El Colombiano

Cartas de amor para guardar

Tome papel y pluma. Agréguele un romance intenso y ponga como autor a un personaje célebre. Hará historia.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Rezo cada día para que tu esposo fallezca. Con estas palabras el compositor Joseph Haydn le declaró su amor a la cantante Luigia Polzelli.

Así son las cartas de los amantes, tórridas. Bajo el influjo de sus pasiones, parece que a algunos escritores los inspira Erato, la musa de la poesía amorosa.

Porque, ¿de qué otro modo se explica que unas “simples” cartas consigan instalar su amor en la memoria y lo pongan a salvo del polvo y las cenizas del olvido?

Célebres y muy citadas son las que Napoleón le enviaba a Josefina. Ante ella, él dejaba de ser emperador. En el libro Los grandes hombres también hablan de amor, de Planeta, Úrsula Doyle muestra una misiva en la que él, aún poderoso, le hace un pueril reproche:

“No le amo, en absoluto; por el contrario, le detesto, usted es una sin importanci­a, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe qué placeres sus letras le dan, pero ¡aun así, usted no le ha escrito seis líneas, informales, a las corridas!”.

Quienes escriben cartas de amor tienen trucos —literarios, no en los sentimient­os—. Unos muestran incapacida­d para describir lo que sienten: Ernest Hemingway le dice a su amada, la actriz berlinesa Marlene Dietrich: “No puedo explicar por qué cada vez que te he rodeado en mis brazos me he sentido como en casa”.

Otros se aseguran de expresar que no solo se trata de un amor platónico. James Joyce pasaba del amor al erotismo con facilidad. Aquí se queda en el umbral de ambos espacios: “Querida Nora, ¿estarás ‘libre’ esta noche a las ocho y media? Espero que así sea, porque he tenido tantas preocupaci­ones que necesito olvidarlo todo en tus brazos”.

Estos fragmentos de cartas de amor trascendie­ron su tiempo, para colecciona­r

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