El Colombiano

SOBRE GALLINAS Y PLUMAS

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Cacareo donde, con estos calores y seguro debido a la dilatación de masa, se presenta un aumento constante del nivel de ruido y del plumero en desorden, los movimiento­s en situación de caos y la palabrería vana, el picoteo sin gracia y la fuga de gallos a los palos altos, todos con los nervios alterados y un estrés que pone la carne dura, pues como gallinas (lo que incluye gallos y pollos) perseguida­s por un perro, una zorra o un gato, vamos por el corral en direccione­s encontrada­s, pasando por encima de maíces sin comer, rilas de última hora, huevos que no se alcanzaron a recoger y un aleteo que permite dar saltos largos, pero no volar. Y en este cacareo, algarabía o zambra, se buscan unas líneas a seguir para cubrir como se debe los espacios que hay, pero llegan más gallinas y el corral se estrecha. Y la ciudad, que es un gallinero, aumenta la temperatur­a de la gente que, con los ojos redondos de tanto susto, se mueve sin moverse, habla sin oír y, mirando la tele, salta cuando hay gol.

A mí las gallinas siempre me han gustado, pues se parecen mucho a mis tías: gordas, jugadoras de tute y bingo, aceleradas y yendo de un lugar a otro. ¿Cuántas veces le dieron la vuelta a la tierra? No lo sé, pero se jactaban de haber estado aquí y allá y haber engordado unos kilos de más. Jugaban sentadas y comiendo, y murieron en su ley y sin rezar lo debido, lo que les evitó ver al diablo. También veo bien las gallinas con sus pollitos, las nerviosas que ponen huevos y las echadas (llamada abuelas) que los empollan. Y alguna vez comí sancocho de gallina que, aunque grasoso, no estaba mal. Lo que sí no resisto de las gallinas es el gallinero (que siempre huele mal), la alharaca por cualquier cosa y su sentido de la política, que es tomar para mí y saltar dando picotazos. Y claro, soltando plumas por doquier.

Para lo que está pasando en El Caribe (y nosotros estanos en él, solo que en la parte alta de las montañas), el mundo de las gallinas es una buena metáfora: cacareo a diario, huevos perdidos y otros mal empollados, gallos viejos con el kikirikí repetido, pollos de pelea con espolones nuevos, pollitos creyendo que todo es un baile. Y la imagen del gallinero multiplicá­ndose en un combate permanente por el espacio, la sombra y la mano que da el maíz (llamémosle re- cursos). Maíz del que sea, quebrado o entero, amarillo o grisoso, de primera o de segunda, grande o chiquito, blandito o duro. Y en ese gallinero, las gallinas con el cerebro recalentad­o por las temperatur­as, el cambio climático y el tanto correr a decir esto o aquello, soltando plumas, engordan, enflaquece­n, caen en las ollas del sancocho o rezan.

Acotación: hay muchas clases de gallinas, unas más gordas que otras, con distintas crestas y variedad de colores en las plumas. Pero todas cacarean y las nuestras lo hacen más. Supongo que se debe a los partidos de fútbol, a los juegos políticos, a que les da la gana. O a que si no cacarean, no aparecen en los medios. Volviendo a mis tías, hay gallinas para todo

Lo que no resisto de las gallinas es el gallinero, la alharaca por cualquier cosa y su sentido de la política.

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