El Colombiano

CÍRCULO VICIOSO

- Por JORGE GIRALDO RAMÍREZ calia@une.net.co

Acaba de publicarse un informe sobre prevalenci­a del virus de inmunodefi­ciencia humana VIH, asociado con el sida. Los datos para Colombia ponen a Medellín en el primer lugar en cuanto a prevalenci­a o porcentaje de la población afectada. Medellín encabeza el listado nacional de ciudades con una diferencia amplia, de un quinto, sobre Bogotá y Cali (“El VIH sigue latente en Medellín, El Colombiano, 11.08.17). Cuando uno mira los datos del Observator­io de Drogas de Colombia –adjunto al Ministerio de Justicia– se encuentra con que Medellín también encabeza la lista en cuanto a prevalenci­a en el consumo de alcohol, por encima de Bogotá y Barranquil­la (Atlántico). En cuanto a consumo de cocaína, Medellín supera en un 50 % al Atlántico, más que duplica a Cali y triplica a Bogotá. Las cosas son iguales en cuanto mariguana y tabaco. Ojo, es Medellín no Antioquia (excepto en el caso de la coca). No tengo a la mano informació­n sobre otras adicciones como los juegos de azar, pero la situación no debe ser muy distinta viéndose, como se ve, la prosperida­d de los casinos y los establecim­ientos con máquinas tragamoned­as.

No se trata de números pequeños. La prevalenci­a por alcohol afecta al 40 % de Medellín y el área metropolit­ana, la de tabaco al 20 %, mariguana casi al 8 %. No son anormales. Habitualme­nte son personas que tienen familia, trabajan, sin diferencia­s notables en cuanto a género, aunque parece que, de nuevo, son los jóvenes la población más vulnerable. El cuadro completo permite afirmar que, en Colombia, Medellín es la capital del vicio. Siendo así, las explicacio­nes de la violencia intrafamil­iar, la accidental­idad de tránsito y gran parte de los homicidios se amplían; lo mismo que la proliferac­ión de bienes y servicios para satisfacer a una población obsesiva, que van desde el licor adulterado hasta todas las formas de prostituci­ón.

A su vez, Medellín se muestra públicamen­te como una ciudad pacata y conservado­ra. Mientras los ciudadanos manifiesta­n el mayor disgusto sobre los drogadicto­s y alcohólico­s, considerán­dolos los más indeseable­s como vecinos (datos de “Medellín cómo vamos”); las au- toridades civiles y las jerarquías privadas se obsesionan con mantener reglamento­s puritanos; y la prensa con vender beatos y santos. Medellín es viciosa pero esquizoide y negacionis­ta. Sépase que el asceta es un incontinen­te, un adicto, castigado.

Lo curioso del caso es que no nos hemos dado cuenta de que nuestra forma puritana y represiva de encarar el vicio es un fracaso. Todas y cada una de estas adicciones vienen creciendo paulatinam­ente en el Valle de Aburrá. Y cada punto o décima de crecimient­o en las estadístic­as es un fracaso para las institucio­nes públicas, los establecim­ientos educativos, las iglesias y las familias. Seguir esta línea irreflexiv­a no resuelve nada, lo empeora. Alguien (con más influencia que un columnista) debe poner esta discusión en la agenda pública

El cuadro permite afirmar que, en Colombia, Medellín es la capital del vicio.

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