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Jaime Jaramillo Escobar no se autodenomina escritor ni poeta. Se escribe cuando surge el poema, dice.
Memorias de X-504, maestro de escritores y poeta irredento
En una de las paredes de la casa de Jaime Jaramillo Escobar hay un reloj de cara redonda y blanca que no tiene los números ni las manecillas de minutos y de horas; solo un segundero da vueltas como loco, de modo que no sirve para dar la hora. Es un reloj patafísico, surreal.
Mientras nos acomodamos en la sala, tras comentar ese absurdo, aludimos al asunto del tiempo. En uno de sus poemas él menciona que le roban a la gente tantas cosas y él le está robando tiempo a quienes se ocupan en leerlo y no se dan cuenta, o algo así.
Jaime afirma que el tiempo no le preocupa, salvo cuando tiene un compromiso. Cuenta que se acuesta a las tres o cuatro de la mañana, si es necesario. Y hablando de acostarse, menciona que las camas estorban, pero que sobre esto no hay nada qué hacer.
A este cofundador del movimiento Nadaísta ya pocos lo llaman X-504, un seudónimo que causó revuelo en los sesenta, y del cual Gonzalo Arango, en un artí- culo publicado en la revista Cromos, dijo que Jaime era un poeta con placa de carro. Aunque quedó claro que esa equis se refería a la incógnita por la identidad humana y ese número a las tres primeras cifras de su cédula.
En esos años, Jaramillo explicaba que el seudónimo le servía para que “Jaime pudiera vivir libremente, sin el peso de la literatura y la admiración”. Ahora, cuando él no firma así, le preguntamos, ¿ es que Jaime ya vive libremente, a pesar de figurar, y ya no le pesan la literatura y la admiración?
Secretamente esperábamos una respuesta rebuscada y loca, pero él sale con otra: “Eran cosas chistosas que se decían, pero yo no pienso nada. Vivo la vida que cada día traiga”. Ofrece café, té y aromática. Le hace propaganda al té.
“También tomo café — dice el autor de Los poemas de la ofensa—, pero solo tres tazas al día”.
El oficio de los sábados
Jaime Jaramillo Escobar, el poeta nacido en Pueblo Rico el 25 de mayo de 1932, habla del taller de poesía que dirige en la Biblioteca Piloto. Todos los caminos temáticos de la conversación lo llevan a él.
“El taller —dice— es para disfrutar de la poesía, no tanto para escribirla. No se enseña a escribir. Se escribe como usted quiera. A escribir se aprende leyendo. Anteriormente había otras formas para aprender a hacerlo. Se estudiaba en libros. Hoy, como no hay normas, se cree que es más fácil, pero es más difícil. Una vez, el escritor
Verano Brisas dijo sobre el taller: ‘Aquí no se enseña nada, pero se aprende mucho’”. Cuenta que tienen de faro una frase de Oscar Wilde: “Nada de lo que se puede aprender por medio de la enseñanza vale la pena de ser aprendido”
Jaime no se autodenomina escritor ni poeta. Dice que eso le causa risa.
Jaramillo, el editor
Jaime ha sido editor de libros de algunos poetas colombianos, entre ellos Porfirio Barba Jacob, al que considera su primer maestro.
Escogió algunos autores que le parecen importantes. Uno de ellos es “León de Greiff, el mayor poeta de la lengua española, aunque en España no lo han reconocido todavía”.
Del poeta que cambiaba su vida por lámparas viejas cuenta que lo conoció. Que la gente le tenía miedo por las respuestas que daba, pero él nunca tuvo esa mala experiencia. “En esos días del libro, León se había caído de una escalera y estaba en-
fermito”, recuerda. También, que era desordenado: en su casa tenía salones llenos de estanterías vacías y arrumes de libros por ahí en las mesas, porque no tenía paciencia de volverlo a poner en su lugar después de usarlo. Pero sabía dónde estaba cada libro en esos arrumes.
Otro de los poetas cuya obra editó fue Ciro Mendía, a quien reconoce como buen poeta. En los últimos años, cuenta Jaime, perdió la vista y también a un hijo y para él fue muy doloroso. “A Ciro lo tienen olvidado. El alcalde de Medellín Jorge Valencia Jara
millo le entregó el Hacha de Antioquia. En Bogotá nunca lo han reconocido como poeta importante, porque era modesto, serio y no era un lagarto; no era de grupitos”. En su poesía, añade, usaba el humor como nadie lo ha hecho en la poesía antioqueña. Editó también un libro de
Luis Carlos López. “Espere yo lo busco en la letra ele”, dice, mientras va a una de las habitaciones a escudriñar en su biblioteca. Trae de regreso un libro hermoso con ilustraciones de Bob Ibáñez. “Nadie me cree que Bob estaba en Bogotá e hizo los dibujos de Cartagena de memoria”, y al mencionar que López tiene humor, explica que, al contrario de lo que unos creen que el humor rebaja, para él sube el nivel del poema.
Migraciones
Jaime Jaramillo Escobar ha vivido en distintas partes de Colombia: Cali, Bogotá, Medellín.
¿Esos cambios de residencia le han servido para beber de la cultura de cada pueblo y hacer poesía con la expresión de ellas?
“Estuve en muchos pueblos y ciudades. En unos me quedé solo tiempos cortos. En todos los pueblos hay cosas admirables. Viví también en Barranquilla cuatro o cinco años. Allí trabajé publicidad con Plinio
Apuleyo Mendoza. Me entendí con Plinio, dirigió Semana cuando resucitó después de un tiempo. Pero no, no he ido a los lugares por buscar algo, ni la expresión ni nada. No buscaba nada en especial”.
¿Qué es la poesía?
“Es un proceso inconsciente que se hace consciente por una asociación imprevista. Uno no siempre está escribiendo poemas; los escribe cuando aparecen. Cuando no, hace lo que hace todo el mundo. El cerebro está siempre trabajando, lo difícil es que llegue el poema. No se puede forzar. Si se fuerza, pierde la gracia, la espontaneidad y la lucidez”.
¿Quién es Jaime Jaramillo?
“¿Quién soy? Uno no sabe quién es. Uno es una persona que está ahí y que por momentos se vuelve escritor. Lo que me gusta principalmente es la literatura y la música. Las otras artes también, pero estas dos son indispensables”