COSECHA DE TIMORATOS
Mucho antes de las elecciones presidenciales de 2016, el daño ya estaba hecho. Y no solo en Estados Unidos.
Durante su campaña electoral, Donald Trump avaló desde lo público un discurso que si bien no estaba desterrado, sí se consideraba políticamente inaceptable. Ni los más fervorosos racistas, homófobos y xenófobos se atrevían a reconocerlo en voz alta (no es gratuito que el Ku Klux Klan actúe encapuchado).
Trump empoderó a los agazapados que cultivaban su odio en pequeñas tertulias de clubes, atrios de iglesias y convites pueblerinos. Más pronto de lo presupuestado, el presidente de Estados Unidos ha empezado a recoger su cosecha…
El sábado pasado, en Charlottesville, estado de Virginia, una persona murió y 19 resultaron heridas cuando un automóvil embistió a una multitud que protestaba en contra de una marcha protagonizada por ultranacionalistas, supremacistas blancos, el KKK y neonazis.
48 horas después de los disturbios, Trump cedió a la presión política de republicanos y demócratas y se manifestó ante la prensa. Frente a la opinión pública, fue insuficiente su trino inmaculado: “Tenemos que recordar esta certeza: no importa nuestro olor, credo, religión o partido político, todos somos americanos primero”.
Había que desenmascarar a los miembros del KKK y otros ultraderechistas que habían apoyado de diversas maneras la campaña del actual presidente.
Pero incluso en lo que se refiere a discursos segregacionistas, Trump es solo un aprendiz.
Si revisamos las declaraciones de Nigel Farage, exlíder del UKIP (Partido Independentista del Reino Unido), su campaña a favor del Brexit se lleva todos los laureles a la hora de incitar al odio. La xenofobia estuvo en el centro de su discurso: “Ataques sexuales como los ocurridos en Colonia pueden pasar en Gran Bretaña”. (Se refería a los hechos de la estación central de tren de Colonia, durante el Año Nuevo de 2016, cuando cientos de mujeres fueron atacadas, según las denuncias, por inmigrantes norafricanos y árabes).
El estigma que genera miedo al otro nunca falla como capital electoral.
Nuestro medio no es ajeno al fenómeno. En Colombia, durante décadas, el ya extinto movimiento guerrillero Farc se dio el lujo de incidir en el resultado del futuro ocupante de la Casa de Nariño. En cada contienda electoral, el mismo cuento: ¡Todos a votar por el que quite a las Farc del camino!
(Hasta que, por fin, dimos con el que acabó con ese movimiento guerrillero… aunque no con su nombre).
Pero cerremos aún más el plano, en nuestra ciudad.
En medio de una de las semanas más violentas de 2017 en Medellín, al General Óscar Gó
mez Heredia, comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá, se le zafó una frase de timorato: “Aquí a la gente de bien no la asesinan, a los que están matando es a aquellos que tienen problemas judiciales”.
Aunque ya ofreció excusas públicas, su desliz, en calidad de voz institucional, devela un discurso de estratificación del valor de la vida humana. En versión criolla: el empoderamiento de los timoratos
Donald Trump avaló desde lo público un discurso que si bien no estaba desterrado, sí se consideraba políticamente inaceptable.