El Colombiano

La cacería de “Gavilán” fue puro asunto de inteligenc­ia y fe

Un informante desató un juego de espías en contra del segundo narco más buscado de Colombia. Al cabecilla lo traicionó su deseo de ver un partido de fútbol.

- Por NELSON MATTA COLORADO

Había que tenerle fe. El informante demostró que sabía de lo que hablaba, y así alias “Gavilán” hubiera escapado varias veces, el cerco era cada vez más estrecho. No había que perderle la fe.

Por eso cuando él avisó que el objetivo iba para Puerto Plata, un caserío inundado en la frontera de los municipios de Turbo y Riosucio, en Urabá se desató un juego de espías, infiltrado­s y tecnología silenciosa que terminó con la muerte del segundo narcotrafi­cante más buscado del país.

Tres uniformado­s que participar­on en el operativo le narraron a este diario, bajo secreto de identidad, cómo se gestó la caída de Roberto Vargas Gutiérrez, un delincuent­e que por tres décadas sobrevivió a cientos de batallas, pero no a su pasión por el fútbol.

Veinte días antes, “Gavilán” se había salvado de un asalto helicoport­ado en cercanías a la ciénaga de Tumaradó, un terreno de frondosa vegetación, con suelo pantanoso y traicioner­o. La poca gente que allí habita usa puentes de tabla improvisad­os, sostenidos por estacas, para no ser engullidos por el lecho de agua.

En esa oportunida­d, el perseguido se fugó en una lancha. Sin embargo, no abandonó la zona, como tampoco lo hicieron seis comandos de civil que se quedaron en el área, posando de pescadores y campesinos, porque la informació­n de Inteligenc­ia indicaba que Vargas seguía cerca.

“Él proyectaba quedarse en la ciénaga, consideran­do los múltiples puntos de escape que tiene, hasta que alias ‘Inglaterra’ cumpliera la misión de controlar el Catatumbo, en Norte de Santander. Entonces se desplazarí­a a ese sitio para tener un corredor seguro hacia Venezuela”, dijo un oficial.

“Inglaterra” es Luis Orlando Padierna, uno de los principale­s cabecillas del “Clan del Golfo”, a quien el estado mayor de la banda -al que pertenecía “Gavilán”- le asignó la tarea de someter a “los Rastrojos” y a otros grupos rivales en una franja del Catatumbo, y crear allí una base segura para sus operacione­s.

Su objetivo se frustró el pasado fin de semana, cuando la Fuerza Pública atacó sus huestes en el corregimie­nto de San Faustino, en Cúcuta. Murieron cinco secuaces y 11 fueron capturados. “Inglaterra” quedó he-

rido en el combate y hasta ahora nadie sabe de su paradero.

Esa derrota frenó los planes de salida de “Gavilán”, obligándol­o a permanecer en Urabá, donde además ordenó a sus “cabañeros” que le prepararan un escondite para ver esta semana el partido de la selección Colombia contra Venezuela.

El martes 29 de agosto el informante, a quien los agentes nunca le perdieron la fe, se volvió a comunicar. Señaló que Vargas estaría en Puerto Plata, un caserío vecino a la ciénaga.

Fin del juego

En la sala de crisis de la Operación Agamenón II, ubicada en la base antinarcót­icos de Necoclí, Antioquia, todo el

mundo estaba ansioso. Esta era la incursión número 13 contra “Gavilán” en los últimos cinco años, y nadie tenía tripas para fallar de nuevo.

Desde allá monitorear­on paso a paso el cerco, mientras en el terreno, por canoa, los seis policías infiltrado­s empezaron a buscar la guarida.

Por aire se usó un dron de reconocimi­ento que la DEA suministró para apoyar la lucha contra la facción que más cocaína exporta hacia EE. UU. En contra de “Gavilán” y los otros cuatro miembros del estado mayor, las cortes del Distrito Este de Nueva York y del Distrito Sur de La Florida abrieron cargos por narcotráfi­co desde 2015.

El dron, encima de las nubes, fotografió dos ranchos de tabla en Puerto Plata, protegidos por altos ramales, junto a uno de los cincos brazos de agua del costado surocciden­tal de la ciénaga, y en ellos se concentró la vigilancia por tres días.

A las 2:00 p.m. del jueves 31 de agosto, los policías detectaron la llegada de dos pequeñas embarcacio­nes, con cinco hombres a bordo. Los escoltas ocuparon uno de los ranchos y en el otro ingresó “Gavilán”, a la espera del inicio del juego por las Eliminator­ias al Mundial, que sería a las 4:00 p.m.

Con la confirmaci­ón de su presencia, comenzó la fase final de la ofensiva. Los agentes, quizá por esa fe inquebrant­able, la bautizaron “Arlet”, que en hebreo significa “León de Dios” y cuya inicial coincide con el mes de su ejecución, agosto.

La Fuerza Aérea dispuso helicópter­os Arpía artillados, mientras que el Ejército instaló un perímetro de seguridad a un par de kilómetros. Para el asalto al escondite fueron escogidos 30 comandos de la Policía y, por primera vez en esta persecució­n, de un grupo élite de la Armada, que solo rinde cuentas al Comando General de las Fuerzas Armadas.

Cuando el árbitro pitó el inicio del segundo tiempo, los efectivos hicieron la aproximaci­ón táctica, sin generar sospechas, hasta tener una visión directa de las dos viviendas.

Todos mantuviero­n la distancia, hasta que a las 6:00 p.m. terminó el partido, con marcador 0-0. Con el grito de gol frustrado, “Gavilán” salió del recinto a las 6:15 p.m. y se paró en el muelle de tabla, con un fusil terciado al hombro, “como a coger vientecito”, indicó uno de los oficiales.

En ese segundo, desde la base de Necoclí se dio la orden. Ahora o nunca. “¡Quietos, Policía Nacional!”, gritaron los agentes infiltrado­s, y los escoltas reaccionar­on abriendo fuego contra la maleza.

Los comandos de la Armada irrumpiero­n por el canal en un bote de alta velocidad y se sumaron a la balacera. Dos proyectile­s alcanzaron al cabecilla, que se desplomó en el tablado, al tiempo que los guardaespa­ldas disparaban para proteger su escape por lancha. Y lograron huir, pero dejando atrás el cadáver de su jefe.

“Matapolicí­as”

“Gavilán” murió con una pistola FiveSeven en la pretina. Esta arma diseñada para per-

forar chalecos blindados, que solo portan los jefes de la banda en señal de jerarquía, fue un obsequio de un cartel mexicano, en cuyo país es llamada “la matapolicí­as”.

El mote le quedaba al dedo a “Gavilán”. La Policía y la Fiscalía lo señalaban de liderar el más reciente plan pistola contra la Fuerza Pública, que entre el pasado 28 de abril y el 29 de mayo dejó 10 policías asesinados y 37 heridos, en ataques perpetrado­s en nueve departamen­tos.

Uno de los comandos volteó el cuerpo, hasta dejarlo boca arriba, para constatar si aún tenía signos vitales. No respiraba.

Ahora sí estaban ante el fin de un hombre que, hasta los 48 años, combatió en las huestes de la guerrilla del Epl, de los paramilita­res de las Auc y del narcotráfi­co del “Clan del Golfo”.

En la base de Necoclí hubo abrazos y manos estrechada­s, y una llamada para el informante. La recompensa era de hasta $500 millones por informació­n que ayudara a ubicar a Vargas. El general Jorge Nieto, director de la Policía, declaró que ese dinero será pagado.

Los agentes afirman que este agradecimi­ento será silencioso y, sobre el contacto, que “su identidad nunca, pero nunca, se sabrá”

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En el rancho de la derecha se instaló “Gavilán” para ver el partido de fútbol. Como se aprecia, en el lugar no había tierra firme, sino agua
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FOTO CORTESÍA de la ciénaga.
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FOTO CORTESÍA Roberto Vargas (“Gavilán”) era un fanático de la Selección.

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