El Colombiano

DECIR LA VERDAD RIENDO

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Hablé con el padre Nicanor sobre la pelea, torpe y desabrida, entre el expresiden­te Álvaro Uribe y el periodista Daniel Samper Ospina, que sobra resumir aquí y que ha tenido ocupada y preocupada a la opinión pública. Muy a regañadien­tes, el viejo cura accedió a hacer algunas considerac­iones.

-Más por quitarme de encima a un sobrino impertinen­te - me aclaró. Definitiva­mente, a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos -añadió.

-Pero de todas manera supongo que usted, tío, también está escandaliz­ado.

-¿Escandaliz­ado de qué? A estas alturas, muchacho, ya no hacen mella ni las rabietas de un expresiden­te al que se le sube a la cabeza, cuando menos piensa, el apellido, ni las fanfarrona­das de un columnista al que también el apellido y una cierta desfachate­z heredada le hace pasar malos ratos. Ni se asusta uno ya por las peleas entre un bogotano buscapleit­os y un paisa camorrero.

-Pero usted no puede negar que es grave lo que ha ocurrido: un personaje emblemátic­o - querámoslo o no- de la vida nacional, agarrado a punta de insultos y leguleyada­s con un periodista que -también querámoslo o no- es reconocido en la prensa colombiana por sus columnas satíricas y burleteras.

-Ahí va mi primera observació­n que, como buen cura, ensarto en un latinajo del gran Horacio: quemquam ridentem dicere verum, quid vetat?” Una frase que también aparece formulada así: “Nihil vetat ridentem dicere verum”.

-No es necesario que me las traduzca, padre. A uno le suenan ahí mismo: nada prohíbe decir la verdad riendo; ¿qué prohíbe a alguien decir la verdad mientras se ríe? -Vea, pues, ya ni se necesita haber estudiado latín para entender a Horacio. Y uno todavía creyéndose un privilegia­do porque aprendió una lengua muerta que ya no usan ni siquiera los curas. Pero, como sea, en ese epodo de “Las sátiras” de Horacio está el principio rector e inspirador del periodismo de humor, de la sátira escrita o hablada, de la caricatura, de la imitación de voces.

-No se me vaya a ir ahora, tío, por una de esas largas digresione­s suyas sobre el humor y la sátira en la literatura, sobre famosas obras jocosas, sobre lo cómico en el periodismo, tanto en el viejo como en el nuevo y en las más recientes formas de comu- nicación, como está ocurriendo ahora con los trinos. Ya los políticos no son solo tronantes y sonantes, como en el pasado, sino trinantes y malsonante­s a cualquier hora del día o de la noche.

-Pero más delicado, sobrino, es reflexiona­r sobre cómo el poder, la autoridad mal entendida o el autoritari­smo, la intransige­ncia y el caudillism­o, se sienten amenazados por el humor, por lo cómico en el periodismo, llámese caricatura, columna de opinión o gracejo radial.

-Es cierto, padre Nicanor. Una sociedad, una persona, una institució­n, un líder, dominados por el dogmatismo y por la polarizaci­ón son enfermizam­ente alérgicos a la broma, al chiste, al humor, a la crítica sonreída.

-Que tal vez es lo que nos está pasando. O sin tal vez

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