“¿Y USTEDES QUIÉN DICEN QUE SOY YO?”
Hay quienes dicen que Jesús de Nazaret es el más ilustre personaje de la historia, una “superestrella”, un líder revolucionario. Otros replican que fue un simple hombre magnificado por sus discípulos. Y no faltan quienes arguyen que es una invención de quienes iniciaron el cristianismo. De todos modos, la cuestión sobre Jesús sigue vigente después de veinte siglos.
Cuando los cristianos recitamos el Credo de los Apóstoles, decimos después del reconocimiento de Dios creador: “Creo en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor”. ¿Qué significa esta afirmación? La respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús (“¿Y ustedes quién dicen que soy yo?”: Mateo 16, 1320), proveniente de la revela- ción de Dios, constituye la base del artículo central del Credo cristiano: reconocer en Jesús al Ungido (en hebreo “Mesías” y en griego “Cristo”), y como tal al Hijo de Dios, es decir a Dios hecho hombre para realizar la misión de liberar al ser humano de todo lo que le impide ser feliz y hacer presente en la humanidad el Reino de Dios, un reino universal de justicia, de amor y de paz.
San Ignacio de Loyola (14911556) propone en sus Ejercicios Espirituales “pedir conocimiento interno del Señor para más y amarlo y seguirlo”. Este conocimiento interno consiste en una vivencia profunda de la persona de Jesús, más allá de cualquier definición conceptual: una asimilación del sentido de su vida y su acción libe- radora, para ir asemejándose cada vez más a Él.
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” dice Pedro; “vivo”, es decir distinto de los ídolos, que son inertes. Este mismo Dios iba a resucitar a Jesús después de su muerte en la cruz con una vida nueva por la acción del Espíritu Santo. De ahí el mandato de Jesús a sus discípulos al final del relato que presenta hoy el Evangelio, de no decir que Él era el Mesías hasta que después de su muerte y resurrección pudiera darse este reconocimiento, no en el sentido de un mesianismo político, sino de lo que verdaderamente quiso significar con su proclamación del Reino de Dios: la acción poderosamente liberadora del Amor que es Dios mismo y trasciende los límites de la existencia terrena hacia un horizonte de eternidad
La cuestión sobre Jesús sigue vigente después de veinte siglos. Cuando los cristianos recitamos el Credo de los Apóstoles, decimos: “Creo en Jesucristo su único Hijo”.