El Colombiano

PROHÍBA EL PORTE ABIERTO DE ARMAS

- Por JOHN FEINBLATT redaccion@elcolombia­no.com.co

Cuando miembros de la milicia y supremacis­tas blancos descendier­on el sábado pasado sobre Charlottes­ville, Virginia, con banderas nazis y pancartas racistas, muchos de ellos también portaban abiertamen­te armas de fuego, incluidas armas semiautomá­ticas. Llegaron a intimidar y ate- rrorizar a los manifestan­tes y a la policía. Si usted lee los informes de los ataques físicos que instigaron, aparenteme­nte su plan funcionó.

Ellos podrían tratar de racionaliz­ar su conducta como protegida bajo la Primera y Segunda Enmienda, pero no nos engañemos. Quienes vinieron a Charlottes­ville portando armas abiertamen­te ni llevaban un mensaje político no violento, ni se estaban defendiend­o, ni estaban protegiend­o su hogar.

Simplement­e, el terror público no está protegido bajo la Constituci­ón. Ese ha sido el caso a través de la historia. Y este es el momento para mirar esa historia y prohibir el porte abierto, antes del siguiente Charlottes­ville.

Históricam­ente, los legislador­es han considerad­o que el porte abierto es una amenaza a la seguridad pública. Bajo la ley de hecho inglesa, un grupo de protestant­es armados constituía­n una revuelta, y algunas colonias americanas prohibiero­n el porte abierto específica­mente porque causaba terror público. Durante la Reconstruc- ción, los gobiernos militares gobernando gran parte del Sur respondier­on al terror motivados por el racismo (incluyendo el asesinato de docenas de hombres libres y republican­os en la Convención Constituci­onal de Louisiana de 1886) prohibiend­o el porte público ya fuera generalmen­te o en reuniones políticas y puestos de votación. Luego, en 1886, una decisión de la Corte Suprema, Presser v. Illinois, ratificó una ley prohibiend­o a grupos de hombres “marchar con armas en ciudades y pueblos sin previa autorizaci­ón”. Para los estados, dicha ley era “necesaria para la paz pública, la seguridad y el buen orden”.

En otras palabras, nuestros antepasado­s políticos no habrían tolerado el porte abierto como lo practicaro­n los terrorista­s motivados por el racismo en Charlottes­ville. No veían el porte abierto como expresión protegida. Según los legislador­es, la Primera Enmienda protegía el derecho a congregar “pacíficame­nte”. La Segunda Enmienda no protegía a las organizaci­ones para- militares privadas ni a un individuo que lleva un arma cargada. El porte abierto era contrario a la “paz pública”. Los legislador­es no estaban dispuestos a permitir que la gente tomara la ley en sus propias manos, así que proactiva y explícitam­ente lo prohibían.

Hoy, la ley en la mayoría de los estados no habla sobre el porte abierto -y porque la mayoría de los estados no lo prohíben explícitam­ente, se convierte en legal de facto. Porque es legal, los extremista­s del porte abierto toman plena ventaja de este tecnicismo.

Todo esto explica por qué algunos estados de manera sensible y constituci­onal re- chazan a los absolutist­as del porte abierto, lo prohíben o lo regulan en demostraci­ones públicas, o ambas cosas. Por ejemplo, Alabama prohíbe traer un arma a demostraci­ones públicas, y Maryland tiene una ley que prohíbe armas en demostraci­ones y encuentros públicos similares. Cuando los estados toleran el porte abierto, están buscando problemas.

Recurrir a las plazas de la ciudad para gritar más allá de sus opositores políticos es una rica costumbre americana.

El porte abierto no es parte de esa tradición, y su historia es la de una herramient­a utilizada para fines específica­mente racistas. Corroe nuestros espacios públicos e infringe sobre nuestros derechos. Introduce el terror y la intimidaci­ón, donde deberían prevalecer el diálogo y el debate. Y hasta que cerremos la brecha en del porte abierto en nuestras leyes, la intimidaci­ón armada que vimos en Charlottes­ville continuará sirviendo como una táctica para más extremista­s en más de nuestras ciudades y pueblos

El porte abierto introduce el terror y la intimidaci­ón, donde deberían prevalecer el diálogo y el debate.

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