QUE LO COJA CONFESADO
El proyecto de presupuesto nacional presentado a consideración del Congreso ha levantado protestas de las ma- yorías de la opinión pública, que ven disminuidos los renglones esenciales para el desarrollo nacional. Argumenta el Ejecutivo, para explicar esas trasquiladas, la necesidad, ya tardía, de implantar la ortodoxia de las finanzas y la responsabilidad fiscal, estrategias que han estado ausentes en la manipulación política del actual e incongruente mandato.
El 63 % del total del presupuesto para ejecutar el año entrante está dedicado a funcionamiento. La inversión, la más damnificada. Se le reduce en más del 17 % con respecto a este año, lo que resulta algo insólito en un país lleno de carencias básicas y de necesidades insatisfechas. Está bien la austeridad racional. Pero mal la tacañería destructora.
Hay recortes drásticos en ciencia y tecnología, en un país que aspira a entrar en las grandes ligas del desarrollo como la Ocde. Con tan pocos recursos, ¿qué niveles de emprendimiento, innovación, productividad, se podrán alcanzar para ser competitivos en los mercados externos?
El peso de la deuda externa comienza a dejar sentir sus rigores. 52 billones de pesos, o sea el 22 % del total del presupuesto nacional, se tendrá que destinar a su servicio. Suma que no solo es cuantiosa sino que además pone en evidencia la incompetencia del gobierno para contratarla, porque mientras a Colombia le cuesta el solo pago de intereses más del 3 % del PIB, según la Cepal, América Latina solo paga en promedio el 2 %. Con el agravante de que en tanto la deuda pública nacional representa el 42 % del PIB, en el promedio latinoamericano no llega al 37 %. Y seguiremos acrecentándola de los 485 billones de pesos que es la actual deuda total del Estado colombiano, en la medida en que no existan recursos internos para solventar los compromisos que se derivan del posconflicto. Ese desafío, empedrado de promesas, que incrementan riesgos azarosos, si se incumplen y violan.
Uno de los retos más comprometedores que tendrá que enfrentar quien suceda a Santos, será el de la bomba pensional. No ha habido hasta ahora gobierno alguno que aboque su desafío. Más de 40 billones de pesos deberán erogarse para atender sus pagos. Y si a eso se le suman las vigencias presupuestales futuras ya comprometidas, no solo crece la irres- ponsabilidad de este gobierno sino la forma como quedará su sucesor, amarrado a la penuria.
La agricultura, en la que se fundamenta buena parte del éxito del posconflicto, es una de las más aporreadas. En cerca del 30 % se disminuyen sus partidas. Anif califica esta decapitada de “decepcionante”. Y particulariza ese castigo presupuestal en los frentes de la agroindustria y de la infraestructura dirigida a las vías secundarias y terciarias, sobre los cuales descansa el gobierno buena parte el programa de la paz. Es decir castiga a aquellos frentes del desarrollo que van a aliviar al llamado país profundo, en donde sobreviven las grandes masas más deprimidas de la población colombiana.
Así que a una olla raspada se le suma que está rota. Será parte de la dura herencia que le tocará recibir al sucesor de Santos… Que Dios lo coja confesado
El gobierno Santos dejará a su sucesor amarrado a la penuria, con una olla raspada y se le suma que está rota.