El Colombiano

CUANDO EL GOBIERNO DIFAMA

- Por AZIZ HUQ redaccion@elcolombia­no.com.co

Imagine que un veterano funcionari­o del gobierno recurre a Twitter, hace una llamada a la red de noticias nacional o hace una aparición en televisión nacional para denigrarlo. Imagine que dice mentiras sobre usted a una audiencia nacional, mentiras que son dañinas para su futuro profesiona­l o personal. ¿Qué podría hacer usted para remediar la situación?

Usted podría buscar una retractaci­ón. Tal vez usted acudi- ría a sus colegas y amigos para defender en privado su versión del caso. O si tuviera la suerte de tener una plataforma nacional propia, quizás intentaría corregir la declaració­n difamatori­a en público.

Pero una cosa que no podría hacer es demandar. No existe ningún remedio judicial para cuando un funcionari­o federal difama a alguien. Esta brecha en la ley no es el resultado de una decisión consciente por parte del Congreso o jueces federales para proteger la habilidad del gobierno para denigrarlo a usted. Fue creada involuntar­iamente. En una época cuando la mentira política está siendo utilizada como un arma para aumentar el efecto, es una omisión que el Congreso debería rectificar.

Hoy, si una cadena de noticias como The New York Times, CNN o Breitbart News pronuncia una calumnia, o si un ciudadano privado haciendo campaña en busca de un cargo público lo hace, los tribunales están abiertos. Ciertament­e, los remedios no son ilimitados. Preocupado por los efectos escalofria­ntes de la difamación en la prensa, la Corte Suprema ha erigido con razón los grandes obstáculos a los daños por difamación.

Pero si un funcionari­o del gobierno hace una declaració­n intenciona­l, falsa y dañina, no hay nada que hacer. En febrero, por ejemplo, horas después de reportar críticamen­te sobre las operacione­s de prensa de la administra­ción Trump, Alex

Isenstadt se vio acusado (al parecer falsamente) por oficiales anónimos de la Casa Blanca de burlarse y desestimar la muerte de un oficial de la Fuerza de Operacione­s Especiales de la Marina de Estados Unidos. Bajo la actual ley de difamación, Isenstadt no tendría recurso alguno en ese caso.

¿Cómo surgió esta brecha en la ley de difamación?

Cuando el gobierno le hace daño a alguien, una ley de 1946 llamada el Acta Federal de Reclamacio­nes de Agravios generalmen­te ofrece un remedio judicial. En 1988, en el Acta Westfall, el Congreso enmendó el acta anterior para cubrir la mayoría de los reclamos por daños personales contra funcionari­os oficiales. Estas leyes, sin embargo, forjan inmunidade­s para funcionari­os del gobierno cuando se trata de “difamación, calumnia, tergiversa­ción” así como “engaño.”

¿Por qué esas excepcione­s? Simple cautela,

En un caso de 1976,

Davis, que tenía que ver con un folleto policial con fotografía­s de personas “conocidas como activas” como ladrones, la Corte Suprema sostuvo que la cláusula de debido proceso de la Constituci­ón no protege la reputación. El presidente de la Corte Suprema, William H. Rehnquist, expresó su alarma por la cantidad de casos que podrían ocurrir si se permitiera a las personas demandar a sus funcionari­os locales y estatales por difamación y calumnia.

Muchas décadas han pasado. En ese tiempo, las cortes han tenido amplia experienci­a con reclamacio­nes de lesiones contra el gobierno federal. Sin embargo, no se han tomado medidas para proteger contra el daño del discurso oficial que falsamente impugna el carácter de una per- sona en los medios de comunicaci­ón nacionales.

Hay una solución simple. El Congreso debería promulgar un recurso judicial para cualquier persona difamada por un funcionari­o del gobierno federal hablando o escribiend­o al público.

Limitar la solución a funcionari­os federales le daría manejo a la preocupaci­ón del magistrado principal Renquist en cuanto a una inundación de demandas menores contra oficiales locales y estatales. Además, los funcionari­os públicos no estarían tranquilos por nada más que por declaracio­nes imprudente­s y falsas. Por una parte, normalment­e sería difícil para un demandante demostrar que un funcionari­o debía haber sabido que una declaració­n era falsa.

Además, el remedio si un demandante gana no serían daños. Ningún funcionari­o pagaría personalme­nte de su bolsillo. El Presidente Trump ha hablado sobre abrir la ley de libelo, aunque dudo que esto es lo que tenía en mente. Sin embargo, sería bueno que los legislador­es que quieren mantener estable y civil nuestra vida política nacional piensen sobre la reforma al libelo - para el discurso del gobierno

Si un funcionari­o del gobierno hace una declaració­n intenciona­l, falsa y dañina, no hay nada que hacer.

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