El Colombiano

LAS BIBLIOTECA­S EXTRAÑAS

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Una biblioteca es un misterio, eso es claro. Por eso hay tantas historias alrededor de ellas. Puertas secretas que se abren con tocar un determinad­o libro, espacios reservados donde se conservan joyas de la literatura, habitacion­es secretas para reuniones extrañas a la media noche. Una biblioteca no puede ser un lugar plano; si lo es, está resignada a tener solo libros y eso, en realidad, es poca cosa. Un libro sin misterio, sin abrirse, es apenas un montón de hojas, y un libro debe tener vida y alma. Muchos escritores han fantaseado con las biblioteca­s, Umberto

Eco fue uno de ellos. “El nombre de la rosa” es una novela tremenda que gira alrededor de estos lugares sagrados en la Edad Media. ¡Lindo período para fantasear! Pero hay otro montón.

Esta semana leí un cuento asombroso de un autor que me gusta poco, pero que leo de vez en cuando para encontrarl­e la gracia. “La biblioteca secreta”, de Haruki Murakami, me está llevando por ese camino. ¿Y por qué? Porque hace de la biblioteca un lugar donde pueden ocurrir cosas muy raras. Y eso me encanta.

Un joven va a la biblioteca porque debe devolver un libro. Hasta aquí puras cosas familiares de las biblioteca­s de antes: la persona que recibe el libro se fija en la fecha de entrega y le pone un sello. Como el joven busca otro libro, la mujer le indica que debe bajar unas escaleras. Avanza por un pasillo oscuro hasta llegar a la sala 107. A pesar de haber estado varias veces en la biblioteca, el joven no sabe de la existencia del sótano. Toca la puerta y una voz grave le dice que pase. Adentro lo único que desea el joven es salir corriendo, pero es tarde. Le toca decirle que quiere libros sobre la recaudació­n de impuestos en el Imperio Otomano. Cuando el viejo regresa, los libros que trae tienen la típica etiqueta roja de los libros de reserva. Eso significa que la consulta debe hacerse ahí, no puede llevárselo­s a casa.

Lo interesant­e de esta historia es que una simple visita a la biblioteca se vuelve un callejón sin salida, y una sala de lectura es en realidad un calabozo. El joven, para recuperar su libertad, debe aprendérse­los de cabo a rabo. “Dentro de un mes vendré a examinarte. Si te los sabes de memoria, te dejaré salir”, le dice el anciano. ¿Y por qué semejante penitencia? Porque el abuelo quiere sorberle los sesos y, por lo visto, los sesos repletos de conocimien­to son deliciosos. Son más blanditos.

Obviamente no les contaré

el final, solo me entusiasmó esta historia porque deja claro que detrás de una situación muy simple, medio kafkiana, claro está, hay una reflexión profunda sobre la pérdida y la soledad. Las biblioteca­s no siempre son paraísos, también pueden ser atractivam­ente horrorosas. COLETILLA

Que dos poetas mueran en una misma semana no es una buena noticia. Uno cree que los poetas son eternos en medio de tantos hombres que habitan esta tierra. Recordar a Óscar

Hernández ya John Ashbery es un deber que debe llevarse a cabo de manera sencilla: abriendo las páginas de sus libros y leyendo hasta sentir que el alma se libera, se regocija, se enternece con la necesidad imperante de seguir viviendo ■

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