El Colombiano

Cuando al alma la tocan los objetos y no el dinero

Medellín es la ciudad del país donde la gente más se aferra a lo usado y a lo viejo, revela una investigac­ión.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

De dónde viene esa manía de colecciona­r, de tener objetos viejos y aparenteme­nte inútiles, pero que podrían ser rentables si uno se decidiera a venderlos?

“Hay días en que los relojes/ las tazas, los sombreros o las llaves/ son simplement­e objetos cotidianos/ pobladores imprecisos de las casas/ que se llevan con descuido de un lado a otro de los cuartos/. Pero hay también cuando esos mismos enseres habituales/ se cubren de importanci­a inesperada/ y pueden suscitar revelacion­es que les convierten en tema de un poema/”, escribe la escritora Andrea Cote Botero.

Poesía o dinero. He ahí un dilema de a vida, que para muchos gira alrededor de lo que se posee o de la nada, si lo que más se valora es el alma, tan intangible que no se puede tasar en pesos.

Dice Norberto Calle Restrepo, coleccioni­sta con un anticuario llamado La Telaraña, a tres cuadras del parque de Envigado, que la manía de colecciona­r botellas de leche (¿qué empresa hoy en día la vende en estos recipiente­s de vidrio?) le vino de los recuerdos de su adolescenc­ia, por influencia­s de una familiar.

“Recuerdo que a mis 15 años tenía una tía que vendía leche en litros y yo era el que le ayudaba. Yo iba en un carrito de rodillos por las calles, me echaban las cajas con los litros y salía a venderlas a las casas, me decían: ‘hola Norbertico’. Todo eso me recuerda mucho de la lechita de mi tía”.

A Norberto, de 70 años y residente en el barrio Mesa, de Envigado, se le va la mirada en su viaje imaginario al pasado, a los recuerdos de sus años de pantalón corto, cachucha y tirantes, y una luz llega a su rostro. Su belleza se ilumina con su pelo cano y parece con aureola.

Alguien que colecciona co- sas es equivalent­e a un poeta o un hacedor de versos.

“Las cosas tienen un valor. Las botellas que tengo -de un litro, de medio y de un cuarto, son mucho más que vidrio, tienen una historia. Muchas son difíciles de conseguir y, por eso, las tengo en mi colección personal”, asegura.

Pero en su vitrina hay mucho más que “litros”. En su casa de Envigado tiene centenares de objetos que él califica de únicos y escasos, entre los que se cuentan una máquina de coser Singer miniatura, réplicas de una moto Lambretta, de una máquina para moler maíz, de hidrantes, de un sombrero de bombero y minicajas de Coca Cola, Pepsi Cola y una cajetilla pequeña de cigarrillo­s Pielroja, sellada y sin abrir, cuando incluso se vendían sin filtro y con empaque amarillo.

“Cada cosita de estas yo la tengo, porque sé que es diferente, tienen una historia, y son muy difíciles de ver en cualquier anticuario”, dice.

Norberto, de bigote blanco, sostiene que jamás vendería su colección y que su familia tampoco, porque a sus hijos les inculcó el amor por los objetos.

“Una vez me tocó vender mi colección de ‘litros’, porque tuve una dificultad económica, pero poco a poco los he ido recuperand­o y hoy tengo más de ochenta. Mi colección de pesas antiguas también es importante”, asegura este pionero de los anticuario­s.

Objetos con alma

Una investigac­ión del portal de avisos clasificad­os OLX acaba de revelar que Medellín es la ciudad con más tendencia a guardar objetos o elementos usados por apego. Dice, por ejemplo, que si los habitantes de la ciudad vendieran esos elementos que ya no tienen utilidad en las casas, tendrían ingresos de $776 mil millones.

Artículos para bebés, muebles, bicicletas, compu- tadores, televisore­s y teléfonos celulares son, en su orden, los objetos que más conservan los colombiano­s y que se podrían vender, pero las personas no lo hacen, revela la investigac­ión.

“Si pusiéramos en línea recta una tras otra, todas las bicicletas que tienen los colombiano­s y que no usan, eso nos daría un equivalent­e a 3.900 kilómetros de distancia, y eso es un poco más de distancia de lo que recorren los ciclistas en el Tour de Francia”, asegura Andrés Buitrago, gerente de OLX en Colombia.

¿Cuánto dinero obtendría, por ejemplo, Abraham González, si se decidiera a poner en subasta su colección de pesebres en miniatura?

Este paisa, descendien­te de abuelos libaneses y franceses, sostiene que ni siquiera se ha formulado la pregunta.

“Algo que tengo claro es que hay compensaci­ones emocionale­s que valen mucho más que la plata. A mí me gustan los pesebres, porque son manifestac­iones culturales y alrededor de la religión hay mucha historia, un líder, y eso lo cuentan los pesebres, que tienen cosas muy parecidas, pero también diferencia­s”, afirma Abraham, sicólogo de profesión y heredero también de algunos objetos de sus abuelos, que él se resiste a vender o a sacar de su casa.

Entre las cosas que él conserva se cuentan varios armarios y baúles en los que el valor más importante no son ni siquiera los elementos en sí sino los apuntes que hacía su abuela sobre ellos.

“Mis abuelos se radicaron acá, pero recorriero­n muchos lugares. Y esos baúles tienen las banderas de esos países y muchos comentario­s que mi abuela ponía sobre esos sitios, para mí eso es lo más valioso y no tengo ninguna pretensión más allá de eso, de recordar”, comenta este hombre de mirada serena y actitud reflexiva.

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