olvido. Como quien dice, a la paz se llegaba sin justicia, sin verdad, sin repara- ción, sin garantía de no repetición. Así pasó con la guerra de los Mil Días, y así se hizo con el M-19, el EPL, el Quintín Lame, el PRT y la Corriente de Renovación Socialista.
Pero para el bien de Colombia, los Acuerdos de La Habana son otra cosa, pues, aunque menguadas, incluyeron justicia (sanciones) y, en todo caso, verdad, memoria, reparación, y, sobre todo, garantías de no repetición.
Las víctimas no serán maltratadas. Ya no serán desatendidas ni abandonadas a su suerte. El centro de estos acuerdos son las víctimas y eso explica por qué quienes tienen la calidad de tales, son los adalides por su implementación. Nadie ama tanto la paz como aquel que ha sufrido la guerra
En Colombia todas las guerras terminan con acuerdos de paz que sirven como chispa para encender la guerrita siguiente.