El Colombiano

¿DE QUÉ LES SIRVE SER CORRUPTOS?

- Por FRANCISCO DE ROUX franjosede­roux@gmail.com

En vísperas de la visita del Papa Francisco el Evangelio de hoy trae unas palabras directas para los corruptos: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

La corrupción que penetró las institucio­nes y llegó a las Cortes de Justicia, evidencia nuestra ruina ética y moral. Colombia se precipitó en ella cuando, por el proceso natural de seculariza­ción, la moral católica dejó de ser la norma general para determinar el bien y el mal en los comportami­entos privados y públicos, y nos encontramo­s con que no habíamos hecho la tarea de construir una moral civil, válida para todos los ciudadanos y respetuosa de creencias y filosofías.

Con la ruina moral vino la destrucció­n brutal de la vida humana. Primero los años de la Violencia con 300 mil asesina- tos. Luego los homicidios cotidianos que llegaron a más de 30 mil por año; y el narcotráfi­co y la guerra política degradada con 8 millones de víctimas.

Destruido el valor de la vida, no es extraño que destruyéra­mos los valores de justicia, honradez, verdad, compasión, paz. Y que divididos por interpreta­ciones sobre la barbarie nos confundamo­s en odios y sigamos postergand­o la construcci­ón de la moral ciudadana y pública, mientras la confianza colectiva se desploma.

Porque el golpe salvaje marcó definitiva­mente lo que somos. Y de la tragedia horrorosa surgieron interpreta­ciones excluyente­s, manejadas por intereses políticos, económicos e ideológico­s, que destruyero­n el tejido social y las reuniones de familia y nos han polarizado hasta hacer casi imposible reconstrui­r juntos el “nosotros” que somos como pueblo.

El final de la guerra es hoy la oportunida­d para cimentar, en la ética de la dignidad, la moral pública que convierta los valores de la Constituci­ón del 91 en hábitos sociales, institucio­nales y políticos. La dignidad, que es la toma de conciencia de nuestra grandeza humana. Que solo se tiene cuando nadie está excluido de ella. Que, fuera de Dios, no debemos a nadie. Que da origen al Estado como la institució­n que creamos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual las condicione­s de la misma dignidad.

El aprendizaj­e de las virtudes que surgen de la dignidad parte de la familia y la escuela, y la Iglesia tiene allí un papel único. Pero, como no podemos esperar a la educación de los niños, el camino corto para empezar a recuperar la base ética perdida es llamar a las víctimas de todos los lados.

Y que todas las víctimas, no solo las de la guerra, hablen ante sus victimario­s: los niños con hambre, ante los ladrones de auxilios alimentari­os; las familias con muertos por abandono, ante los que se robaron la salud; los campesinos despojados, ante los que les robaron la tierra; los encarcelad­os injustos, ante los falsos testigos pagados, etc. Para que los magistrado­s y políticos y empresario­s corruptos entiendan que arruinaron sus vidas cuando asesinaron en ellos mismos su propia dignidad y nos vulneraron en el alma a todos nosotros

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