PATERSON, ¡AAAJÁ!
Es bien difícil opinar algo inteligente sobre ‘Paterson’, la más reciente película del director independiente Jim Jarmusch (Ohio, 1953). Difícil no, imposible. ¿Cómo ser cerebral ante una obra que desesperaría al mismísimo Descartes?
El realizador de apellido checo y de tupida mata de pelo blanquísima, había declarado en 1989 “prefiero hacer una película acerca de un tipo paseando a su perro que una acerca del emperador de China”. No mintió.
Tiene a Cannes a sus pies, estudió literatura en la Universidad de Columbia con intención de ser poeta, ha sido músico, de su cine se dice que tiene el ‘tempo’ y ritmo del blues y jazz. Vive con su novia desde estudiantes, no tienen hijos. Es apasionado de la cultura japonesa.
La mejor radiografía de sus personajes la hace Paul Auster en cuatro palabras: “lacónicos, retraídos, tristes farfullantes”.
‘Paterson’ incluye los ingredientes: hombre que pasea al perro, protagonista retraído que escribe poesías, homenajes a varios célebres poetas relacionados con la pequeña ciudad epónima de New Jersey, un japonés que parece saberlo todo: “¡Aaajá!”.
Hasta aquí funciona la inteligencia, facultad para distinguir, clasificar, organizar el mundo. Pero el mundo no se deja organizar. Tampoco la labor de este ícono del cine-arte norteamericano que, hablando de cómo consigue sus temas, aconsejó: “Nada es original… selecciona solo cosas para robar que hablen directamente a tu alma”.
Hablar al alma propia para tocar el alma ajena, así presagiaría uno su consigna. Paterson, el protagonista que se llama igual que su pueblo, captura las imágenes desde el vidrio panorámico del bus que maneja. Asuntos insignificantes, hijos de las inercias cotidianas, conversaciones de seres que no son el emperador de China.
El filme reitera esas rutinas, lo mismo que la cara de palo de este joven chofer. Él las escribe en sus instantes de luz, llena con esfero un cuaderno. Son sus poemas a pesar de que no se reconoce como poeta. Son el caudal de su alma que resulta más pujante que su sonrisa esquiva.
La cámara los toma desde lo alto, a él y a su bella mujer yacentes cada amanecer, y tiempo después de haber visto las escenas de esta cinta uno se da cuenta de que “es demasiado tarde para sacárselas de la cabeza”, como anotó un crítico refiriéndose a la obra de Jarmusch. Entonces uno farfulla ¡Aaajá!
El filme reitera esas rutinas, lo mismo que la cara de palo de este joven chofer. Él las escribe en sus instantes de luz.