DESCONEXIÓN Y BRUTALIDAD
Según entrevista publicada recientemente por Reuters, un comandante del frente de guerra del Ejército de Liberación Nacional (Eln) que opera en Chocó dijo: “Nosotros podríamos decir ‘ no volvemos a secuestrar’, pero ¿cómo hacemos para financiar nuestro proyecto de lucha, para financiar nuestros planes de trabajo? Nosotros vivimos del impuesto y de las retenciones económicas”. El guerrillero continuó con brutal sinceridad: “Si no tenemos cómo presionar para que nos paguen el impuesto, (...) entonces la gente no nos pagaría así como así”.
Esas declaraciones se conocen de manera simultánea a las expresiones por parte de la delegación de paz del Eln de estar dispuesta a asumir un cese de hostilidades y acuerdos humanitarios especiales.
Concomitantemente, una delegación de líderes y activistas sociales que trabajan por la defensa de los derechos en Chocó presentó la semana pasada a esa guerrilla y al gobierno una propuesta de acuerdo humanitario orientado a mitigar el sufrimiento humano. Entre las conductas denunciadas por esa delegación y en relación con las cuales se pide respuesta está el secuestro.
Reaccionando a la visita de la delegación de Chocó, esa guerrilla reconoció la gravedad de la situación y aceptó responsabilidad compartida por la crisis humanitaria del departamento. Eln Voces registró la reacción del jefe de la delegación de paz, Pablo Beltrán: “Es histórico este encuentro (…). Después de escucharles, esperamos resolver las expectativas que trajeron. Entendemos a la perfección las intervenciones que han hecho. No es un asunto de formalidad. Hemos dicho que esta Mesa debe garantizar los derechos de las víctimas”.
Pues, que así sea. El secuestro es una aberrante práctica que produce el sufrimiento extremo de la persona privada de la libertad, y de sus familiares, carcomidos por la angustia y la incertidumbre. La violencia utilizada en la abducción de la persona y aquella ejercida para prolongar su cautiverio exponen a altísimo riesgo de muerte a todas las víctimas de esta abominable práctica. Las condiciones del cautiverio acarrean violaciones constantes a derechos fundamentales, como son la dignidad y la integridad. Además de los daños físicos, los daños síquicos de un secuestro son inmensos y prolongados, tanto para la persona raptada como para sus familiares.
Las palabras del guerrillero que reprodujo Reuters producen escalofrío; no hay humanidad ni sentimiento en ellas. Todo parece ser un sucio cálculo de economía de guerra: el secuestro como mecanismo efectivo de coerción. En su lógica, la víctima es un objeto intercambiable por una suma exigida para financiar la guerra. El secuestro hace parte de las rutinas normalizadas en la conducción del frente de guerra: así es, así como así, sin cuestionamientos.
La confluencia de la entrevista del comandante del frente de guerra de Chocó, las declaraciones públicas del Eln sobre su voluntad humanitaria, y la iniciativa social que demanda un acuerdo humanitario en Chocó exige una respuesta inmediata a la aberrante práctica del secuestro por parte de esa guerrilla.
Anticipando una respuesta favorable pero condicionada, cabe recordar que uno de los principios del derecho humanitario es que el cumplimiento de sus mínimos no se condiciona al cumplimiento recíproco de los mínimos por la otra parte. Aceptar esa reciprocidad condicionaría la vida y la integridad de los que no participan en la guerra al brío de los guerreros –y eso no es humanitario. Es hora de encarar la desconexión entre el discurso y la práctica y poner freno a tanta brutalidad: ¡No más secuestro como práctica de guerra!