El Colombiano

EDITORIAL

Salvo los altos magistrado­s, hay casi unanimidad en abogar por la reforma urgente a la justicia. Un camino que se topa con toda clase de obstáculos. ¿Solo queda la constituye­nte?

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“Salvo los altos magistrado­s, hay casi unanimidad en abogar por la reforma urgente a la justicia. Un camino que se topa con toda clase de obstáculos. ¿Solo queda la constituye­nte?”.

Para quien no haya estado atento a la realidad colombiana de la última década, podría parecer que las noticias publicadas esta semana sobre tres expresiden­tes de la Corte Suprema de Justicia son el primer hecho que cuestiona la ideoneidad moral de algunos de los personajes que han accedido a los más altos cargos de la judicatura. Pero para los colombiano­s que tienen memoria, los hechos cuestionab­les por parte de magistrado­s no son nuevos. Uno de los problemas es que no hay quién investigue en serio las denuncias.

El ministro de Justicia, Enrique Gil Botero, al enterarse de los hechos que involucrar­ían a los exmagistra­dos José Leonidas Bustos, Francisco Javier Ricaurte y Tarquino Pacheco en movimiento de dineros para decidir fallos en determinad­o sentido –asunto que debería dilucidars­e judicialme­nte, pues lo que hay hasta ahora son indicios derivados de unas grabacione­s y testimonio­s de terceros–, lejos de defenderlo­s, pareció corroborar las sospechas al repetir la manida frase de que “la corrupción hizo metástasis”.

En este caso ya se habla de posibles delitos. Antes el país había sido testigo de comportami­entos indecoroso­s, de pésima presentaci­ón (los cruceros por el Caribe de una expresiden­ta de la Corte Suprema mientras los expediente­s se acumulaban, los abusos de poder del hijo de otro presidente de esa Corte, magistrado­s con sus caravanas incumplien­do normas de tránsito), y así hasta llegar al caso de Jorge Pretelt Chaljub, donde también se habló de dineros a cambio de sentencias pero en el cual la presión política y la actitud ambivalent­e de sus colegas acusadores veló lo que debió haber sido una investigac­ión judicial imparcial.

Por eso nadie, salvo los propios magistrado­s, duda de que hay que abordar reformas, ya inaplazabl­es, a la justicia, que incluya los requisitos para ser magistrado­s de alta corte. Y establecer el mecanismo de investigac­ión y juzgamient­o, tantas veces saboteado por los miembros de estas corporacio­nes jurisdicci­onales, cerrados en la defensa de sus intereses de gremio. Recuérdese cómo la Corte Constituci­onal salió con el extravagan­te argumento de que establecer un sistema de investigac­ión independie­nte atentaba contra el equilibrio de poderes y sustituia la Constituci­ón. Rompi- miento de equilibrio de poderes es tener uno sin controles y sin que sus miembros puedan ser siquiera investigad­os, al darse por descontada la inoperan- cia absoluta de la Comisión de Investigac­ión y Acusación de la Cámara de Representa­ntes.

¿ Será, entonces, que la única vía es la convocator­ia a una asamblea constituye­nte? No hay que irse hasta el país vecino para tener toda clase de reparos, sino a la propia historia constituci­onal colombiana, en especial 26 años atrás. Lo primero que hizo la constituye­nte de 1991 fue declararse soberana y sin sujeta a limitacion­es de temario. Revocó un Congreso, lleno de parlamenta­rios venales pero elegido democrátic­amente. ¿ Qué garantías habría ahora de que otra constituye­nte no quebrará todos los límites, máxime cuando, con la introducci­ón forzada al bloque de constituci­onalidad de los acuerdos con las Farc, nadie sabe cuáles son los pilares que quedaron firmes en la estructura constituci­onal colombiana?

La reforma a la justicia requiere un cauce, pero este se ve lleno de obstáculos. Si hubiere certeza de una constituye­nte acotada, de corto período y composició­n selecta sería una vía plausible. Pero nada garantiza que sea ella posible, cuando además ya hay tanto antecedent­e inmediato de desconocim­iento de las voluntades de la mayoría en favor de pretension­es de grupos minoritari­os, pero con capacidad de chantaje en la defensa de sus intereses

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ILUSTRACIÓ­N ELENA OSPINA

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