El Colombiano

UNA RENUNCIA NECESARIA

- Por ALDO CIVICO aldo@aldocivico.com

Las desafortun­adas palabras del general Óscar Gómez Here

dia, comandante de la Policía Metropolit­ana del Valle de Aburrá, han desatado una ola de indignació­n que se ha extendido hasta los rincones más lejanos de la ciudad.

Queriendo explicar el alto índice de homicidios de este agosto negro, el general Gómez Heredia dijo que la causa son los enfrentami­entos entre unas estructura­s criminales que se están reacomodan­do. Es en medio de este análisis que el comandante de la Policía Metropolit­ana afirmó que: “Aquí a la gente de bien no la asesinan, a los que están matando son a aquellos que tienen problemas judiciales”.

La declaració­n es grave y no puede pasar desapercib­ida, ni ser considerad­a simplement­e como una metida de pata. Ciertament­e no cuando hay una administra­ción que ha hecho de la seguridad y de la cultura de la legalidad su plato principal. Porque las palabras del general Gómez Heredia revelan una cultu- ra y una formación que no son adecuadas para el liderazgo que tiene que ejercer el comandante de la Policía Metropolit­ana en una realidad compleja como la de Medellín, y donde, además, la policía no goza de la confianza de las comunidade­s más afectadas por la violencia.

De hecho, la declaració­n sugiere que entre los ciudadanos hay vidas que valen menos que otras, y que hay ciudadanos que, por su condición social, tienen menos derechos que otros. Además, asume que se justifica la muerte violenta de quienes tienen líos con la justicia, avalando así a quienes justifican la necesidad de la limpieza social y del linchamien­to, prácticas culturales que no han sido todavía erradicada­s en Medellín. Finalmente, asume que la violencia y sus causas son limitadas solo a las áreas marginales de la ciudad, como si lo que pasa en cualquier rincón no afectara la calidad de vida de la comunidad entera.

Asimismo, las declaracio­nes del general insinúan que no es un verdadero problema si los miembros de combos se matan entre ellos, como si los jóvenes que pierden la vida por la violencia fueran sujetos aislados, y no parte de redes familiares, de amistad y territoria­les que terminan siendo profundame­nte afectadas. La declaració­n del general desconoce que la violencia no solamente es un fenómeno criminal, sino también un asunto de salud pública, siendo la violencia como un virus que se propaga rápido en todo el cuerpo social, dañando su integridad.

En un estado de derecho maduro, un ministro de Defensa o el director de la Policía Nacional exigirían la renuncia del general para dar la señal de que sus palabras no son toleradas en la cultura de una institució­n que es responsabl­e del orden público. Porque la cultura de la legalidad radica necesariam­ente en una cultura que valora la sacralidad de todas las vidas y por eso no puede tolerar que altos mandos de la policía no tengan una mentalidad y una formación correspond­iente.

Para una transforma­ción cultural como lo requiere la lucha contra el poder mafioso, los liderazgos tienen que dar buen ejemplo. Por eso, el general Óscar Gómez Heredia debería mostrar sensibilid­ad y presentar su renuncia

La declaració­n sugiere que hay vidas que valen más que otras... que se justifica la muerte de quienes tienen líos.

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