EDITORIAL
Medellín requiere de una política pública que comprometa a sus administraciones a incorporarla en sus planes y ejecuciones ambientales para multiplicar espacios verdes en todos sus entornos.
“Medellín requiere de una política pública que comprometa a sus administraciones a incorporarla en sus planes y ejecuciones ambientales para multiplicar los espacios verdes en todos sus entornos”.
Agregar más espacios públicos a Medellín, colmados de verdes, ordenados, planificados, sostenibles y adaptados para mejorar la calidad de vida, el disfrute y la integración de todos los sectores ciudadanos es una tarea en la que no debe escatimarse esfuerzos.
El clamor no es nuevo y en esto la ciudadanía ha estado por encima de gobernantes que han permitido, a través de planes de ordenamiento territorial improvisados, la saturación de construcciones de cemento sin compensaciones ambientales, sobre todo en los sectores populares, acumulando un enorme déficit en espacios para el goce ciudadano.
Hace cien años, inicios de la década de los 20, un grupo de mujeres, al anunciarse la demolición de un jardín cercano al desaparecido Teatro España, en el Centro, se pronunció para advertirle al gobierno de entonces que con esa y otras decisiones, la ciudad y sus hijos se estaban quedando sin espacios verdes para recrearse e integrarse socialmente, denuncia consignada en el libro “Medellín, origen y transición de la modernidad”, del urbanista Luis Fernando González.
Lo anterior nos sirve para volver a reflexionar y comprender cómo una ciudad, construida entre montañas, en un valle y cruzada por un río, solo cuente con 3,65 metros cuadrados de espacios verdes por habitante, cuando la recomendación de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial es de, mínimo, 15 metros cuadrados.
Hoy, con una mirada y un ordenamiento territorial diferentes, con empresas de construcción que van más allá de lo estético en materia ambiental, destacamos la nueva dinámica de la ciudad por la multiplicación de sus espacios verdes recuperando o convirtiendo en jardines, bosques y zonas para prácticas deportivas, caminatas y áreas de descanso lotes, riberas de quebradas y las faldas de algunos de los cerros que rodean el Aburrá.
A estos se suman el Jardín Botánico, que como pulmón verde se incorporó en 1913; La Asomadera, los cerros Nutibara, Volador y Pan de Azúcar; el parque Arví, 16.000 hectáreas, 1.760 de las cuales son bosques nativos, y dotado de 54 kilómetros de senderos para facilitar los desplazamientos de sus visitantes, en su mayoría (80%) de los estratos 1 y 2, casi todos del Nororiente de la ciudad.
No obstante, lo recomendable es que los espacios verdes hagan parte del entorno inmediato del ciudadano, de su barrio y cuadra para que realmente dignifiquen su vida y lo conecten espiritualmente con la naturaleza.
Llama la atención que en las zonas más deprimidas de la ciu- dad, caracterizadas por la pobreza extrema, el hacinamiento y flageladas por todo tipo de violencias, es donde menos espacio verde existe, en amplias áreas escasamente se llega al 2,1 %.
Si bien a las últimas cinco alcaldías se les reconocen grandes esfuerzos para compensar el déficit de espacio público, el crecimiento demográfico y la informalidad con la que se levantó la urbe (70 %) y que persiste en buena parte, hacen que tales índices se mantengan estables.
Si una ciudad en el continente se asemeja por la naturaleza que la rodea a Medellín es Quito, localizada en un valle como el Aburrá, rodeada de montañas y con una población similar a la nuestra. En ese valle los quiteños tienen el Parque Metropolitano Guangüiltagua, de 557 hectáreas, y su espacio público por habitante es de 20 metros cuadrados, sin contar los enormes parques naturales que se extienden al final de las crestas de las montañas.
Más verde para los medellinenses, más cantos de aves, más flores y jardines, exigen la creación de una política pública que comprometa a toda administración que llegue a La Alpujarra a incorporarla dentro de sus planes, presupuestos y ejecuciones ambientales