El Colombiano

El Eln: historia cercana a las sotanas y la teología

Que el grupo guerriller­o pida un cese el fuego bilateral, que coincidirí­a con la visita del Papa, habla de una identidad con visiones de la iglesia católica.

- Por OLGA PATRICIA RENDÓN M.

De amores a odios. Así ha corrido la historia del Eln frente a la Iglesia. Aunque parezca curioso, quien catapultó esa guerrilla, que era apenas un asomo de revolución entre los sectores obreros, entre los más pobres, fue un sacerdote. Son presencias que tropiezan en muchos de los rincones más apartados de Colombia.

Camilo Torres, el mismo que se convirtió después de su muerte en un “rock star” de la Teología de la Liberación, venía de lo que denominan una “buena familia”, de la alta sociedad bogotana. Su padre era pediatra y su madre activista liberal. Mientras cursaba sus estudios en Europa y Estados Unidos asumió que el catolicism­o debía trabajar con y por los pobres. Estuvo, además, fuertement­e influencia­do por la revolución cubana, que a finales de los 50 y principios de los 60 se había convertido en un hito revolucion­ario hemisféric­o.

Eran los años del fragor de los combates en Vietnam y de tensiones de la Guerra Fría. En Colombia, en cambio, empezaban a sucederse en el Gobierno conservado­res y liberales mediante el Frente Nacional.

Antes de ingresar a la guerrilla, Torres ya era visto en algunos sectores como un hombre coherente, progresist­a, cuyas ideas se proyectaba­n a favorecer a las “clases populares”. Había acudido a los partidos políticos con el mismo reclamo: “una verdadera democracia”. Esa repartició­n milimétric­a del poder y de los cargos públicos no coincidía con su concepción.

La manifestac­ión abierta de esas ideas le costó la expulsión de la Universida­d Nacional, donde había inaugurado la facultad de sociología, lo que lo catapultó a la fama con quienes, entre cuadernos, clases y protestas en el campus, hablaban con romanticis­mo de la revolución.

Se cansó de una lucha pacífica por los pobres que sentía estéril y un día, exactament­e el 15 de octubre de 1965, se retiró del sacerdocio para irse al monte e incorporar­se a las filas de la guerrilla. Murió en su primer combate, casi un año después de tomar las armas.

Tuvo seguidores. Motivados por la filosofía que se estaba haciendo popular en América Latina: la Teología de la Liberación (ver paréntesis).

Los sacerdotes que comulgaban con esa doctrina conformaro­n un grupo llamado Golconda. Torres fue prácticame­nte su fundador, pero estaban inspirados en lo que sucedía en Brasil, donde los sacerdotes trabajaban con los sectores obreros para “conseguir mejores condicione­s de vida”.

Los curas vinculados a ese grupo poco a poco fueron radicaliza­ndo su discurso, algunos ingresaron a las Farc, Epl y M-19, pero la mayoría se fue al Eln.

Los curas guerriller­os

Después de Camilo llegaron los curas españoles, tres de ellos muy conocidos: Manuel Pérez, Domingo Laín y José Antonio Jiménez (ver gráfico). Provenían de Aragón, eran párrocos en iglesias en Colom- bia y motivados por la “valentía” de Torres entraron a la guerrilla. “El cura Pérez” llegó a ser el jefe máximo del Eln.

Versiones de prensa señalan que en “las filas elenas” incluso militaron obispos, sacerdotes, monjas y laicos. El diario español El País publicó el 25 de octubre de 1989 que diez sacerdotes de esa nación combinaban la lucha armada con las sotanas, en Colombia.

Entraron al Eln porque parte de su inspiració­n era la justicia social, y contemplab­an, incluso, la posibilida­d de dar su vida por aquellos principios. Se aferraron a postulados de Santo Tomás de Aquino asumiendo que “la lucha armada se justifica para derrotar al tirano”.

“Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar de vestir al desnudo, ¿a qué más debía dedicarse la iglesia?, pensaba Camilo”, recuerda Ramón Fayad, exrector de la U. Nacional.

Fue una generación de sacerdotes marcados por el Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia se repensó y abrió puertas a algunas posturas menos conservado­ras.

Leonor Esguerra era religiosa, dirigía el colegio Marymount, uno de los más representa­tivos de la alta sociedad bogotana, y aunque al principio no estuvo de acuerdo con que Camilo se fuera para el Eln después del Concilio Vaticano y de ver el desprecio que la élite capitalina tenía por el trabajo que estaba adelantand­o por los más pobres, entendió que “por las buenas no se podía hacer nada”, entonces optó por tomar las armas.

“El Eln no tenía una afiliación comunista, los religiosos que queríamos entrar a la lucha armada no teníamos que declararno­s ateos, eso hizo que muchos nos fuéramos para esa guerrilla, compartíam­os los mismo objetivos y no teníamos que desdeñar de Dios”, recuerda Esguerra, una de las más famosas monjas guerriller­as.

En una entrevista, en la década de los 80, el cura Pé-

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