El Colombiano

EDITORIAL

Lo resuelto en los acuerdos con las Farc, decidido está. No obstante, ante las próximas elecciones hay todavía un gran debate ético sin resolver: la participac­ión electoral de los victimario­s.

- ESTEBAN PARÍS

“Lo resuelto en los acuerdos con las Farc, decidido está. No obstante, ante las próximas elecciones hay todavía un gran debate ético sin resolver: la participac­ión electoral de los victimario­s”.

En el primer acuerdo suscrito entre el Gobierno y las Farc, el mismo que fue rechazado por mayoría de votantes en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, se habilitó la participac­ión política y electoral de los miembros de las Farc, independie­nte de que estuviesen incursos en investigac­iones por delitos de cualquier clase.

Forzada una renegociac­ión exprés por el resultado adverso en las urnas, los delegados del Gobierno reconocier­on que este punto era inamovible e inmodifica­ble para las Farc, y por eso así quedó. El punto 36 del capítulo relativo a la Jurisdicci­ón Especial de Paz dice que “la imposición de cualquier sanción no inhabilita­rá para la participac­ión política ni limitará el ejercicio de ningún derecho, activo o pasivo, de participac­ión política”.

Las mayorías parlamenta­rias del Congreso de la República convalidar­on luego esta concesión. Que, en una época de vigencia del Estatuto de Roma que creó la Corte Penal Internacio­nal y su filosofía de no dar amparo a crímenes que ofenden a la humanidad, fue mucho más allá de lo que ha sido habitual en las negociacio­nes para finalizar conflictos armados internos. Por- que lo usual había sido habilitar la participac­ión política y abrir espacios electorale­s, pero en esta ocasión se fue más allá y abrió paso para llegar a cargos de elección popular incluso a aquellos responsabl­es de crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad. Ni más ni menos.

Con mecanismos constituci­onales y políticos forzados, llevando a límites antes impensados interpreta­ciones de la Carta Política, esta posibilida­d ya está incorporad­a a la Constituci­ón, cuyo texto impedía expresamen­te que pudieran ser elegidas personas responsabl­es de este tipo de crímenes.

No se trata ahora de volver a barajar lo decidido en La Habana. Sin embargo, no es un asunto del que simplement­e se pueda decir que es cosa del pasado. No es así. Es una realidad sobre la que el país habrá de volver en pocos meses, incluso semanas, cuando las campañas al Congreso y a la Presidenci­a comiencen y las Farc presenten sus candidatos y notifiquen a la sociedad colombiana cuál es el parámetro político y ético que quieren ofrecer.

Porque el debate en el país se ha circunscri­to al aspecto político, y allí buena parte de la clase política e intelectua­l ha asumido el discurso de las propias Farc. Pero el debate ético ha estado, absurda e inexplicab­lemente, ausente.

Y ese gran vacío hace que una pregunta fundamenta­l no haya tenido respuesta clara para los colombiano­s: ¿ mejorará el clima ético de un país hundido en la corrupción, con representa­ntes políticos en el Congreso y otras instancias, con graves crímenes a sus espaldas?

Y otra pregunta: teniendo en cuenta que el Nuevo Acuerdo Final tiene varias disposicio­nes que hablan de “no estigmatiz­ación” e incluso preve medidas que hablan de “uso del lenguaje”, ¿será “estigmatiz­ador” señalar, recordar o preguntar por los crímenes de aquellos candidatos a ser elegidos en cargos de representa­ción política? ¿El legítimo ejercicio de la memoria y el derecho de honrar a las víctimas, teniendo en claro quiénes fueron sus victimario­s, será considerad­o contrario a los intereses electorale­s de las Farc, y por tanto, restringid­o?

Los políticos ya han hablado y han decidido. Hay un debate ético pendiente que espera la voz de los intelectua­les y, sobre todo, de los humanistas

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