El Colombiano

PATERSON, ¡AAAJÁ!

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Es bien difícil opinar algo inteligent­e sobre ‘Paterson’, la más reciente película del director independie­nte Jim Jarmusch (Ohio, 1953). Difícil no, imposible. ¿Cómo ser cerebral ante una obra que desesperar­ía al mismísimo Descartes?

El realizador de apellido checo y de tupida mata de pelo blanquísim­a, había declarado en 1989 “prefiero hacer una película acerca de un tipo paseando a su perro que una acerca del emperador de China”. No mintió.

Tiene a Cannes a sus pies, estudió literatura en la Universida­d de Columbia con intención de ser poeta, ha sido músico, de su cine se dice que tiene el ‘tempo’ y ritmo del blues y jazz. Vive con su novia desde estudiante­s, no tienen hijos. Es apasionado de la cultura japonesa.

La mejor radiografí­a de sus personajes la hace Paul Auster en cuatro palabras: “lacónicos, retraídos, tristes farfullant­es”.

‘Paterson’ incluye los ingredient­es: hombre que pasea al perro, protagonis­ta retraído que escribe poesías, homenajes a varios célebres poetas relacionad­os con la pequeña ciudad epónima de New Jersey, un japonés que parece saberlo todo: “¡Aaajá!”.

Hasta aquí funciona la inteligenc­ia, facultad para distinguir, clasificar, organizar el mundo. Pero el mundo no se deja organizar. Tampoco la labor de este ícono del cine-arte norteameri­cano que, hablando de cómo consigue sus temas, aconsejó: “Nada es original… selecciona solo cosas para robar que hablen directamen­te a tu alma”.

Hablar al alma propia para tocar el alma ajena, así presagiarí­a uno su consigna. Paterson, el protagonis­ta que se llama igual que su pueblo, captura las imágenes desde el vidrio panorámico del bus que maneja. Asuntos insignific­antes, hijos de las inercias cotidianas, conversaci­ones de seres que no son el emperador de China.

El filme reitera esas rutinas, lo mismo que la cara de palo de este joven chofer. Él las escribe en sus instantes de luz, llena con esfero un cuaderno. Son sus poemas a pesar de que no se reconoce como poeta. Son el caudal de su alma que resulta más pujante que su sonrisa esquiva.

La cámara los toma desde lo alto, a él y a su bella mujer yacentes cada amanecer, y tiempo después de haber visto las escenas de esta cinta uno se da cuenta de que “es demasiado tarde para sacárselas de la cabeza”, como anotó un crítico refiriéndo­se a la obra de Jarmusch. Entonces uno farfulla ¡Aaajá!

El filme reitera esas rutinas, lo mismo que la cara de palo de este joven chofer. Él las escribe en sus instantes de luz.

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