LOS DESAFÍOS DE SER PADRES EN EL SIGLO 21
Uno de los desafíos más grandes que tenemos los padres hoy en día es que los niños nos llevan ventaja porque, a menudo, van más adelante que nosotros gracias a que dominan la tecnología que es el frente más importante de la vida en el tecer milenio. Hasta hace unos años, los adultos no sólo eran quienes tenían el poder y la autoridad en el hogar sino que además superaban a los niños en todos los frentes. Sin embargo, hoy en día los jóvenes nos llevan la delantera y, así como es difícil ser maestro de alumnos que sepan más que el profesor o jefe de empleados que tengan más conocimientos que quienes los dirigen, también lo es ser padres de hijos que dominan la informática con maestría porque esto significa que a menudo nos aventajan en uno de los ámbitos primordiales del mundo actual, como es el mundo virtual.
Como resultado de lo anterior, nuestra función ya no es solo ocuparnos de que los hijos sean responsables y correctos, que estudien y cumplan con sus deberes escolares. Es verdad que la inteligencia y los conocimientos dan poder, abren puertas y traen grandes oportunidades. Sin embargo, ser felices y vivir plenos no es el resultado de tener más y hacer más, sino de cultivar en ellos un buen corazón gracias a que nos ocupamos de enseñarles a obrar bien y a hacer el bien… sin mirar a quién, lo cual surge de un buen corazón, no del intelecto ni de los talentos.
Si bien es cierto que nuestras obligaciones incluyen brindarle a los hijos una buena formación y la educación académica que les permita prepararse para “ganarse la vida”, nuestra función primordial es enseñarles a actuar bien y hacer el bien… sin mirar a quién. Lo necesario para este propósito es cultivar en ellos las virtudes que surgen de un buen corazón porque, en última instancia, lo que los niños necesitan es, ante todo, tener buenos principios y buenos sentimientos. Y eso será el resultado de su buen corazón, no de sus conocimientos y tampoco de lo que mucho que tengan o sepan los niños, sino de la calidad de sus acciones y de su buen corazón. Esto significa que nosotros somos los principales maestros de lo que harán los hijos con su vida porque nuestras conductas son el libro de los principios y virtudes que ellos aprenderán y cultivarán