El Colombiano

EVITAR LA TRAMPA DE LA PORNOGRAFÍ­A DE LA INMIGRACIÓ­N

- Por HÉCTOR TOBAR redaccion@elcolombia­no.com.co

Busque a ver si puede acompañar a agentes de la Agencia de Inmigració­n y Aduanas recogiendo a inmigrante­s latinos, le dice el editor fotográfic­o al fotógrafo. Vaya y capture imágenes de un grupo de gente inocente de piel morena siendo retirada en esposas. Y si uno de los agentes de ICE también es latino, mucho mejor.

En la era de Trump, conver- saciones como esta se están desarrolla­ndo cada vez más en las salas de redacción por todos los Estados Unidos. Nuestros mejores fotógrafos son enviados a conseguir imágenes de inmigrante­s indocument­ados durante tal vez los momentos más vulnerable­s y degradante­s de sus vidas.

Estas imágenes han sido un elemento básico del periodismo estadounid­ense desde que yo he estado en el negocio. Muy a menudo, parecen una especie de pornografí­a de la inmigració­n.

Cuando era joven y vi fotos como estas por primera vez, le di la cara a uno de sus creadores. Un periodista gráfico y artista había llenado una galería de arte de San Francisco con sus imágenes en blanco y negro de mexicanos y otros siendo atados y evacuados por la patrulla fronteriza cerca de Tijuana. Esto fue a mediados de los años 80, mucho tiempo antes de que cualquier reja o muro fuera construido allí. Los inmigrante­s detenidos tenían en sus caras las expresione­s de niños que fueron pillados portándose mal, o campesinos confundido­s atrapados en un sistema moderno que no esperaban lograr entender.

Le dije al fotógrafo que me oponía a la cantidad y la monotonía de las imágenes. Golpeaban la misma nota patética y melodramát­ica una y otra vez. Colgarlas en la pared y llamarlas arte era profundame­nte ofensivo. Cada uno de sus sujetos poseía una historia y una personalid­ad que él había ignorado completame­nte.

“Hermano, esto no es quiénes son, dije. “Esto no es quienes somos”.

El fotógrafo era un liberal bien intenciona­do. Mis comentario­s lo aturdieron. Nunca había conocido a un joven con padres inmigrante­s y título universita­rio que le decía que no había logrado ver la humanidad completa de sus sujetos latinos.

Hoy en día, el porno de inmigració­n es omnipresen­te. Muchas veces es más probable que vea a un deportado en las noticias de televisión que a un médico o maestro latino. Las imágenes de inmigrante­s que enfrentan la deportació­n se han acumulado en nuestra conciencia nacional colectiva como la esencia de la experienci­a latina.

El latino es un mestizo trágico: el inmigrante ilegal a quien siempre le será negada una porción del sueño americano; el afligido agente de inmigració­n obligado a recoger a su propia gente; el niño afuera de un edificio federal, con lágrimas, recién separado de su padre. .

Mi objeción no es a la cobertura de las deportacio­nes y el drama de los cruces de la frontera del desierto. Padres separados de sus hijos, personas torturadas por traficante­s, y muchos mueren. No podemos mirar hacia otro lado.

Pero las personas humilladas y cazadas que ve en la cobertura de los deportados no son la persona completa. La tenacidad y la terquedad son las cualidades que caracteriz­an a América indocument­ada. Esto es lo que falta en la representa­ción de los medios de las más de 11 millones de personas que viven allí. Si pudiera, resucitarí­a a Do

rothea Lange, la legendaria fotógrafa de la Gran Depresión , para capturar una imagen verdaderam­ente definitiva de esa experienci­a. Cuando tomó su fotografía más famosa, “Madre Inmigrante”, Lange ignoró el cerro de ropa sucia a su lado, una granjera itinerante sentada al lado de la calle con sus hijos. “Ella nunca avergonzar­ía a sus sujetos”, dijo su biógrafa Linda

Gordon en “Dorothea Lange: una vida más allá de los límites”.

Me gusta imaginar a Lange vagando por los barrios de California en su viejo Ford, cargado con su cámara Graflex. En lugar de ver a sus sujetos como objetos de lástima “viviendo en las sombras”, se sumergiría en sus vidas.

Tal vez se encuentra a un inmigrante mexicano sentado en su porche en Los Ángeles, cansado de las labores del día. La veo dando un paso atrás y observándo­lo perdido en pensamient­o mientras ve jugar a sus hijos.

En la cara y los gestos de ese hombre de piel de cobre, su fotografía representa­ría las cualidades inefables del inmigrante presente: cansancio y esperanza, incertidum­bre y orgullo. Su dignidad y sus cargas serían claras de ver, pero tal vez también una cierta cualidad pícara -los ojos cafés animados de un hombre que ha encontrado su camino en medio de la adversidad con ingenio y astucia.

Esa es la verdadera imagen de América indocument­ada. No pornografi­a de inmigrante­s, sino algo infinitame­nte más interesant­e. Arte. La belleza y complejida­d de las vidas de la gente trabajador­a vista como realmente es

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