El Eln: historia cercana a las sotanas y la teología
Que el grupo guerrillero pida un cese el fuego bilateral, que coincidiría con la visita del Papa, habla de una identidad con visiones de la iglesia católica.
De amores a odios. Así ha corrido la historia del Eln frente a la Iglesia. Aunque parezca curioso, quien catapultó esa guerrilla, que era apenas un asomo de revolución entre los sectores obreros, entre los más pobres, fue un sacerdote. Son presencias que tropiezan en muchos de los rincones más apartados de Colombia.
Camilo Torres, el mismo que se convirtió después de su muerte en un “rock star” de la Teología de la Liberación, venía de lo que denominan una “buena familia”, de la alta sociedad bogotana. Su padre era pediatra y su madre activista liberal. Mientras cursaba sus estudios en Europa y Estados Unidos asumió que el catolicismo debía trabajar con y por los pobres. Estuvo, además, fuertemente influenciado por la revolución cubana, que a finales de los 50 y principios de los 60 se había convertido en un hito revolucionario hemisférico.
Eran los años del fragor de los combates en Vietnam y de tensiones de la Guerra Fría. En Colombia, en cambio, empezaban a sucederse en el Gobierno conservadores y liberales mediante el Frente Nacional.
Antes de ingresar a la guerrilla, Torres ya era visto en algunos sectores como un hombre coherente, progresista, cuyas ideas se proyectaban a favorecer a las “clases populares”. Había acudido a los partidos políticos con el mismo reclamo: “una verdadera democracia”. Esa repartición milimétrica del poder y de los cargos públicos no coincidía con su concepción.
La manifestación abierta de esas ideas le costó la expulsión de la Universidad Nacional, donde había inaugurado la facultad de sociología, lo que lo catapultó a la fama con quienes, entre cuadernos, clases y protestas en el campus, hablaban con romanticismo de la revolución.
Se cansó de una lucha pacífica por los pobres que sentía estéril y un día, exactamente el 15 de octubre de 1965, se retiró del sacerdocio para irse al monte e incorporarse a las filas de la guerrilla. Murió en su primer combate, casi un año después de tomar las armas.
Tuvo seguidores. Motivados por la filosofía que se estaba haciendo popular en América Latina: la Teología de la Liberación (ver paréntesis).
Los sacerdotes que comulgaban con esa doctrina conformaron un grupo llamado Golconda. Torres fue prácticamente su fundador, pero estaban inspirados en lo que sucedía en Brasil, donde los sacerdotes trabajaban con los sectores obreros para “conseguir mejores condiciones de vida”.
Los curas vinculados a ese grupo poco a poco fueron radicalizando su discurso, algunos ingresaron a las Farc, Epl y M-19, pero la mayoría se fue al Eln.
Los curas guerrilleros
Después de Camilo llegaron los curas españoles, tres de ellos muy conocidos: Manuel Pérez, Domingo Laín y José Antonio Jiménez (ver gráfico). Provenían de Aragón, eran párrocos en iglesias en Colom- bia y motivados por la “valentía” de Torres entraron a la guerrilla. “El cura Pérez” llegó a ser el jefe máximo del Eln.
Versiones de prensa señalan que en “las filas elenas” incluso militaron obispos, sacerdotes, monjas y laicos. El diario español El País publicó el 25 de octubre de 1989 que diez sacerdotes de esa nación combinaban la lucha armada con las sotanas, en Colombia.
Entraron al Eln porque parte de su inspiración era la justicia social, y contemplaban, incluso, la posibilidad de dar su vida por aquellos principios. Se aferraron a postulados de Santo Tomás de Aquino asumiendo que “la lucha armada se justifica para derrotar al tirano”.
“Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar de vestir al desnudo, ¿a qué más debía dedicarse la iglesia?, pensaba Camilo”, recuerda Ramón Fayad, exrector de la U. Nacional.
Fue una generación de sacerdotes marcados por el Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia se repensó y abrió puertas a algunas posturas menos conservadoras.
Leonor Esguerra era religiosa, dirigía el colegio Marymount, uno de los más representativos de la alta sociedad bogotana, y aunque al principio no estuvo de acuerdo con que Camilo se fuera para el Eln después del Concilio Vaticano y de ver el desprecio que la élite capitalina tenía por el trabajo que estaba adelantando por los más pobres, entendió que “por las buenas no se podía hacer nada”, entonces optó por tomar las armas.
“El Eln no tenía una afiliación comunista, los religiosos que queríamos entrar a la lucha armada no teníamos que declararnos ateos, eso hizo que muchos nos fuéramos para esa guerrilla, compartíamos los mismo objetivos y no teníamos que desdeñar de Dios”, recuerda Esguerra, una de las más famosas monjas guerrilleras.
En una entrevista, en la década de los 80, el cura Pé-